(JUAN JESÚS DE CÓZAR) Que Pixar es la compañía líder de la animación mundial nadie lo duda. Esa mezcla sabiamente dosificada de creatividad, atrevimiento y clasicismo es el cóctel maravilloso del que nacen sus películas: Toy Story, Monstruos S. A., Buscando a Nemo, Los Increíbles, Ratatouille, Up, Del revés… Y ahora Coco, estrenada el pasado 1 de diciembre con un éxito incontestable en todo el mundo y que arroja un dato curioso: de los casi 450 millones de dólares recaudados por ahora en taquilla, 140 corresponden a… ¡China!
John Lasseter, persona clave en la producción y uno de los genios fundadores de Pixar, ha sabido rodearse de un equipo de cineastas, guionistas e ilustradores de enorme talento, capaces también de asimilar los rasgos distintivos de la “filosofía Pixar”. La mayor parte de las productoras de animación intentan adaptar sus filmes a los nuevos tiempos; Pixar se adelanta a esos nuevos tiempos experimentando con universos y argumentos arriesgados, tan distanciados de la ñoñería como de cualquier dictadura ideológica. Sus producciones son de algún modo provocativas, pero en el caso de Pixar se trata de una “provocación virtuosa” que le permite situarse en una vanguardia muy sensata antropológicamente.
La historia de Coco nos traslada a México y nos cuenta la historia de Miguel, un niño de 12 años que vive en el pueblecito de Santa Cecilia con sus padres, sus tíos, su abuela, su bisabuela… Su amplia familia, los Rivera, se dedica a la elaboración de calzado desde que el marido de su tatarabuela abandonara a su esposa para dedicarse a la música. Miguel, que sueña con convertirse en un gran artista, toca la guitarra y canta a escondidas, porque su familia le ha prohibido cualquier contacto con la música tras lo ocurrido con su desdichado ancestro. Pero se acerca el Día de Muertos, una de las tradiciones mexicanas más populares, y muchas cosas van a ocurrir.
Tras un vistoso prólogo narrado con la gracia y la originalidad marcas de la casa, la cinta fluye con un ritmo trepidante y el espectador queda maravillado con la ambientación, los colores, las texturas y los movimientos de una animación de altísima calidad (Miyazaki no anda lejos), la música del oscarizado Michael Giacchino, las alegres canciones, los entresijos del relato…
Lee Unkrich, el director, y Adrián Molina, el guionista de origen mexicano, han entregado un producto admirable dirigido a pequeños y a grandes; un bellísimo canto a la familia, emocionante y rico en humanidad, que explora un terreno aparentemente osado al introducir a un niño en la Tierra de los Muertos. Pero que a nadie le preocupe el argumento ni le busque los tres (o cinco) pies al gato: vi la película rodeado de chiquillería, que aplaudió de forma entusiasta al finalizar la proyección.