(Esta reseña fue escrita y publicada hace un tiempo. Hoy la recupero porque, al tratarse de un elepé clásico, la mayor parte de lo que se dice sigue vigente, y de paso voy incorporando al blog textos de los que me siento satisfecho. Ala, pues).
Diva británica del soul.
Para sorpresa de muchos, la música soul de calidad ha vuelto recientemente a encabezar las listas y a copar las portadas de los medios, gracias al inesperado ascenso de Amy Winehouse y de Duffy; una buena excusa para mirar atrás y recordar a la que puede ser considerada la mamá artística y espiritual de ambas, Dusty Springfield, a través de la reedición que acaba de publicar el sello estadounidense Rhino de «Dusty in Memphis», la obra fundamental de la indiscutible Reina del Soul británico.
A mediados de los sesenta Dusty Springfield era ya una estrella del pop. Su voz elegante y sofisticada y su exquisita técnica como cantante la habían llevado a conseguir varios éxitos, primero con el grupo The Springfields, y más tarde en solitario. Su carrera discográfica, como la de tantos otros vocalistas pop de la época, estaba cimentada en un buen número de singles, pero todavía carecía de un álbum definitivo, un larga duración que demostrase que la británica era algo más que una gran intérprete de éxitos “sueltos”. Ese elepé llegaría finalmente en 1969, y con el tiempo sería considerado no sólo su mejor disco, sino una de las grandes obras de la edad dorada del Soul.
A mediados de la década de los sesenta, aprovechando la brecha que habían abierto los Beatles y los Stones, los grupos británicos consiguieron por fin conquistar artística y comercialmente el Nuevo Mundo, y sus trabajos se aupaban a menudo a los puestos más altos de las listas de ventas americanas. El fenómeno fue conocido como The British Invasion, y provocó que las principales compañías yankees se lanzaran a explorar el mercado isleño en busca de artistas que se adaptasen a la nueva moda, a los nuevos gustos de su público. En ello se hallaban trabajando los principales cazatalentos del poderoso sello Atlantic –discográfica con sede en Nueva York especializada en Soul y Rythm & Blues– cuando su director, Ahmet Ertegun, escuchó la versión que Dusty Springfield acababa de grabar de «Some of your lovin’», una canción de Carole King que la cantautora norteamericana había publicado un par de años antes en un sencillo que pasó desapercibido; Ertegun quedó prendado de inmediato de la poderosa y expresiva voz de Springfield, y tomó la decisión de fichar a la diva británica y producirle un álbum pensado específicamente para el mercado estadounidense.
A los pocos meses la Atlantic contrató a Dusty y se la llevó a los American Studios de Memphis. La compañía no reparó en gastos, poniendo a trabajar en el disco a los profesionales más destacados del momento: la producción fue adjudicada a Jerry Wexler, Tom Dowd y Arif Mardin, productores habituales de la casa y artífices del sonido de algunos de los mejores discos de música negra de los sesenta, entre ellos los de Aretha; la banda elegida fue ni más ni menos que The Memphis Cats, un grupo de músicos de primer nivel que ya había grabado y girado, entre otros, con Elvis y Wilson Pickett. Sólo faltaba escoger los temas, que fueron seleccionados cuidadosa y pacientemente por Dusty y el equipo de productores rebuscando en la obra de compositores de la talla de Gerry Goffin & Carole King, Randy Newman, Burt Bacharach, John Hurley & Ronnie Wilkins…El resultado es un elepé grandioso en todos los aspectos, una verdadera biblia del blue eyes soul, en la que los diferentes elementos enguantan de negras y destellantes lentejuelas la voz asombrosamente versátil de Dusty, esa voz de ojos azules y corazón ardiente que ocupa en todos los cortes un destacadísimo primer plano. Soul poderoso –«Son of a Preacher Man», la canción que el avispado Tarantino incluyó en la B.S.O. de Pulp fiction–, clásicos instantáneos del pop orquestado –«Just a little lovin’»–, temas de arrebatador aire bossa –el maravilloso «The Windmills of Your Mind»–, y así hasta un total de once cortes, todos de exquisita factura y vestidos de un sonido preciso, precioso, lujoso y sofisticado, aunque cierto es que, debajo del satén, las canciones sudan. Mención aparte a la labor de Dowd y Mardin como directores de los arreglos –viento, cuerda y armonías vocales–, un auténtico derroche de clase sin el cual el disco no habría sido lo que es: una obra mayúscula, un indiscutible clásico en su estilo.
Para rematar, le reedición que acaba de poner a la venta Rhino se completa con descartes de las mismas sesiones –alguno magnífico, como la versión de «Willie & Laura Mae Jones» de T.J. White– y otras piezas procedentes de singles y caras b, hasta llegar a un total de veinticinco temas, todos ellos representativos de la mejor etapa de Dusty, presentados en un atractivo digipack y acompañados de un extenso libreto en el que se narran los entresijos de la grabación.
En conclusión: un disco de adquisición IMPRESCINDIBLE no sólo para los fans de Winehouse y Duffy, sino para todos aquellos aficionados al pop y al soul que tengan las orejas medianamente limpias. He dicho.