Arriba, natural de Antonio Bienvenida y de Rafael Ortega (clasicismo). Abajo, natural de Manzanares y del Juli (postmodernidad)
Clasicismo y Postmodernidad, dos mundos irreconciliables
Artículo de Enrique Martín, publicado en su blog “Torosgradaseis”
“Vivimos en un permanente error y no solo no encontramos la solución, ni tan siquiera identificamos el problema, sino que además ahondamos en él y lo hacemos cada vez más grande. Y ¿cuál es el error? Pues que tratamos la fiesta actual bajo los mismos parámetros de hace quince, veinte o veintitantos años y que nos empeñamos en equiparar lo actual empleando la escala de valores vigente en estos momentos.
Unos quieren demostrar lo grande de este momento y lo nefasto del pasado, que no le llega a la tauromaquia del s. XXI, ni a la suela de los zapatos, según lo que ellos piden a toro y torero. Otros no nos resignamos a que desaparezca un pasado que creemos firmemente convencidos, que fue algo grande, fue lo que nos atrapó y lo que aún mantiene viva nuestras esperanzas.
Pero la realidad es la que es y creo que ya no podemos cerrar los ojos y nos vemos obligados a reconocer que esta fiesta no tiene nada que ver con la pasada y viceversa. Algunos podrán ver que una es una evolución de la otra, pero tal evolución no es posible si la consecuencia no mejora el origen, requisito que no se cumple de ninguna de las maneras. La vestimenta se parece, la mecánica de animal con cuernos, trapos rosas y rojos, caballos con faldas y aclamación popular a los triunfadores, coincide, pero en el momento en que se rasca un poquito y se va a la esencia de uno y otro espectáculo, las diferencias te saltan a la cara. Nos encontramos ante algo diferente. Algo que puede tener su interés para muchas personas, quizás en mayor medida que aquello que llamábamos “toros”.
No creo que tengamos que rasgarnos las vestiduras, solo es necesario aceptar algo que parece que no tiene vuelta atrás. Ni los postmodernistas pueden pretender ser herederos de aquello, ni los clásicos deben querer ver algún atisbo de lo que ellos entendían que eran las corridas de toros. No pasa nada, hace más de un siglo en Gran Bretaña, cuando el “football” era la religión oficial de las islas, un chaval, William Ellis, se agachó, cogió el balón con la mano y echó a correr hacia la meta contraria. Así nacía el rugby, deporte que ha viajado separado del fútbol, con carta de naturaleza propia y con normas, campeonatos, aficionados y hasta estadios propios. Incluso llegará a ser deporte olímpico.
No sé si este paralelismo es el más acertado, pero puede que haya más cosas en común de lo que pensamos. El rugby dicen que es un juegos de villanos practicado por caballeros y el fútbol un deporte de caballeros practicado por villanos. El primero emplea la trampa más castigada por el fútbol, tocar el balón con la mano, y el segundo pone en práctica la mayor prohibición del otro, lanzar el balón hacia delante. En estos dos espectáculos que nos ocupan, uno se sustenta sobre la presencia de dos animales, aprovechando rasgos intrínsecos a su naturaleza, la bravura y la acometividad del toro y la nobleza y fortaleza del caballo. En cambio el otro parece que su gran objetivo es la humanización de ambos actores, a uno se le intenta convertir en un colaborador, llegando incluso a adjudicarle una función artística y al otro se le va quitando protagonismo, con una clara tendencia a su desaparición, o a ostentar una tarea mucho más discreta.
¿Cuál es la solución? Pues parece claro que se hace necesario un cisma; por un lado se reconocería el nacimiento de la nueva tauromaquia, el nuevo ballet taurino o como ellos quieran llamarlo y por otro, dejar a los pertinaces seguidores del clasicismo que sigan con sus cosas de la casta, la bravura, la suerte de varas, lo del pase hondo que no largo y con eso que ahora parece utópico, de la integridad del toro. Pero que nadie se piense que esta idea me la he cocinado yo solito encerrado en un morabito en mitad del desierto. Han sido muchas las oportunidades en que he podido leer aquello de “Circuito paralelo, ya”. Y si no, que se lo pregunten al sr. Gil de O. Ni la inspiración tan siquiera es propia; todo nace de las charlas con unos y con otros, de las lecturas en las que unos se empeñan en ponernos delante el espejo del pasado y nos muestran tal como somos ahora, feos, deformes y contrahechos. Aunque yo sé que lo hacen con su mejor voluntad, Xavier González Fisher en su Aldea del Tauro o Fabad en el Aula Taurina de Granada, pero en el pecado llevan la penitencia y se ven condenados a vivir exiliados en ese pasado que a muchos todavía nos mantiene la afición.
A lo mejor hasta no hacían falta recintos con tanta capacidad, porque si nos repartimos y todos tenemos tan claro lo que nos gusta, no creo que se mezclaran los públicos. Aunque ¡cuidado! igual con el tiempo, empezaba a crecer el número de seguidores del clasicismo y empezaba el regreso de todos los buenos aficionados a los que han ido echando de las plazas, ¿quién sabe? Nadie empezaría de cero, unos tendrían en su altar a los Dámaso González, Espartaco, Juli, Manzanares o Perera y los otros pues seguirían con la murga de siempre, que si El Viti, Pepe Luis, Camino y cuatro tíos raros de esos que no tenían dos dedos de frente y se ponían a torear toros, ¡panda descerebrados! De lo que sí estoy seguro es que así, nadie podría llamarse a engaño.”