Hace algunos días tuve la oportunidad de leer cuidadosamente la columna de Daniel Raisbeck titulada "Justicia exportada: Londres como centro global de arbitramento" en Ámbito Jurídico, el periódico jurídico más importante de Colombia. La columna era un retrato descriptivo de por qué razón Londres se convirtió en un exportador de servicios jurídicos (en realidad es más adecuado afirmar que se convirtió en un destino turístico de quienes buscan solucionar controversias jurídicas de la mejor manera posible).
Básicamente, parece ser que la gran aspiración de muchos en el mundo, sí se da allá: la justicia funciona. ¿Pero es que acaso qué le pedimos a la justicia? Cada vez menos, creo yo. Desde Platón y Aristóteles, la justicia se iba perfilando como la máxima virtud a la que podíamos aspirar, y bajo ese entendido, era el faro orientador de todo nuestro actuar. Sin embargo, los tiempos cambian, y la justicia también. La justicia, en la Edad Media, era un atributo que únicamente podía poseer el Altísimo, y al que muchos no tendríamos acceso, siendo personas del común. Sólamente aquellos a los que se le revelaba directamente podían administrarla. Desde allí la justicia se fue parcelando. Ya no es de todos ni para todos, sino un don para los privilegiados.
Al contrastar el dicho de Daniel Raisbeck con lo que ocurre actualmente en Colombia observamos que el concepto de justicia cambió. Hoy en día, se confunde la justicia con quienes ejercen el servicio público de administrar justicia. Por eso es que pretender criticar a un Magistrado (sea o no una crítica sensata) se entiende como un atentado contra la independencia y la autonomía de la justicia. En sentido estricto, clásico, criticar a un Magistrado no es criticar a la justicia, sino criticarlo en virtud o en contra del concepto de justicia.
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El problema principal es que incluso en la actualidad el concepto de justicia continúa en un proceso de erosión contínua. Si en Grecia y Roma los servidores se debían a la diosa justicia y procuraban acercarse a ella, hoy son ellos la justicia misma, y por ello, cualquier cosa que salga de sus bocas o de sus escritos se cataloga como justa. Por eso, es que las peticiones habituales (como lo resalta Raisbeck), es que la justicia sea pronta y sea imparcial. Londres, al parecer, ofrece eso. Colombia no. Muchas entradas he dedicado a la forma como "la justicia" es corrupta... groseramente corrupta.
Me interesa hoy referirme especialmente a los tiempos de la justicia. El problema de lo temporal no es algo sencillo. El tiempo, al parecer, no es algo único, inmutable y que exista por fuera de una relación de percepción del ser humano. Dicho en otros términos, el tiempo no es algo que exista cuando no hay quien lo perciba. Para Kant, se trataba de una forma pura de organizar la experiencia, al igual que el espacio. No podemos pensar en nada en el mundo sino a partir de las categorías de espacio y de tiempo.
Con la teoría de la relatividad, Einstein logró demostrar que el espacio tiempo no es absoluto, y que bajo ese entendido, lo que en un sistema de referencia ocurrió en un lugar y en un momento, en otro sistema de referencia habría podido ocurrir en otro tiempo y en otro lugar. El parámetro fijo que garantiza que esto sea así es la velocidad de la luz, que es la velocidad más alta posible (en su teoría). Destaco aquí la teoría de la relatividad, pues de allí surge un concepto harto importante para mis pensamientos: la aceleración de los sistemas de referencia.
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En 1988, Ben Johnson y Carl Lewis se disputaban el oro olímpico, y los tiempos rondaban los 10 segundos. En la actualidad, Usain Bolt ha bajado esos tiempos en medio segundo. Anteriormente una carta demoraba 1 semana aproximadamente en llegar a su destino. Hoy, un correo electrónico demora instantes en cruzar el mundo. Anteriormente, los jóvenes iniciaban su vida sexual rondando los 18 años. Actualmente, aunque sigue siendo ilegal, estos inicios se dan cerca de los 14 años. Los tiempos se acortan. El tiempo no es el mismo, aunque se mide igual.
En materia de justicia, no es extraño ver procesos que cumplan 15 o más años sin ser decididos. La justicia penal sufrió una gran reforma procesal porque era inadmisible que un proceso se decidiese en 6 o 7 años. Ahora simplemente la mayoría no se deciden. El reloj, en la justicia colombiana parece andar en sentido contrario a las manecillas del reloj en la vida real. Es este el movimiento relativo que se observa si consideramos que el tiempo de la vida real es un punto fijo y miramos las manecilllas del reloj de la justicia. 5 años frente a los tiempos de los 70s no son en ningún caso los mismos 5 años en el 2013.
Hoy en día, es contradictorio, pero también igualmente certero afirmar que, respeto de la justicia en Colombia: "son otros los tiempos". Quizá el tiempo real -el tiempo estándar- así como el Greenwich Meridian Time, siga estando en Londres.