Recuerdo que cuando era pequeño -de eso hace ya varios años- me gustaba ver crecer las plantas, ya veis qué tontería. Me fascinaba el milagro de su desarrollo, pero claro, había una pega, y es que salvo en las primeras fases de germinación de la semilla, su crecimiento es lento, casi inapreciable en el día a día, algo bastante desesperante para la impaciencia de un niño. Así que saqué una deducción lógica: si los mayores me decían que tenía que beber abundante leche para crecer mucho y rápido, la solución a mis problemas era regar copiosamente mis macetas con leche. Murieron todas, claro.
No sé por qué, esta absurda anécdota personal vino a mi memoria mientras veía 'Silent Running (Naves Misteriosas)', la película que hoy nos ocupa. Ese protagonista vestido a veces de Jesucristo hippie y a veces de mecánico de Bultaco me parecía casi tan ingenuo como lo era yo en la niñez, quizá más, porque yo al menos sabía que las plantas necesitan luz. Eso sí, sus macetas, esos enormes domos con estructura geodésica que navegan por el espacio y en donde se conservan los distintos ecosistemas terrestres, molan mucho más que mis pequeños tiestos de céntrico balcón.
No es el único paralelismo que encontraba con mi infancia, a mí entonces también me gustaba jugar con soldaditos y muñecos mecánicos en general, les hablaba y creaba con ellos realidades imaginadas, igual que hace él con los drones, esos robots bajitos manejados por tullidos sin piernas en los que hay quien ha visto un precedente del R2D2 de 'Star Wars (La Guerra de las Galaxias - George Lucas, 1977)', a los que trata como personas, ante el estupor de los propios drones y del espectador que esto escribe.
Efectivamente, en este cinefórum vamos a incumplir una de nuestras normas habituales, no opinar sobre la película y limitarnos a dar datos sobre su gestación, producción, etc. Como lo que vengo diciendo y diré quizá no sea todo lo halagador que se merece una película considerada por algunos de culto, tal vez dé pie a un interesante debate en los comentarios. Así lo espero al menos.
Se supone que estamos ante una de ciencia-ficción ecologista, pero la verdad es que yo no lo veo por ningún sitio. El ecologismo, en cualquiera de sus muchas formas y simplificando mucho, es un movimiento reivindicativo que busca la preservación de la vida en la tierra. Parece que ese es el punto de partida de la película: ante una serie de hechos que desconocemos, los bosques y en general la diversidad vegetal y animal se han extinguido en el planeta azul, que imagino que ya no será tan azul, así que se ponen en órbita esas estupendas naves, con los domos de los que habábamos antes, pensando en la posible reintroducción de las especies en un futuro mejor.
Sin entrar a preguntarnos cómo es posible la vida humana en una tierra sin vegetación y por lo tanto sin fauna, el caso es que en determinado momento los que mandan deciden que vaya tontería eso de mantener las enormes macetas por el espacio, con lo que eso debe costar, que mucho mejor dinamitarlas y dedicar las naves al tráfico comercial. Esto es de lo más realista que tiene la película, como bien podemos comprobar diariamente en cualquier periódico o noticiario.
Y ahí es donde se produce el conflicto, por un lado nuestro protagonista mesiánico que no asume nada bien que le quieran quitar las macetas a las que ha dedicado los últimos años de su vida, y por otro los tres tripulantes gamberros y un pelín descerebrados, que están encantados de que se acabe una misión tan petarda. La discusión que se produce entre ellos es muy esclarecedora. Los segundos defienden la decisión porque total, en la tierra todo el mundo es feliz, ya no hay guerras, ni hambre, hay una temperatura constante de 25 grados (o así) y pleno empleo (hoy más de dos estarían dispuestos a quemar el Amazonas para conseguirlo), así que ¿para qué se necesitan lechugas? El protagonista rebate con sólidos argumentos, tales como que la humanidad está tan adocenada que ya no está dispuesta ni a asaltar una frontera (¡toma ya!), y sobre todo, que destruir lo único que queda de la naturaleza que fue es renunciar a la belleza. No se me ocurre un argumento menos natural que éste, la verdad, siendo la belleza una construcción puramente humana. Por lo menos a ese niño que recuerdo, lo que le atraía de sus plantas era ver la vida en acción, algo mucho más ecológico aun desde la ignorancia de qué suponía tal cosa.
El caso es que Freeman Lowell, que así se llama el personaje, decide salvar al menos uno de los domos y desaparecer en el espacio, hacia la nada. Seamos benevolentes y pensemos que lo que pretende es preservar ese trocito natural para futuras generaciones, amantes de la belleza, que lo puedan encontrar. Aunque en realidad la impresión que da es que no está dispuesto a dejar de escardar cebollinos y comer melones. Por fortuna al final de la película, si es que se consigue llegar hasta allí, nuestro héroe se redime en un sacrificio muy propio de su hábito. Con él probablemente consigue tranquilizar su atormentada conciencia, ganarse el cielo y poco más, porque la vida útil de los bombillones no augura ningún futuro a la supermaceta que queda a la deriva.
Para aderezar la ensalada contamos con bellas tonadas de Joan Baez, mujer comprometida con las luchas de los sesenta y que me cae especialmente bien desde que vi el documental 'No Direction Home' (Martin Scorsese, 2005) en el que ponía a parir a mi adorado Bob Dylan, pero a la que no soporto cantando. Su voz impostada y su duuuuuuulce cadencia aportan un punto meloso que al menos a mí me empalaga. Y junto a esta sutil y sumamente tangencial referencia contestataria, mucha bandera, discursillo patriótico y Dios salve a América.
Venga, diré algo bueno: los efectos especiales se sostienen a pesar del "ajustado" presupuesto de alrededor de un millón de dólares, al menos viéndolos en pantalla pequeña. Y eso a pesar de que los paseos por el exterior de la nave dan mucha risa. No recuerdo ahora otra película de ciencia-ficción donde la ingravidez tenga menos presencia. En algo desde luego se tenía que notar la experiencia de Douglas Trumbull, novato en la dirección pero con el pedigree de haber sido el responsable de los efectos espaciales de '2001: A Space Odyssey (2001: Una odisea del espacio - Stanley Kubrick, 1968)'. Posteriormente se encargó también de los efectos de 'The Andromeda Strain (La amenaza de Andrómeda - Robert Wise, 1971)', 'Close Encounters of the Third Kind (Encuentros en la tercera fase - Steven Spielberg, 1977) y 'Blade Runner' (Ridley Scott, 1982), nada menos. Parece que en la actualidad se dedica al desarrollo de tecnología para parques temáticos.
Por cierto, que si os preguntáis dónde se rodaron esas magníficas secuencias del interior de la nave, con carrera de carts incluida, fue en un portaaviones.
El guión sin ambargo es flojito, no se nota que detrás de él hay gente de la talla de Steven Bochco, quién hizo guiones en episodios de 'Ironside (Ironside, 1967)', 'Colombo (Columbo, en distintos años)' 'McMillan y esposa (McMillan and Wife, 1971)' o 'Canción triste de Hill Street (Hill Street Blues, 1981)', o de Michael Cimino, director entre otras de 'The Deer Hunter (El cazador, 1978)', 'Heaven´s Gate (La puerta del cielo, 1980)' y 'Year of the Dragon (Manhattan Sur, 1985)'. Parece que tuvieron un mal día.
Pero lo peor son las interpretaciones, probable- mente fruto de una mala dirección de actores. Poco creíbles, exageradas en ocasiones y patéticas en algunos momentos, como en la vergonzante escena de la partida de poker con los drones, donde éstos están mucho mejor que Bruce Dern, padre por cierto de Laura Dern y frio asesino por la espalda de John Wayne en 'The Cowboys (Los cowboys, 1972)'. (Lo cuál me viene al pelo para desvariar y contar un anécdota de esta película. Wayne advirtió a Dern: "Estados Unidos te odiará por ello." Y Dern le respondió con ironía: "Sí, pero me amarán en Berkeley.")
El caso es que es una pena, porque la película es una consecuencia del entusiasmo de los ejecutivos de la Universal tras el éxito de 'Easy Rider (Buscando mi destino - Dennis Hopper, 1969)', que les hizo embarcarse en la financiación de cinco producciones semiindependientes, entre ellas 'Naves Misteriosas', comprometiéndose a no interferir en el rodaje y a respetar el montaje del director. Trumbull, en poco más de un mes dilapidó la oportunidad y consiguió poner en las pantallas un absoluto fracaso comercial, aunque hay quien dice que esto se debió a la falta de promoción.
De cualquier manera mi recomendación para el que no la haya podido disfrutar es que no me haga ni caso, que la vea y si puede ser que comente por aquí. He podido leer por ahí que ésta es una de las películas favoritas de Steven Spielberg, y es indudable que este señor entiende bastante más de cine que yo, así que... Y aquellos que la habéis visto, me gustaría mucho que nos dieseis vuestra opinión.
En el próximo Cinefórum hablaremos de...
La Torre de los Siete Jorobados
Para el Cinefórum del 21 de noviembrevamos a cambiar totalmente de estilo. Os proponemos comentar 'La Torre de los Siete Jorobados', película dirigida en 1944 por Edgar Neville tomando como base la novela de 1924 (o 1920, según algunos) de Emilio Carrere (aunque al parecer varios capítulos los escribió Jesús de Aragón por mandato del editor, ya que Carrere la entregó incompleta). Por si os interesa, ha salido hace poco una edición en DVD que merece la pena.
Como siempre, os dejamos unos enlaces por si queréis echarles un vistazo. Para empezar, podéis leer en la página de la UCM el trabajo de Lenina M. Méndez, "La torre de los siete jorobados: Una obra a ocho manos". Si os apetece, podés seguir con el texto escrito por Ana Rosa García Cabezón sobre la película y que encontramos en grancanariaweb. Como siempre, nos parece de interés revisar las opiniones de otros espectadores en Filmaffinity.
Si no encontráis una copia mejor, podéis ver la película aquí: