
Las vastas referencias en CineClub le aumentan a uno ese vacío que debería más bien estar repleto de películas. Ya me he agenciado unas cuantas para entender con propiedad, las interesantes reflexiones con las cuales pretende atrapar la atención de su hijo (y de los lectores). Empecé con Un tranvía llamado deseo y después entendí por qué Marlon Brando era Marlon Brando. Como el mismo Gilmour señala: “fue la obra en la que dejaron que el genio saliera de la botella; literalmente cambió el estilo de interpretación en Estados Unidos”. Incluso cuando la obra de Tennessee Williams fue llevada a las tablas en Broadway (1949), otros actores que también iban a hacer lo propio encarnando a Stanley Kowalski, después de ver a Brando, más nunca tomaron el papel; “del mismo modo que a Virginia Woolf le entraron ganas de abandonar la escritura [–sí, Virginia Woolf–] cuando leyó a Proust por primera vez”.
El libro está repleto de anécdotas de actores, directores y películas, y lo más apremiante es ver cómo el desesperado padre ante su hijo descarrilado, le va incorporando dentro de su rutina la asignación de ver unas películas para que aprenda algo, para que reflexione sobre su situación. Jesse un buen día decidió no hacer nada de nada. Abandonó sus estudios para entregarse al más completo, depresivo e inútil ocio. La única condición que su padre le puso ante su dejadez, amén de tener techo, comida y de no aportar ni un centavo al hogar, fue que vieran juntos tres películas a la semana para luego analizarlas. Sin duda y como bien dice la portada del libro, una educación nada convencional para un adolescente que aún no ha conseguido su rumbo. Una lectura entretenida y que deja muy claro que hay muchas películas por ver.