Revista Infancia
El pensamiento, la manera que interpretamos lo que nos pasa, la forma en que nos explicamos a nosotras mismas los acontecimientos, las intenciones que atribuimos a los actos de otras personas o las consecuencias que anticipamos de lo que está pasando influyen en la manera en que reaccionamos emocionalmente.
Ciertos tipos de pensamientos potencian la percepción de amenaza, peligro o propia vulnerabilidad ante una situación concreta o acción de otra persona, lo cual fomenta que reaccionemos con ira.
La ira es una emoción presente en muchas familias que, la mayor parte de las ocasiones, no se gestiona adecuadamente. En muchas familias, las reacciones a la ira son destructivas, agresivas, lo cual negativiza la relación entre padres e hijos, marcándola de desconfianza, miedo y crispación.
Un aspecto esencial de la gestión positiva de la ira es la reducción de los enfados en cuanto a frecuencia e intensidad. Cuanto menos intensos sean los enfados o menos veces nos enfademos, estaremos mejor predispuestos para gestionar la ira cuando surja, nos sentiremos menos desbordadas y tendremos más interacciones satisfactorias con nuestros hijos.
Muchos de los enfados de las personas están mediatizados por falsas creencias, adquiridas culturalmente, que hacen que interpretemos la realidad de las maneras anteriormente descritas, que potencian la ira.
La toma de conciencia de dichas falsas creencias sobre los niños que la mayoría de nosotras hemos asimilado culturalmente, así como la identificación de las que más frecuentemente nos influyen a cada una, es el primer paso para desmontarlas.
La eliminación de estas falsas creencias nos ayudará a enfadarnos menos y a interpretar la realidad de los niños de manera más empática. Esto, a su vez, nos ayudará a sentir menos ira y, por tanto, a tener menos explosiones de la misma sobre nuestros hijos.
A continuación se explican varias de las falsas creencias más típicas que afectan negativamente a la crianza:
1. “Leer el pensamiento”.
Cuando atribuimos intenciones a la acción de nuestros hijos, interpretamos su comportamiento marcándolo por el objetivo de fastidiarnos, molestarnos, retarnos o hacernos perder la paciencia, la percepción de peligro o amenaza se potencia y es más fácil que la ira se dispare.
La intención de cada persona, si no nos la dice, es desconocida para los demás, es una “invención” nuestra. Cuando construimos explicaciones sobre por qué otros hacen las cosas, tenemos muchas probabilidades de equivocarnos y de reaccionar en base a una falsa creencia.
Es importante tener en cuenta que nuestra cultura es poco empática con la infancia y transmite creencias relacionadas con la mala intención de los niños que, generalmente, no se corresponden con la realidad.
Generalmente, los niños no actúan con el objetivo de fastidiarnos, retarnos o tomarnos la medida. Esta idea parte de la cultura adultocentrada en que vivimos, es equívoca y potencia los enfados con los hijos en base a una creencia falsa.
2. Dramatizar las consecuencias.
Muchas veces, a la hora de interpretar lo que nos pasa, “sacamos la bola de cristal” y elaboramos profecías horribles. Auguramos consecuencias terribles sobre el comportamiento o forma de ser de nuestros hijos, del tipo “nadie le va a querer por ese comportamiento que tiene”, “nunca se va a adaptar al mundo en que vivimos”, “en cuanto llegue a la adolescencia se nos va a ir de las manos” o, incluso, “nunca llegará a ser una persona de provecho”.
Este tipo de pensamientos nos generan miedo y angustia, nos hacen sentir inseguras de nuestra manera de criar y hacen que se tambaleen nuestros principios y valores.
Estas creencias anticipatorias de consecuencias nefastas no sólo proceden de nosotras mismas. Muchas veces, las personas de nuestro alrededor contribuyen enormemente al desarrollo de este tipo de creencias.
La realidad es que no podemos predecir el futuro y que, normalmente, cuando lo hacemos en referencia a nuestros hijos de manera negativa, las conclusiones a las que llegamos no suelen ser demasiado objetivas.
Si hacemos un esfuerzo por dejar de anticipar consecuencias, reduciremos el miedo, la angustia y la sensación de inseguridad, lo cual nos permitirá gestionar las situaciones y resolver los conflictos de una manera más eficaz.
3. Los “Debería”.
Otra fuente de falsas creencias es los “debería”, pensamientos rígidos sobre cómo deberían ser las cosas, lo que debe y no debe hacer un niño de tal edad, lo que debería suceder y no sucede.
Para que se entienda mejor, se trata de pensamientos del tipo que se explica en estos ejemplos: “los niños de 4 años deberían dormir solos”, “los niños de 3 años deberían ser sociables”, “los niños de 2 años deberían obedecer a sus padres”….
Los debería se asimilan cultural y socialmente. Muchas veces se disparan por comparación, cuando comparamos a nuestros hijos con otros niños.
Es importante centrarse en la realidad, en lo que está pasando en el momento concreto, en la situación específica, sin centrarnos en lo que “debería ser”, si no basándonos en lo que simplemente es, pues así podremos gestionar la realidad.
Cuando nos centramos en lo que “debería ser”, al no ser algo real, nos situamos fuera de la realidad. Esto elimina la capacidad de gestionar la realidad, pues estamos situándonos fuera de ella.
4. No puedo más, no lo puedo soportar.
Muchas veces nos sentimos desbordadas ante diversas situaciones. En la crianza de los hijos esto es muy común. La falta de apoyo social, patente en una cultura individualista como la nuestra, hace que la crianza pueda llegar a ser muy desbordante.
Ante esta intensa sensación, pueden surgir pensamientos del tipo “no puedo más” o “no lo puedo soportar”.
Estos pensamientos no se corresponden, generalmente, con la realidad. Normalmente sí lo podemos soportar y, de hecho, lo soportamos.
Sin embargo, cuando tenemos este tipo de pensamientos y nos los repetimos, la sensación de fracaso y de incapacidad es cada vez mayor.
Detectarlos, ser conscientes de ellos y hacer un esfuerzo activo por evitarlos y dejar de repetírnoslos es positivo para reducir la sensación de vulnerabilidad que, muchas veces, está detrás de la ira.
5. No me tiene en cuenta.
Uno de los pensamientos potenciadores de ira se basa en la idea de que el niño no nos tiene en cuenta, no nos escucha o no valora lo que le pedimos.
Nos sentimos poco valoradas por el niño y esto nos hace sentirnos dañadas, quizás percibimos que es injusto.
Sin embargo, este pensamiento tampoco se basa en la realidad, es una interpretación errónea. Los motivos que el niño tiene para no hacer lo que le pedimos no suelen estar relacionados con que no nos tiene en cuenta o no nos valora. Probablemente el niño no se plantee nada de eso.
La descripción de la realidad sería más ajustada si la hiciésemos de modo concreto y específico, como “hoy no se ha puesto los calcetines cuando se lo he pedido”, en vez de generalizar e interpretar “no me tiene en cuenta, no le importa que yo llegue tarde al trabajo” o “nunca me hace caso”.
Esta creencia parte de la percepción propia de necesidad de apoyo o ayuda, que muchas veces tenemos de manera insuficiente y acabamos depositando en el niño la responsabilidad de tenernos en cuenta o apoyarnos.
Sería positivo reflexionar si existe esta carencia de apoyo o ayuda por parte de otros adultos en algunas situaciones la que nos lleva a responsabilizar al niño de algo que se escapa de su competencia.
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