Raúl Perrone desoye los imperativos de nuestro presente. A contramano del culto a la autorreferencialidad, al gif animado, a la estética publicitaria, a las citas facebookianas, a las fórmulas creativas exitosas, el cineasta oriundo de Ituzaingó nos sopapea con otra película anti-autor, que dura dos horas, donde intervienen personajes feos, sucios… y cínicos que leen, recitan, dicen textos de Arthur Rimbaud, Pier Paolo Pasolini, Enrique Santos Discépolo.
El perro nos saca a dentelladas de nuestra zona de confort para encerrarnos en una fábrica en desuso, junto con sus ocupantes: un lumpen levemente estratificado y por momento portavoz de una poética lejana. Antes de recluirnos en ese espacio y tiempo inquietantes, el realizador nos recuerda el origen y algunos postulados de la corriente filosófica que Antístenes fundó en Grecia a mediados del siglo IV antes de Cristo.
Queda a criterio del espectador en qué consiste la relación entre los cínicos de la Antigüedad y los indigentes gobernados por un rey débil y debilitado, con nombre de poeta (Íbico). En principio éstos son herederos de aquéllos en un contexto de desamparo y vulnerabilidad mucho mayor. Si éste es un adelanto de nuestro futuro como entendieron algunos críticos, entonces estamos ante un Perrone profundamente pesimista.
Hay otras alegorías con las que el público debe lidiar. Por ejemplo, en torno al mismo monarca añoso, la contraposición entre algunos elementos cristianos (la portación de una corona improvisada, la fidelidad de una mujer con rasgos magdalenianos) y el graffiti que anuncia al Anti-Cristo. También la aparición de un rival –encarnado por el gran Roly Serrano– que, en vez de atesorar y compartir con acólitos y súbditos hojas de libros, las arranca, mastica, escupe.
Perrone le encomendó el rol de la Magdalena sugerida a la ex esposa del conductor Marcelo Tinelli. Sin dudas se trata de un acto subversivo para los espectadores que seguimos asociando a Paula Robles con nuestro statu quo mediático.