«Ahorrar es inútil, estudiar una buena carrera es inútil, conseguir comprarse una finca enorme es inútil, todo depende de lo que decidan los altos poderes en un determinado momento. En el momento en que decidieron que el dinero de la zona roja no servía, todos los que habían ahorrado se quedaron absolutamente pobres, les daban unas estampitas y un recibo a cambio y el dinero que tenían no valía para nada, para nada. Cuando unos señores tenían un piso, que al contratarlo, el contrato era vitalicio, cuando decidieron que no era vitalicio, mi madre que tenía un piso para toda la vida y que su mayor alegría era haber tenido un piso, la dijeron que aquel piso no era suyo y que se podía ir porque según la ley que acababan de hacer, cuando el dueño de la finca entera tenía una hija que se casaba o un sacerdote que solicitaba piso o un policía que solicitaba piso, había que echar al inquilino, al vecino que viviese más solo. Entonces, mi madre, sobre la angustia de haberse quedado sola, porque su hijo se había casado y se había ido a otro sitio, tuvo la angustia de perder el piso por la razón de haberse quedado sola. Bueno, con esto, con esto, yo lo que quiero es dar una lección, por mis muchos años me puedo permitir este gusto, a todos los que creen que el futuro está en sus manos y no en las manos de los que se han apoderado del futuro de todos nosotros».
(La silla de Fernando, David Trueba y Luis Alegre, 2006)