Revista Poesía
Nada
Yo era joven
Y aunque no tenía nada,
Nada,
Quería sacarlo todo
De la vida.
Vivía deslumbrado
Por el dulce resplandor.
Era joven
Y no tenía nada;
Pero vivía, sin saberlo,
Los mejores momentos
De mis pobres vidas.
No tenía nada
Y recibía golpe
Tras golpe,
Pero me bastaba
La intensidad del día
Para creer
Que lo tenía todo.
Fue sólo un momento,
Un momento de fuerza,
De romanticismo,
De juventud.
Aquel lejano resplandor
Es todo lo que extraño.
Nunca las pedí
Todo cuanto quise
Es una pizca de infinito,
Diez gramos aunque fuera
De radiante infinito,
Dulce como tus dulces muslos.
Y aunque me fascinaron las estrellas
Te juro que nunca las pedí.
Yo sólo quería que me miraran,
Quería tener para mí
Alguna brizna del infinito
Que a otros les regalan.
Quise la chispa que brilla
En el fondo de tus ojos,
Y tiembla,
Y huye,
Y se va…
Una fina cinta roja
¿Qué fue de vos,
De mí,
De nosotros?
Un cansancio de siglos
Me derrumbó el alma
Y la tarde se llenó
De huesos y palomas.
Te lo juro,
Nunca quise irme
Para siempre.
Nunca supe qué fue de tus cartas;
Estaban allí,
Atadas con una fina cinta roja,
La fina cinta roja
Que una tarde lejana
Temblaba en tu pelo.
Puedo ver todavía
Tu letra pequeña y prolija,
Pero todo se desvaneció,
Se perdió para siempre,
Nunca supe cuándo.
Te lo juro,
Yo nunca lo quise,
Nunca.
La magia de un tilde
No se por qué
Se me ocurrió llamarte Malená,
Un poco a la francesa,
En lugar de Malena.
No se por qué me persiguió
El berretín de hacerte diferente,
Pero me gustaba la dulce dulzura
De aquellos Malená, Malená,
Que llenaban la tarde de violines…
No se por qué me desgarraste
El corazón.
El poeta
Una sola vez lo vi.
Caminaba muy erguido,
La cabeza estática
Levemente inclinada hacia atrás.
El pelo blanco acariciaba las nubes.
Erguido como un joven roble,
Un joven de ochenta años,
Buscó a tientas la silla
Y sus manos pensativas
Acariciaron la mesa
Buscando la taza de te.
Estaba entre nosotros
Pero también en otra parte,
Habitado por los ecos
De vidas pasadas
Y las voces que seguirán resonando
En los laberínticos anaqueles
Poblados de libros.
Ya no está,
Pero su voz inagotable,
Hecha de aves y de rosas,
Sigue flotando
Como una música suave
En las entrelíneas del Tiempo.