Ni tanto, ni tan calvo. Ni “Hot Fuss” vino a salvarnos ninguna amenaza, ni merecían el desprecio al que en numerosas ocasiones se les dispensó desde la crítica más reputada, ni me parece -tampoco- que sean proporcionadas ahora las generosísimas comparaciones con “Nebraska“. Que sí, que sí, que la sombra de Springsteen es más que alargada, pero parece como si con The Killers hubiéramos pasado del ninguneo más inmisericorde (no a nivel comercial, desde luego, hablo sólo de los medios especializados) a un súbito levantamiento del cordón sanitario con el que manteníamos la distancia con respecto al poco refinado rock for the masses de los de Las Vegas. En realidad, nunca fueron muy buenos, pero tampoco fueron muy malos: Flowers y lo suyos siempre acababan salvando los muebles en discos a menudo reguleros con una o dos canciones más que dignas, y lo que ocurre ahora es simple y llanamente que se han hecho mayores, y nada le gusta más a la crítica que aquel viejo cliché de “disco de madurez”.
Escuchadas ya unas cuantas veces “Pressure Machine“, el casi intimista disco de inspiración suburbana con el que la banda vuelve a dar un volantazo a su trayectoria (todavía me acuerdo de los gestos desencajados de más de un fan con el bailoteo pop de “Human“), me parece que en la ponderación crítica del disco ha pesado más de lo debido el factor sorpresa -no es, desde luego, el disco que nadie esperaba tras el rock grandilocuente de “Imploding The Mirage“- y que, como sucede a menudo con la banda, todavía tienen que demostrar que son capaces de hacer un disco que pase del notable. Unas de cal, y otras de arena. La canción redonda del álbum, eso sí, existe: “Cody” es una canción de hechuras clásicas (podría haberla cantado Eddie Vedder perfectamente) que despunta con la hermosísima simplicidad de esa obsesionante melodía, capaz de agarrarse al pecho y no soltarse por más que pasen los días.
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