Recordará usted los homenajes de Zapatero a José Couso, cámara de Tele5 muerto en Bagdad, el 8 de abril de 2003, declarándolo víctima de un “asesinato” de Bush y de Aznar.
Zapatero condenaba públicamente aquella muerte porque era su manera de erosionar políticamente a Aznar, que apoyaba a los americanos, aunque todavía no había enviado tropas a Irak.
Ya por entonces los dirigentes del PSOE sabían que Couso había sido víctima de uno de los muchos errores que ocurren en las guerras. Pero servía para agitar.
Cuando alcanzó el poder, un año después, Zapatero trató de que el juez Santiago Pedraz no procesara a los tanquistas estadounidenses que mataron al cámara, recuerdan ahora los papeles de WikiLeaks.
Los tanquistas habían creído que, a un kilómetro de distancia, los teleobjetivos de un cámara ucraniano de la BBC que filmaban desde la planta 15 del hotel Palestina, y de Couso, en la planta 14, eran de observadores que dirigían a los francotiradores iraquíes que los acosaban.
Dispararon un obús al piso 15 y mataron al ucraniano e hirieron de muerte a Couso, periodista con contrato temporal “por obra”, sistema de desprotección laboral que ninguna empresa decente le hace firmar a quien envía a una guerra.
En la Audiencia Nacional estaba el ambicioso Pedraz. Procesó por asesinato a los tanquistas. Su gran momento para usurparle el estrellato a Baltasar Garzón, especialista en buscar causas notorias estirando las leyes hasta romper su elasticidad: ahora es alguacil alguacilado.
Zapatero le ordenó a la Fiscalía del Estado que la causa de Couso no prosperara. Era un caso erróneo, había cumplido su misión contra Aznar, y molestaba a los americanos.
Y llegó WikiLeaks para ratificar en negro sobre blanco la impúdica doblez, el cinismo y la hipocresía zapateril.