La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, ha dicho en relación a la celebración de la Diada en Cataluña el pasado viernes, que fue “un espectáculo vergonzoso”.
Resulta obvio que en su idea particular de la “vergüenza” y lo “vergonzoso” hay mucho de subjetividad y algún componente –no medido- de roña intelectual y política.
Calificar de “espectáculo vergonzoso” una concentración cívica de millón y medio de personas, modélica en su desarrollo, pacifismo y organización, va mucho más allá de una simple falta de respeto a las normas no escritas de la democracia y sitúan su irritado desprecio en la órbita pura y simple del fascismo congénito que le caracteriza.
El desapego mental de la desafortunada walkiria pepera se produjo en el desarrollo de un mitin de su partido donde compartía estrado con un significado exponente de la ideología racista, inquietante y filo nazi que representa la inmundicia en forma de candidatos a los que se ve abocada su “partida” o mafia en Catalunya.
Es decir que la señora Cifuentes, que tiene a su marido en situación de busca y captura por un quítame allá unas cuentas sin declarar ante un juez, siente vergüenza porque una muchedumbre ingente y festiva reivindique sus señas de identidad en calles abarrotadas y no tiene “sentimiento” alguno por militar y ser cargo público de un partido que expolia, defrauda, se financia ilegalmente, se administra en “cajas B” y tiene procesados a sus cinco últimos tesoreros.
Hasta para despreciar hay que tener meninges y la señora Cifuentes, que aplaudió y apoyó a un desastre mental, Botella por apellido, dijo también, para que no se le quedara nada en el tintero “Yo tengo una alcaldesa parecida a la vuestra, desgraciadamente”.
Desgraciaenorme la nuestra ya que parece que los bomberos –ni los loqueros- intervinieron y este mitin concluyó sin que fenecieran sus oyentes de estupor o de asco.
Vivimos en un país de detritus en el que es difícil encontrar la autoestima. Lo que ahora se ve en España no puede ya atribuirse ni a la inteligencia ni a la incultura. Es un producto de escombrera fruto de la confluencia maligna de gentes como Rouco, Aznar, Belén Esteban, Rajoy, el programa “Sálvame” y una toalla estampada llamada Cifuentes.
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