En 1925 se organizó una expedición británico-americana para excavar la ciudad sumeria de Ur, en el sur de la actual Iraq. Situada cerca del río Éufrates, Ur había florecido entre 3.000 y 2.000 años a.C. Era una más de las ciudades-estado de Sumer, en la antigua Mesopotamia.
A pesar de que sus edificios habían desaparecido bajo el desierto, el nombre de Ur se había conservado porque aparecía mencionado en la Biblia como el lugar de nacimiento de Abraham. Sin embargo, no fue hasta comienzos del siglo XX cuando los arqueólogos pudieron estar seguros de que Ur estaba situada en Iraq. Ello fue posible gracias al descubrimiento de algunas tablillas de arcilla inscritas, encontradas en un lugar conocido en la región como Tell al-Muqayyar. Cuando las tablillas fueron descifradas, se observó que mencionaban a un rey llamado Ur-Nammu, del que sabíamos que se había convertido en el rey de Ur aproximadamente en 2112 a.C. De modo que cuando comenzaron a excavar al-Muqayyar, los arqueólogos conocían ya el nombre de la ciudad antigua. A pesar de ello, no se podían imaginar los tesoros que encontrarían en ella.
El director de la expedición era un británico llamado sir Leonard Woolley, uno de los más sobresalientes arqueólogos de la época. La excavación de Ur duró 12 años y fue el punto culminante de su carrera. Trabajando incansablemente con un equipo de hasta 400 trabajadores locales, Woolley y su equipo no tardaron en desenterrar plantas de casas y templos, rescatando muchos objetos de la vida diaria de entre la arena y el polvo. Descubrieron que las calles de Ur eran estrechas. Algunas seguían un plan predeterminado, pero otras sencillamente se retorcían en torno a grupos de pequeñas casas. Los edificios estaban hechos de adobes y construidos alrededor de un patio central. Los suelos se cubrían con esteras de caña. Los muebles eran en su mayor parte mesas bajas, taburetes y sillas.
El cementerio real en Ur
Los descubrimientos más espectaculares tuvieron lugar, en el cementerio real. Contenía más de 1.800 tumbas, la mayoría de gente corriente. Sin embargo, 17 de estas tumbas eran mayores que las demás y estaban construidas con más solidez, a base de piedra o ladrillo. También contenían mucha riqueza en forma de objetos preciosos hechos de oro y plata, a menudo engastados con gemas. Sólo dos de estas 17 tumbas habían escapado al saqueo de los ladrones, pero se encontraron inscripciones y nombres de reyes, lo que convenció a Woolley de que eran las tumbas de los soberanos de Ur.
Los arqueólogos tuvieron mucho cuidado al excavar. Una de sus técnicas incluía derramar parafina sobre los objetos delicados para evitar que se desmoronaran al levantarlos. Enseguida comenzaron a aparecer objetos maravillosos, algunos de más de 4.500 años de antigüedad. Entre ellos había estatuas, collares, cuentas y tocados femeninos decorados con finísimas láminas de oro en forma de hojas de sauce y haya. También apareció un casco de hierro martilleado, que una vez llevó puesto un rey llamado Meskalamdu. Tiene pequeños agujeros en torno al borde para sujeciones que permitían unirle un forro de tela, restos del cual se encontraron en el interior.
No obstante, quizá el más fascinante de todos los hallazgos sea una pequeña caja de madera que se conoce como el *Estandarte de Ur. Está taraceada con conchas y lapislázuli, y puede haber sido la caja de resonancia de una lira. Lo que la hace fascinante son las imágenes taraceadas de sus lados largos y la luz que arrojan sobre la vida sumeria. Uno de los paneles contiene una fiesta regia y el otro una escena de guerra. Los dos paneles estrechos también poseen una decoración elaborada. Uno de ellos presenta a un carnero siendo sacrificado a los dioses.
Las redes comerciales en Ur
Además de por la información que aportan sobre los rituales funerarios de Ur y las habilidades de sus artesanos, los hallazgos muestran los patrones de su comercio y las gentes con quienes comerciaban. El lapislázuli, por ejemplo, se sabe que procedía de Afganistán, que también pudo haber sido la fuente del estaño. Este metal era especialmente apreciado porque, al ser mezclado con cobre, produce bronce. Las conchas procedían del golfo Pérsico. La cornalina, una piedra roja, fue traída de lo que hoy es Irán, mientras que la madera llegó de las montañas Amanus, al noroeste de Siria, bajando por el río Eufrates.
Si Woolley consiguió mucha información de los artefactos y tumbas de Ur, todavía más obtuvo de una colección de más de 200 textos conservados en tablillas de arcilla. Contenían listas de animales y materiales, como pescado, ovejas, cabras y árboles, así como los nombres de diferentes personas y su profesión. Nos informan de que los habitantes de Ur tenían ocupaciones muy especializadas, incluidas las de carpintero, herrero, jardinero, cocinero y fabricante de ladrillos. Las tablillas también describen aspectos de la ley. Si un hombre quería divorciarse de su esposa, por ejemplo, sólo tenía que pagar una determinada cantidad de dinero. También tenía derecho a vender a sus hijos como esclavos si así lo deseaba.
La edad de oro de Ur duró unos 100 años, durante los reinados de Ur-Nammu y sus sucesores. Este rey fue el responsable de la reconstrucción del gran templo de la ciudad, una pirámide escalonada o zigurat. Aunque sólo se conserva su base, las excavaciones han demostrado que era una sólida estructura hecha de ladrillos. Se elevaba hasta los 21 metros de altura en tres pisos, todos conectados mediante escaleras exteriores. En la cima había un pequeño santuario donde tenían lugar los rituales sagrados. Este zigurat, como otros de la región, fue construido para asemejarse a una montaña sagrada, un lugar en donde los humanos pudieran permanecer más cerca de los dioses. El patrón de Ur era Nanna, el dios de la Luna.
El final de Ur se produjo en torno al 2000. a.C. Los elamitas la invadieron desde el oeste y destruyeron la ciudad. Con el paso de los siglos, sus ruinas fueron decayendo hasta terminar completamente cubiertas por la arena. Sin embargo, su destino era, 4.000 años después, sacar sus tesoros a la luz.
El gran pozo de la muerte
Durante sus excavaciones, Woolley encontró pruebas de que los habitantes de Ur practicaban un nefasto y ciertamente cruel ritual de enterramiento. A partir de los esqueletos encontrados en las tumbas, estaba claro que cuando un rey o reina moría se esperaba que sus servidores murieran con ellos y los acompañaran en la otra vida. Aparentemente, en un funeral regio, los servidores seguían al cuerpo sin vida de su soberano hasta dentro de la tumba.
Entonces, habiéndose colocado según su importancia, bebían veneno y se tumbaban a esperar la muerte. No está claro si lo hacían voluntariamente o si eran ejecutados.
La más clara evidencia de que esta práctica se realizaba fue encontrada en la mayor de las tumbas de Ur, que contenía 74 esqueletos, en su mayor parte de mujeres. Llamada el Gran Pozo de la Muerte, la tumba medía 2,3 metros cuadrados. Woolley pudo comprobar que las víctimas se habían vestido para su final. Cintas de oro se encontraron entre los huesos, junto a cuentas de oro y lapislázuli, amén de hojas de oro de los tocados. También había arpas, decoradas con oro y plata, y dos estatuas de carnero, talladas en madera y luego recubiertas de concha, oro y lapislázuli.