Tras un repaso a nuestro archivo, un lector descontento podría acusar a este blog de tener algo en contra de la producción fanzinera. Sería por descuido, no porque ignoremos el apasionante mundo de la autoedición: todos esos artistas, escritores y/o comunicadores que, al no ser una amenaza para el mundo editorial, producen y distribuyen su trabajo a la vieja usanza, en algunos casos con paupérrimos medios que compensan con un empeño infinito. Para enmendar nuestro pecado y romper una lanza por las publicaciones independientes, analizaremos un fanzine nacido con el propio verano, presentado en sociedad el pasado junio y ante el que nos hemos rendido por su calidad visual y literaria. Sus autores: el colectivo barcelonés Dehavilland, una talentosa asociación que, desafiando a los poderes fácticos del velcro y la felpa, se han atrevido en su número uno con un tema que despierta sonrisas entre los profanos: el disfraz de animal. Y cuando hablo de disfraz de animal, hablo de placer, como demuestran los aficionados al furry fandom –con sus fiestas y convenciones–, o aquellos que, por un sueldo, animan a las masas representando a mascotas deportivas o bestias de parque temático. En Clift, nombre de este fanzine de producción muy profesional –dos tintas, alto gramaje, formato atípico– descubrimos que el mundo furry es un tema digno de interés y un fenómeno sociológico que puede llenar sin problemas páginas y páginas de explicaciones, reflexiones y ficción. Y eso es lo que nos ofrece el colectivo Dehavilland, 40 páginas donde texto e imagen juegan en equipo, resolviendo dudas, formulando nuevas preguntas y seduciéndonos a través del ensayo, el relato, la fotografía y el cómic.
Como os decíamos, el mundo furry es un asunto muy serio, pero los fanzines también, así que, siguiendo con este crescendo solemne, insistimos en que le deis una oportunidad a este Clift #1. Os guste o no sudar la gota gorda bajo un disfraz de conejo, es una lectura recomendable.