Sin embargo, olvidamos con frecuencia que la realidad fue mucho más compleja, y que los grupos étnicos, ascendentes y vínculos familiares, linajes y títulos eran causas principales en las alianzas, las batallas, los asentamientos y las fundaciones de nuevas ciudades.
En un confín remoto de la provincia de Toledo, encontramos las ruinas de la ciudad y alcazaba islámica de Vascos, en el municipio de Navalmoralejo que fue fundada por la tribu bereber de Nafta.
Estas gentes acompañaron a los árabes de Tarik en el siglo VIII cuando penetraron en la Península y procedían del norte de Marruecos; durante su dominio musulmán, Vascos siempre fue conocida como Nafza, y se convirtió en una ciudad de gran interés estratégico, al controlar uno de los principales vados del río Tajo, y a partir del siglo XI las comunicaciones entre Badajoz y Toledo, reinos de Taifas independientes y a veces enfrenados.
Su nombre parece ser una degeneración del árabe Basak, nombre que recibía el distrito occidental del reino de Talavera donde se encuentra la ciudad. Lo más sorprendente de Vascos es sin duda su castillo-alcazaba y su recinto amurallado, que aprovecha parte de un risco cortado a pico sobre el Tajo para garantizar su inexpugnabilidad
Tras atravesar con el coche kilómetros de soledades en la comarca de la Jara toledana, la visión del conjunto es similar a la de los viajeros occidentales que encontraron Lhasa, en el Tibet. En los últimos 25 años se han repetido las campañas de excavaciones arqueológicas, lo cual no oculta la necesidad de continuarlas ante la impresión general de los expertos, pues es muy posible que el yacimiento pueda depararnos innumerables sorpresas. Entre otras cuestiones pendientes, seguimos sin conocer cómo y en qué momento esta ciudad que llegó a albergar 3000 almas, fue abandonada y sepultada en el olvido. Las fuentes documentales de Al-Andalus apenas ofrecen referencia sobre este enclave y sobre su desconocido final.
Al encontrarse monedas del tiempo de Alfonso VI, se ha supuesto que los cristianos conquistaron la plaza y decidieron no repoblarla; sin embargo, teniendo en cuenta el grado de desarrollo que había adquirido la medina y la reutilización de materiales de un asentamiento visigodo, no dejar de resultar paradójico que no se hubiese intentado una continuidad en su poblamiento. Todo esto ha dado lugar a cientos de hipótesis basadas en la imaginación y fantasía de las gentes.
Hoy su acceso es difícil y solitario, a través de una pista irregular de tierra prensada, pero hubo un tiempo en que Vascos contaba con baños de gustos árabes, alfareros, herreros, curtidores, zocos, mezquitas, tiendas… En la Alcazaba el gobernador recibía a los embajadores de los reinos vecinos, y controlaba la vecina frontera en esas montañas de Gredos, que ya eran dominio de los infieles. En sus aledaños se han conversado los restos de una pequeña mezquita, probablemente centro de una madrasa o escuela coránica, pues sus pequeñas dimensiones hacen suponer la existencia de otra mucho más grande.
Las plantas de numerosas viviendas han sido recuperadas, y han arrojado interesantes datos sobre las formas de vida de Vascos, eminentemente rurales con especial dedicación por la ganadería y la artesanía. Al exterior de la medina, fuera del recinto amurallado, se han sacado la luz algunos lienzos de una fundición de metales posiblemente destinada a la fabricación de armas, que constituiría una de sus principales fuentes de riqueza.
También en el exterior se han identificado dos cementerios, con gran cantidad de túmulos orientados hacia La Meca, que han permitido hacer estimaciones sobre la población que Vascos llegó a albergar. A pesar de los trabajos de restauración, enseguida se adueña de nosotros un sentimiento de profundo descubrimiento, más quizás por lo que aún no se puede ver, y que nos anima a caminar por el entorno.
El paisaje que rodea el conjunto es una gran belleza, un bosque mediterráneo de encinas y madroños en el que es frecuente cruzarse con venados y águilas reales; al llegar al Tajo se encrespa en riscos, roquedales airosos y una vegetación de rebollares que en primavera estalla en una amplia paleta de verdes. Hoy las torres de vigilancia de la alcazaba de Vascos ya no controlan el paso de princesas moras y guerreros procedentes de las montañas, y se conforman con ver el paso de las pochas y grullas que se acercan al río a saciar su sed.
Alfredo Orte Sánchez
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