Hace falta estar ciego para no ver las consecuencias de una mayoría absoluta entendida como un cheque en blanco, como una apropiación indebida y autoritaria de los votos recibidos. En los últimos años se ha dicho y escrito mucho sobre los abusos de la actual mayoría, también sobre los riesgos o ventajas de un bipartidismo que tanto la favorece y de la degradación de los partidos dominantes. Si en el sistema bipartidista la mayoría tiende a ser absoluta, en el pluripartidista la mayoría precisa del acuerdo y la concertación. No obstante, mientras que la ciudadanía parece apostar por el pluralismo, todos los partidos políticos aspiran a no necesitar de pactos ni acuerdos. Abrazamos el pluripartidismo en la necesidad de desterrar vicios y malas prácticas, pero ¿estamos seguros de que será suficiente para evitar la reincidencia?
Por lo que vamos conociendo, más que una democracia hemos padecido una cleptocracia: un sistema que, haciendo lo contrario de lo prometido y saqueando los dineros públicos en beneficio de unos pocos, consolidó la apropiación fraudulenta de los votos. El desafecto ciudadano tiene su origen en los casos de corrupción, en la gestión de la crisis y en la falta de transparencia. También en la ineptitud de muchos cargos públicos, en la sordera social de ciertos dirigentes y en la incapacidad generalizada para el diálogo y el acuerdo. No hay democracia si no hay justicia; tampoco si no se sabe escuchar ni se apuesta por el diálogo y entendimiento.
Las elecciones andaluzas y los distintos sondeos que se publican sobre las autonómicas y generales —así como los avances de las municipales en ciudades importantes— anuncian un tiempo político alejado de las mayorías absolutas y, por no ser grosero, del «aquí mandan mis votos». Al tener en el horizonte las elecciones municipales, autonómicas y generales, en Andalucía se confirma que se imponen las estrategias de los partidos políticos. Se reincide en lo mismo, en el tacticismo y en anteponer los intereses partidarios a la búsqueda de las soluciones que necesitan y demandan los ciudadanos. ¿Existe un problema urgente de paro, exclusión y pobreza? ¿Existe deterioro en las políticas sociales? ¿Hay necesidad de desprenderse de tanto alto cargo aficionado a los bajos fondos?
No es fácil. Todo acuerdo implica renuncia y puede que aparcar algún objetivo, pero nunca debe implicar la renuncia de principios. Pero si las formaciones políticas se atrincheran en sus verdades, se parapetan en sus líneas rojas y se encapsulan en sus intereses, se reproducirán los mismos vicios de una decepción ya conocida. El pluripartidismo es una oportunidad para dar paso a otra forma de hacer y entender la política. El electorado, cansado de tanta confianza traicionada, llegado el día, dirá en el resto del país como ha dicho en Andalucía: ¡Hemos repartido nuestros votos, ahora, pónganse de acuerdo para sacar esto adelante!
Llega el tiempo de comprobar si hay partidos que están por la labor de trabajar por el pueblo, de legislar para mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos o si continúan con el saqueo. Llega un tiempo para escuchar y dialogar, un tiempo que exigirá decisiones políticas sustentadas en conceptos sólidos, argumentos consistentes y un mínimo de decencia ética, intelectual y democrática. En definitiva, es el tiempo de la política y de la ciudadanía; un tiempo representantes políticos con vocación de servicio público, sin latrocinios, corrupciones ni compadreos.
Es lunes, escucho a Theo Jackson:
Elecciones y la necesidad de pactar ¿Alguien decente en el PP? Democracia: duelos y quebrantos (Im)posible Podemos: primer cruce de caminos Goytisolo, no estás solo De listos y listones Podemos y la exclusiva de lo nuevo A vueltas con los pactos postelectorales Vocación y altruismo político Podemos y la hegemonía El pueblo nunca se equivoca