Onna kyuketsuki (Lady Vampire, La mujer vampiro)
Director: Nobuo Nakagawa
1958
Japón
78 min.
Fotografía: Yoshimi Hirano
Música: Hisashi Iuchi
Guión: Katsuyoshi Nakatsu, Shin Nakazawa según la novela Chitei-no Binko de Sotoo Tachibana
Reparto: Shigeru Amachi, Keinosuke Wada, Junko Ikeuchi, Torahiko Nakamura, Hiroshi Sugi, Den Kunikata, Masao Takematsu, Yôko Mihara
Onna kyuketsuki o La mujer vampiro o Lady Vampire entre los variados títulos bajo los que se la puede encontrar, resulta una exótica extravagancia irrefutablemente atractiva, prácticamente irresistible pero en ningún modo lograda y que si bien no es completamente representativa ni del horror de la Shintoho, ni mucho menos de las capacidades de su extraordinario director, Nobuo Nakagawa, si que tiene un interés histórico inapelable al suponer la primera aparición del vampiro en el cine japonés. Haciéndolo, además, de un modo sorprendentemente contemporáneo a las renovaciones que sobre el


La Shintoho, que se mantuvo operativa únicamente entre 1947 y 1961 con una producción superior o rondando las 700 películas (aquí un estupenda entrevista con el especialista en cine japonés Max Shilling), había nacido como escisión de la Toho (su nombre significa literalmente Nueva Toho) pero la quiebra la llevó a un proceso de refundación de manos de un avispado productor y distribuidor, Mitsugi Okura que fue quién enfocó el asunto por la vereda del éxito con una mezcla de intuición empresarial y trapacería de charlatán. Programas dobles, perversidad, violencia, erotismo, títulos llamativos y una concepción del exploit de raíz occidental que se mezclaba con un orgullo nacional en la recuperación de temáticas fantasmagóricas propias, tamizadas por una especie de revisionismo grotesco del kabuki. Y aunque no solo de horror vivió la productora (que lo mismo acogí

Entre su directores se contaban Teruo Ishii, especializado entonces en esa sci-fi de superhéroes imposibles y luego en el melodrama noir y el que aquí tiene protagonismo, Nobuo Nakagawa, el hombre que relanzó y volvió a dibujar el kaidan eiga. Crueles cuentos de fantasmas y asesinados, morales retablos kármicos que llevó a la cumbre expresiva y plástica en títulos como Kaidan kasane-ga-fuchi (algo así como El fantasma del pantano de Kasane) en 1957 y especialmente la sobrecogedor, Tôkaidô Yotsuya kaidan (más o menos La historia del fantasma de Yotsutya, en la región de Tokai), realizada en 1959 ya en color. Una joya que prometo traer en breve para extenderme más sobre esta concepción del horror y la culpa llena de simbolismos (el agua estancada) que además utiliza la pasión del público

Entre medias de estos dos títulos más distintivos de su estilo y temática en la casa -a los que cabría añadir Borei kaibyo yashiki o La mansión del gato fantasma de 1958, sobre ese clásico nipón de las mujeres reencarnadas en gatos para cumplir su venganza y que mezcla distintos tiempos en color/blanco y negro con técnicas de representación totalmente kabuki (la mujer gato está encarnada por al veterana actriz Fujie Satsuki) y Jigoku (Infierno, 1961) que con su representación del infierno budista resultó ser la última producción de la Shintoho- el director rueda esta La mujer vampiro (brevemente: durante su fiesta de c


Con una sagacidad notable se tira del hilo cristiano del vampirismo hasta dar con la rebelión de Shimabara entre 1637 y 1638; un levantamiento de campesinos cristianos contra el shogunato Tokugawa que si bien comenzó como un moviendo únicamente civil, es decir reclamando la reducción de una serie de impuestos y obligaciones, terminó por derivar en una guerra de religión finiquitada con la prohibición del culto (que había sido extendido por misioneros portugueses) y el aislamiento de Japón hasta el final de la periodo Edo. Únicamente eximiendo a los holandeses de esta autarquía ya que estos




Más allá de las muchas sugerencias argumentales desperdiciadas, los guiños al expresionismo, los romances juveniles sin interés y las apariciones de ultratumba, toda la cinta se sostiene, amén de por la profesionalidad de su director, por la absolutamente indescriptible performance del divo del horror Shigeru Amachi, lo mismo pintor ultracool de sempiternas gafas de sol que bestia torturada (antológico el momento de su transformación en medio de una cafetería). Derrocha magnetismo, presencia y entusiasmo, atractivo macabro y rara belleza malsana, tanta que le sirvió para convertirse prácticamente en el emblema de la productora y para terminar su carrera co-produciendo y co-protagonizando junto al ínclito Paul Naschy, La bestia y la espada mágica en 1983.
