¡Hey, muchachada! Aquí vuelve vuestro amigo Argimiro. La de Dios. Más o menos eso es lo que montáis cuando, por desgracia, se os cae el iPhone al agua o le ha caído encima cualquier líquido. Bueno, más se perdió en Cuba y vinieron cantando. Lo primero, tener un buen seguro, eso os lo sigo siempre. Lo segundo, a ver si con este truquillo conseguimos que reviva el cacharrito de marras.
Porque quien más quien menos sabe de casos en que el iPhone ha acabado en el fondo de una piscina, eso sí, convenientemente metido en el bolsillo de su propietario. O bien le ha caído encima cerveza, agua y toda clase de líquidos (otros también, lo prometo, aunque eso prefiero omitirlo). Otros lo hacen porque sencillamente les da la gana. Se ve que disfrutan destrozando estos cacharros. Que hay gente p’a tó, que dijo el Guerra. En muchos casos, cuando lo extraes y devuelves al mundo seco, lo damos por muerto.
Pero a lo que vamos: si no se seca totalmente, es difícil que el iPhone reviva o al menos tenga un pequeño hálito de vida. Y eso no ocurrirá mientras no lo abramos y sequemos totalmente. Por lo que se impone ecar toda la humedad de su interior para que no se oxide en el futuro y no se produzca ningún tipo de mal contacto y poder así revivirlo. Un buen truco es el que os ofrecemos aquí, que consiste en enterrarlo en arroz. El mecanismo es muy sencillo: nada más sacarlo del agua o tras la caída del líquido hay que apagarlo inmediatamente. Y si no lo hace, por la fuerza, es decir, con el procedimiento habitual de pulsar a la vez los botones de encendido y el que existe debajo de la pantalla. A continuación, extraéis la SIM y la metéis en la misma bolsa de arroz sin cocinar, y aseguraos de que quede bien cubierta porque será el arroz el que absorba la humedad de su interior. Reposo durante tres días, sacáis de nuevo la SIM y lo encendéis. Si ha funcionado, el milagro habrá merecido la pena. Si no, ya sabéis, toca visita al servicio técnico.
De todas formas, y como os he dicho antes, un buen seguro no viene mal para estos casos. Os lo dice vuestro amigo Argimiro, el Garantizador.