Otro ejemplo de la brutal franqueza de Goldwyn surgió de una pequeña conversación que una mañana tuvo con Thornton Wilder. Wilder, además de ser dramaturgo, había ejercido como profesor en diversas universidades. Incluso en el ambiente de los estudios hollywoodienses, conseguía mantener el tono y el porte de un erudito caballero. Aquello impresionaba a Sam, y siempre que el señor Wilder se encontraba en su oficina, Sam trataba de estar a la altura de la atmósfera que la presencia del dramaturgo creaba. Wilder había realizado la adaptación de una historia y había ido a la oficina de Goldwyn para ver cuáles eran las reacciones del gran hombre. La conversación se desarrolló más o menos de esta forma:
W: Presumo que ha leído mi modesto esfuerzo.
G: Sí, sí, señor Wilder, su modesto, eh, sí, lo he leído, señor.
W: ¿Y qué piensa de él, señor Goldwyn?
G: Bueno, a ver, el personaje de sir Malcolm…
W: Justamente. Me temo que no he dado lo mejor de mí con sir Malcolm.
G: No, lo mejor no, señor Wilder.
W: Me temo que resulta psicológicamente inmaduro. Filosóficamente es un tanto…
G: Sí, psicológicamente, me hizo sentir…
W: Creo que sé exactamente a lo que se refiere.
G: Y filo… Bueno, francamente, señor Wilder: sir Malcolm es un gilipollas.
Un árbol es un árbol (King Vidor, Ediciones Paidós, 2003)