Cincodays Bonus…por César del Campo de Acuña
La importancia de…trabajar a gusto
Oigan y que llega el lunes con toda su mala baba para recordarte que el viernes es algo perteneciente al periodo cretácico, que el sábado es una ensoñación romántica y que el domingo fue un tour de forcé en casa de tus suegros. Pero, pero, pero lo que indica invariablemente que es lunes es tu oficina. Esos tubos fluorescentes titilantes que susurran su irritante canción; ese olor a cerrado y productos químicos de limpieza; ese ordenador al que le tienes que poner velas para que arranque rápido y sin dramatismo y sobre todo, esa silla de oficina que parece que la han confeccionado con alambre de espino trenzado, hojas de afeitar oxidas, cristales y cuchillos ya que fundamentalmente pica, corta y pincha como tu tía Frasca la del pueblo. Y lo peor no termina ahí, cuando asientas tus posaderas te engulle en su mortal abrazo a la par que te dice al oído: ponte cómodo chato, que tenemos para 5 días y no sé cuántas horas extras.
No puede ser. Ves la pila de trabajo que, como siempre, tenía que estar para ayer, y te comienzas a revolver en la silla del mismo modo en el que te revolvías en la butaca del festival de cine chipriota en versión original que te tragaste aún no sabes muy bien por qué. Hasta el escritorio te molesta y es entonces cuando las preguntas más peregrinas y absurdas del mundo empiezan a circular por tu mente a la velocidad del sonido; ¿o yo he crecido o la mesa esta ha encogido durante el fin de semana? Te dices en un momento de intima incompetencia mientras clavas las rodillas bajo tu superficie de trabajo. De repente te recuestas sobre el respaldo de tu amiga con cinco ruedas y casi te matas porque el soporte ofrece menos resistencia que el fuelle del acordeón de María Jesús, ya saben la de los Pajaritos. Café, café, café…te lo repites tantas veces que pareces George de la Jungla y en pocos segundo estas echándote al coleto el primero de los muchos cafetitos que van a caer a lo largo de una mañana improductiva y estéril.
¿Es tan difícil invertir algo de capital en mejorar el mobiliario de la oficina? Oigan, que lo digo más que nada por qué en la silla en la que trabajo lleva danzando por estos mundos desde que el walkman era lo último en tecnología. Pero no, aquí en lo único que se pone algo de dinero es en vestir las paredes con deprimentes cuadros, alguna que otra planta y una nueva máquina de bending saca cuartos al ladito de la de café. Gordo y taquicardico no le vas a ser de mucha utilidad a tu empresa asique te armas de valor y le dices a tu jefe que uno de los mejores modos de optimizar el rendimiento de sus empleados es mejorando el entorno laboral por medio de una renovación general del menaje, haciendo especial hincapié en las sillas. Quite, quite -te dice- usted lo que quiere es un sillón como el de el Majarash de Kapurthala para echarse unas siestas que ríase de las de Don Pantuflo Zapatilla. Oiga –respondes- que no, que lo único que le pido es algo moderno, útil, comodo y funcional que indique que esta empresa y sus trabajadores están en el siglo XXI y no haciendo números con un ábaco. Misteriosamente, da su brazo a torcer y te encarga el trabajo después de darte un presupuesto aceptable.
Tú, que eres una fiera en esto de las compras en Internet y que tienes ya cayo hecho a base de horas y horas frente al ordenador en lugar de llamar a la empresa de siempre o buscar en el gran almacén de turno, te decides por un website en el que el mobiliario de oficina y especialmente las sillas no parecen haber escapado de Cuentame o del sótano de un malvado científico loco. Pocos días después, ahí las tienes, nuevecitas, con ese olor a nuevo tan agradable y como le dijiste a tu jefe: cómodas, útiles, funcionales y modernas. Que fácil resulta deslizarse con tu nueva amiga de cinco ruedas por el suelo de la oficina; que sencillo es regular los reposabrazos y el respaldo y que firmeza…vamos, que las silla de tu lugar de trabajo es mejor que cualquiera de las que tienes en tu casa. Así da gusto ir a trabajar, independientemente de que sea lunes, martes, miércoles, jueves o San Viernes. Nada, nada, que hasta tus compañeros te lo agradecen y se respira otro clima por los pasillos. Ya nadie aprovecha cualquier excusa para ir a la máquina de café, ya nadie se pega la bofetada padre por recostarse demasiado en la silla y esas mañanas estériles e improductivas en las que lo más comentado era aquello de: ¿y qué tal el fin de semana? Son cosa del pasado, de un pasado en el que los dolores de espalda estaban a la orden del día y las pocas ganas de trabajar eran una realidad.
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