
«Tal vez la razón por la que a la gente le resultan más difíciles de aceptar los finales tristes en las películas que en las obras de teatro o en las novelas sea que una buena película te atrapa tanto que un final triste te resulta casi insoportable. Pero depende de la historia, porque hay formas en que el director puede engañar al público, haciéndole esperar un final feliz, y hay formas muy sutiles de hacer que el público sea consciente del hecho de que el personaje está irremediablemente condenado y de que ese final feliz no va a suceder.
Una película criminal es casi como una corrida de toros: tiene un ritual y un patrón que establece que el criminal no va a sobrevivir, de modo que, si bien puedes suspender tu conciencia de esto por un tiempo, situándote muy lejos, tu mente siempre es sabedora de esta pequeña circunstancia y te prepara para el hecho de que no va a tener éxito. Ese tipo de final es más fácil de aceptar.
Una cosa que siempre me ha inquietado un poco es que el final introduce a menudo una nota falsa. Esto se aplica especialmente si se trata de una historia que no insiste en un solo punto, como por ejemplo si la bomba de tiempo explotará en la maleta. Cuando se trata de personajes y de un sentido de la vida, la mayoría de los finales que parecen ser finales son falsos, y posiblemente eso sea lo que perturba a la audiencia: pueden sentir la gratuidad del final triste.
Si terminas una historia con alguien que logra un objetivo, siempre queda algo incompleto porque parece el comienzo de una nueva historia. Lo que más me gusta de John Ford son los finales decepcionantes. A fuerza de pasar de una decepción a otra, uno acaba pensando que está viendo la vida misma y le resulta más fácil de aceptar».
(Stanley Kubrick en The Observer Weekend Review, domingo, 4 de diciembre de 1980, página 21)