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Cine negro de reivindicación racial: El demonio vestido de azul

Publicado el 04 junio 2010 por 39escalones

Cine negro de reivindicación racial: El demonio vestido de azul

Tradicionalmente, y a pesar de ser conocido como cine negro (valga el pésimo chiste), la raza negra no ha contado con excesivo protagonismo dentro del género. Sus personajes casi siempre, y más todavía en la época clásica, de aparecer, lo hacen en papeles subalternos, meros asistentes ocasionales de la trama principal y presencia lejana alrededor de los protagonistas. Esta chocante circunstancia (al menos para el volumen de población de una y otra raza tanto en el conjunto de los habitantes del país como respecto al relacionado con los bajos fondos) intentó ser paliado por Carl Franklin en 1995 con El demonio vestido de azul, una cinta en la que los personajes de raza negra soportan el peso de la película y cuya intriga de fondo se relaciona con las tensiones raciales siempre existentes en la sociedad americana.

Nos encontramos en Los Ángeles de 1948. Ezequiel Rawlins (Denzel Washington, casi siempre correcto) es despedido de su trabajo como mecánico, lo que pone en peligro el pago de su hipoteca. “Easy”, que es como le llaman, es uno de los pocos obreros de su barrio que ha conseguido erigirse en propietario de una bonita casa con jardín en la que espera que su vida discurra plácida y sin sobresaltos, tomando café en el porche y saliendo con amigos a tomar unos tragos. Sus expectativas son tan tranquilas como oscuro es el pasado que le trajo a la ciudad, con algunas brumas alrededor de un asesinato que, o bien ayudó a cometer, o bien en el que estaba mezclado. Quizá alguna experiencia acumulada, además de la necesidad económica, le lleva a aceptar el encargo de un tipo de dudosa calaña (Tom Sizemore, histriónico como casi siempre), para que busque a una mujer blanca y muy hermosa que se ha esfumado unos días atrás y por cuya localización un hombre adinerado está dispuesto a soltar una buena suma. “Easy” sólo tiene una pista de la que partir: le gusta frecuentar clubes de jazz y, por tanto, alternar con la gente de raza negra. Él domina ese ambiente y cree que no le resultará difícil ganarse unos buenos dólares, pero, cómo no, de repente la cosa se complica y se ve envuelto en un par de asesinatos, uno de ellos de una persona muy cercana, y la autoría de ambos apunta a que esa mujer desaparecida oculta enormes secretos por los que algunos pagan y otros matan, mientras que él se antoja el hombre de paja que puede cargar con el mochuelo.

La película está impregnada del sabor clásico del cine negro de los cuarenta y cuenta con una puesta en escena sobresaliente que va acompañada de una magnífica banda sonora especialmente brillante en cuanto a aires jazzísticos. El continuo homenaje plano a plano a un cine ya desaparecido se complementa con una trama que cumple a pies juntillas los mandamientos del género: un hombre que narra como voz en off el asunto turbio en el que ha andado envuelto, una mujer fatal por la que los hombres enloquecen, tramas que acontecen en los bajos fondos, matones, esbirros y dobles juegos, ciertos toques de violencia, algunos de ellos incluso de cierta crudeza, y las inevitables conexiones políticas que se encuentran como un ovillo al final del hilo y que en esta ocasión tienen que ver con el amor, las reputaciones públicas y la carrera electoral por la alcaldía de la ciudad entre un adúltero y un pedófilo.

Cine negro de reivindicación racial: El demonio vestido de azul

Dirigida con estilo y pericia, la película peca quizá de confusa. Son demasiadas cosas las que se cuentan y no todas se ven, y eso conlleva, inevitablemente, cierta dificultad por parte del espectador a la hora de comprender por dónde van los tiros (o mejor, de dónde vienen) a la vez que hacerse una composición de lugar y cronología de por qué y cómo han pasado las cosas que han pasado, resulta tarea harto complicada. El hallazgo de la mujer (la Jennifer Beals de Flashdance, desaparecida en combate tras aquel fulminante éxito) abre una derivación de la trama en la que el personaje de Denzel Washington sabe cosas que de las que el público no ha sido informado, o bien, no puede saber, y por tanto el efecto de intriga y suspense queda demasiado asociado al resultado de la acción física y demasiado poco a la deducción y a la anticipación de acontecimientos. Así, el espectador se ve continuamente sorprendido por giros, nuevos datos y situaciones que en algunos casos es incapaz de prever, con lo que se refuerza cierta frialdad y distancia en la narración de los hechos, quizá sólo rotas por la aparición de un magnífico Don Cheadle como rufián proveniente del pasado texano de “Easy”, que también estuvo implicado en los sucesos que causaron su emigración a California, y que es tan impulsivo en sus relaciones personales como en el manejo de las pistolas que porta. Ese aire fresco en la narración sin embargo resulta un tanto postizo, dado que pocas son las funciones de Cheadle en la historia más allá de aportar violencia, algo de humor y unas respuestas a huecos de guión que difícilmente podrían resolverse de otro modo y que, no obstante, no llegan a completarse del todo. Esa sensación de precariedad viene complementada con el clímax final, que se deshincha sin llegar a eclosionar por sí mismo.

No obstante, se trata de un filme disfrutable en su primer visionado (aunque no llega a repeler en los siguientes) que, además de permitir disfrutar de una escenografía magnífica, remite directamente a los clásicos de un género demasiado poco tocado hoy en día, al menos en sus aspectos y estéticas más tradicionales, si bien anda algo justito en cuanto a interpretaciones (no funcionó del todo bien el casting o, como poco, no le hubiera ido nada mal a la protagonista femenina algo más de carnalidad para hacer más creíbles sus avatares) y ciertas ideas del guión (como la duplicidad de “Easy”, un personaje que oscila entre lo honrado y lo canallesco), quedan en el aire con flecos sin cerrar, y aunque el final de la historia resulte un tanto descafeinado.


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