Revista Psicología

Clases sociales y movilidad social

Por Gonzalo

Dinámica de las clases: movilidad, élites y conflicto.

Dícese que hay movilidad social horizontal  cuando un individuo cambia de lugar en la estructura social sin cambiar de clase; ése es el caso del obrero que cambia de fábrica, o hasta de ocupación, sin ganar ni perder prestigio o ingresos.

Se llama vertical  cuando el cambio de posición entraña cambio en el estatus; este cambio puede ocurrir dentro de una misma clase o  bien entrañar un paso a otra clase. Según ello, la movilidad puede ser ascendente o descendente.

El volumen de la movilidad varía según las sociedades, y también dentro de cada sector de ellas. Por lo general las sociedades de estructura clasista premoderna tienen un volumen de movilidad mucho más bajo que el de una sociedad industrializada, en la que el mercado de trabajo y la competición relativamente abierta por las ocupaciones impone traslados geográficos, así como promociones regulares.

Mas ello no significa que las sociedades tradicionales estén al abrigo de la movilidad: sociedades europeas de apariencia poco móvil, como puedan haber sido Sicilia o Andalucía en tiempos recientes, al ser fuentes de intensa emigración, producían movilidad social de todo tipo, aunque a veces ésta cumpliera en los países de asentamiento de los emigrantes.

Lo mismo ocurre con la emigración de los africanos hacia Europa, en pleno siglo XXI. Tal vez se ganen mejor el sustento, pero frecuentemente siguen perteneciendo a las clases subordinadas.

Las causas de la movilidad son de índole muy diversa, pues no dependen solamente de la estructura económica de una sociedad dada, sino también de sus valores. En ciertas culturas, como las de origen calvinista o la judía, los niños son socializados según principios individualistas de autosuperación constante y de valoración del trabajo como una ética buena en sí misma, que permite subir y “abrirse camino en la vida”.

Otras, como la de las comunidades indias del Perú, socializan a sus vástagos según unos principios más fatalistas, que fomentan la resignación y la aceptación de “los hechos de la vida”: sobre estas actitudes populares se ha podido atrincherar tradicionalmente la burguesía limeña de origen hispano, la aristocracia andaluza o siciliana y tantos otros estamentos dominantes que gozan y gozaron de posiciones de privilegio.

Hay también otros factores que dificultan la movilidad ascendente de personas bien dotadas hacia lugares de mayor responsabilidad e influencia, que son mucho menos difusos y mucho más institucionalizados que los sistemas de valores.

Por ejemplo, en muchos países, las clases dominantes perpetúan su dominio con el control de la educación, el mantenimiento de los derechos hereditarios, además del consabido alto grado de endogamia y el control político del statu quo.

Aunque este fenómeno es universal, su intensidad es variable. Así, la burguesía inglesa no ha podido frenar del todo el sistema progresivo de impuestos y contribuciones sobre las ganancias que han debilitado en parte su poder económico, pero ha mantenido muchos de sus privilegios por otros medios, que van de la intensa participación política a través del partido conservador al cultivo permanente de la educación de sus vástagos en escuelas de élite.

Su preeminencia, empero, es muy diversa de la de los grupos dirigentes y las clases altas de Portugal o Grecia hasta 1974, quienes poseían un control mucho más directo del aparato político, el cual utilizaban para mantenerse como colectivos excepcionalmente privilegiados, comprometidos con regímenes dictatoriales.

Para entender cabalmente la movilidad social es esencial distinguir entre la movilidad constante  (o de “suma cero”),  en la que por cada individuo que asciende hay otro que baja, y la variable.

En la primera, cada vez que alguien deja vacante un puesto otra persona -que hasta puede provenir de un estrato inferior- lo ocupa. A través del tiempo esta suerte de movilidad no se altera. En contraste con ella, hay una movilidad estructural creciente  cuando se aumenta el número de puestos que ocupar y se amplía la base social de incorporación.

Así, si incrementamos el número de magistrados, científicos, ingenieros, parlamentarios, educadores, y abrimos su acceso a ambos sexos, o a cualquier ciudadano que aspire a esas profesiones, dotado de la debida preparación, aumentaremos también la movilidad ascendente de un determinado país.

En las sociedades más estáticas la movilidad es más rígida y constante. En las más dinámicas, y sobre todo, las que más progresan, se percibe un aumento del volumen de la movilidad ascendente: hay en ellas más lugar para puestos deseables o de mayor responsabilidad.

La igualdad de oportunidades  es crucial para la promoción de la movilidad creciente, así como para hacer más abierta y justa una sociedad. Naturalmente, una consecuencia de su aumento es, en algunos casos, la disminución relativa del privilegio y hasta el prestigio que tenían en mayores condiciones de rigidez los puestos de acceso más restringido, pero los beneficios para todos son obvios.

Si abundan los ingenieros, por ejemplo, su alto prestigio social puede disminuir algo, pero las sociedades cuyo capital humano  incluye muchos ingenieros son màs prósperas que aquellas en que escasean.

La consideración de la movilidad social nos conduce al fenómeno de las élites. Las élites sociales, que no pueden confundirse totalmente con los grupos dominantes, son aquellos “conjuntos de personas  que poseen los índices más altos en su especialidad”, como señaló Vilfredo Pareto.

Por ende, en toda sociedad habrá élites en el poder y élites fuera de él. Y cada estrato y grupo y subgrupo suficientemente grande poseerá su propia élite dirigente. El grupo de dirigentes de un sindicato será su élite, aun en el caso de que éste esté declarado fuera de la ley.

En general, una vez la élite consigue una posición preeminente para sí, procura mantenerla, y ello en muchos terrenos de la actividad humana: intelectuales, económicos, políticos, académicos.

A pesar de su actividad conservadora, todas las sociedades experimentan una dinámica en la relación con las élites, la llamada circulación de las élites,  que significa una renovación constante, si bien que a veces azarosa, de los grupos dominantes en cada campo de actividad.

El reconocimiento del hecho, empíricamente comprobable, de la circulación de las élites no excluye la constatación del otro hecho, también comprobable, del  conflicto y aun de la lucha de clases.

En primer lugar, salvo en situaciones revolucionarias o cuasi revolucionarias, las élites que sustituyen a las anteriores se reclutan en sus mismos estratos o en otros que les son vecinos y poco antagónicos.

En segundo lugar, la lucha de clases, la forma más aguda de conflicto interclasista, suele surgir cuando la renovación de las élites se hace difícil a causa de la actitud reaccionaria y rígida de los grupos dominantes, o sea, cuando el grado de capilaridad o movilidad sociales es insuficiente para frenar y resolver las tensiones que desgarran una sociedad dada.

El conflicto de clases puede ir desde las manifestaciones de hostilidad mutua entre los miembros de las clases diversas hasta la lucha abierta en forma de guerra civil, pasando por la huelga, las acciones sindicales y las meras presiones políticas. Puede, además, presentar formas mixtas, mezclándose con tensiones étnicas, religiosas o ideológicas, y sublimándose en ellas.

Parte muy considerable del conflicto social es el conflicto de clases, el cual ocupa un lugar central en el proceso histórico de las sociedades. Este hecho es una prueba muy clara de que el sistema de desigualdades impuesto por la estratificación social nunca ha sido aceptado por los hombres como totalmente bueno, y el fatalismo que se encuentra a menudo en ciertas zonas sociales no puede ahogar a perpetuidad la rebelión de los sectores subordinados.

No es ésta siempre de cariz revolucionario -por mucho que las revoluciones sean formas paradigmáticas de destrucción de un sistema de privilegios-, sino que adopta formas varias. La delincuencia, por ejemplo, puede ser explicada en algunos casos en términos estratificacionales, como conducta que intenta burlar las barreras clasistas que se interponen a la movilidad ascendente de muchos individuos y hasta como forma “no organizada” de lucha de clases, o rebelión contra la exclusión y la marginación.

Fuente: SOCIOLOGÍA  (SALVADOR GINER)

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