Revista Cine

Cine en serie – El destino también juega

Publicado el 01 febrero 2010 por 39escalones

POKER DE FOTOGRAMAS (VI)

¿Dónde va por en medio del desierto del oeste americano un carro fúnebre a toda velocidad? ¿Llega tarde a un entierro? No. ¿Huye de algo o de alguien? ¿De los indios, quizá? Tampoco. Llega tarde nada menos que a una partida de póker. El hombre que conduce (Charles Brickford) es el rico propietario de las pompas fúnebres más solicitadas de Texas, y está recogiendo uno a uno a los jugadores que van a participar en la partida más dura del territorio. Saca de un juzgado casi a rastras a Havershaw (Kevin McCarthy), abogado que no vacila en dejar en el aire la sentencia a muerte de un juicio con tal de no llegar tarde a la partida, y de su casa al millonario Drummond (genial, inconmensurable, Jason Robards), que se marcha de la boda de su propia hija (de la que él dirá más tarde, “es más fea que un limón”) para no llegar tarde al evento que está esperando durante todo el año.

A big hand for a little Lady, de 1966, western que no es un western dirigido por Fielder Cook, pertenece a ese grupo de películas, casi ya un género en sí mismo, que pueden catalogarse como películas con sorpresa, seis años antes que La huella, siete antes de que se rodara El golpe, y décadas antes que otras del mismo tipo como Sospechosos habituales o la argentina Nueve reinas. De camino a una pequeña granja de San Antón, Texas, Meredith (Henry Fonda), Mary (Joanne Woodward), y su hijo de 10 años, se quedan a descansar en un hotel de una ciudad llamada Laredo tras sufrir una avería en la carreta en la que transportan todos sus enseres. A la vez, los hombres más ricos del territorio, empedernidos jugadores de póker, incluyendo al multimillonario Henry Drummond, se reúnen en un reservado del mismo hotel para la más importante partida de póker del Oeste. Meredith, aficionado al juego, pasatiempo que tuvo que abandonar a raíz de la insistencia de su mujer tras haber adquirido en el pasado deudas impagables que pusieron en riesgo su vida y su matrimonio, motivo éste de su huida hacia un rincón perdido de Texas donde no haya salones ni casinos, acaba por azar y con la secreta ambición de aumentar el escaso capital con el que han partido en su aventura en una mesa sin que su mujer lo sepa, jugándose la poca fortuna familiar que poseen y todo su futuro al destino de las cartas. Nervioso, ansioso, malhumorado y cada vez más angustiado, pierde continuamente mientras espera el milagro de un buen juego que le haga multiplicar su dinero y poder abandonar la mesa antes de que su mujer regrese y descubra que ha faltado a su palabra. Sus secretas plegarias son escuchadas, y por fin, cuando apenas le quedan unas pocas fichas sobre la mesa, recibe una mano ganadora. Sin embargo, con el poco dinero que le queda y enfrentado a las mayores fortunas del Estado, no puede cubrir el importe de las apuestas y corre el riesgo de perder todo lo que posee aunque atesora en sus cartas la mejor mano de póker de su vida. La presión es enorme, los nervios, insoportables, y el ataque cardiaco, inevitable. Meredith se desploma mientras estrecha sus valiosas cartas contra el pecho. Su mujer, puritana, moralista antijuego y antialcohol, no tendrá más remedio que, una vez descubierta la traición de su esposo, intentar terminar la partida a pesar de que jamás ha visto una baraja en toda su vida y ni siquiera conoce las reglas del póker.

Esta fabulosa comedia no es la típica película de póker, con cartas, bebidas e interminables manos llenas de tensión. Muy al contrario es una comedia sobre la avaricia, la ambición, la envidia, y termina siéndolo también sobre el amor, la mentira, la venganza y la buena vida. Henry Fonda está estupendo como el humilde y pusilánime futuro granjero Meredith, destacando especialmente el magnífico lenguaje gestual que consigue con apenas unas pocas muecas y expresiones faciales transmitir todas las dudas y ansiedades de alguien que se está jugando la vida, y Joanne Woodward se sale como su estricta y determinante esposa. Pero quien se lleva la película es Jason Robards, espléndido como millonario avaro, cruel, insensible, que sólo vive para esa partida, y que tiene las mejores frases de un guión comedido, irónico, socarrón, lleno de frases lapidarias sobre el amor, las relaciones de pareja o la búsqueda de fortuna, y de ingeniosos exabruptos que mueven a la carcajada. Kevin McCarthy, como estirado y pintón abogado que prefiere ganarse antes a la mujer que el dinero de la partida, y Burgess Meredith como médico que atiende el infarto de Fonda, completan junto a viejas glorias del cine de John Ford, como John Qualen o el propio Brickford, un reparto fantástico.

Una pequeña joya de apenas hora y media de duración, pero con sorpresas, emoción, buenas interpretaciones y mucha tela que cortar, sobre todo una sorpresa insospechada que no se prevé, que no utiliza artificios ni engaños de guión, sin trucos, pero que deja atónito al espectador justo antes de provocarle una sonrisa de satisfacción. Más que recomendable, un deber imprescindible. La sonrisa final y la sensación de haber asistido a una pequeña gran película, a una gigantesca maravilla, es segura; un auténtico pecado perdérsela.

Post realizado con la colaboración de pokerlistings, una de las mejores páginas de poker online


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