Azorín fue el precursor del periodismo que tenemos. Un periodismo de verbo fácil, sin florituras ni artificios literarios
omo saben, aparte de escribir en el Rincón, colaboro con distintos medios de comunicación. En todos lo hago desinteresadamente. No es que no quiera cobrar – que falta me hace porque hago malabarismos para llegar a fin de mes -, sino porque, en este país, si no eres Vargas Llosa o Arturo Pérez Reverte, lo tienes muy complicado para que alguien pague por tus renglones. Recuerdo, que cuando llevaba un año escribiendo en el blog, recibí un correo electrónico de un señor invitándome a colaborar en su medio. Después de varias conversaciones, me preguntó: "cuál era mi caché" y, tras un periodo de negociaciones, pactamos que escribiría una columna semanal por cien euros al mes. Así las cosas, ingenuo de mí, escribí para este individuo – que prefiero no citar su nombre – durante cuatro semanas. Cuando llegó el día "D", el día de "San Pagarín", todo fueron evasivas y excusas para no pagarme. Hasta me dijo que le parecía una descortesía – por parte mía – ponerme así por cien euros. La cuestión es que no seguí escribiendo para él – faltaría más – y, por supuesto, no cobré; ni cobraré. Después de ese escarmiento, de esa hostia – de tantas – que te da la vida; decidí dedicarme a mi blog sin fines lucrativos. Escribir, señoras y señores, como una manera de amueblar mi pensamiento, sin tener que pasar por los sesgos editoriales, ni por la censura de los otros. Escribir, la verdad sea dicha, sin tener que arrastrarme por un plato de lentejas, ni sentirme despreciado porque el señor de la corbata – el director de un diario cualquiera – no quiera pagar la factura de mis palabras.
Transcurridos tres años, volví a tropezar con la misma piedra. Pensé que aquella mala experiencia era un caso aislado y decidí intentarlo de nuevo. Así las cosas, ni corto ni perezoso, me puse manos a la obra y envíe mi currículum a los tigres de papel. La mayoría no me hizo, y perdonen por la expresión, ni puñetero caso. Ni siquiera se molestaron en darme las gracias por el envío del curriculum y, muchísimo menos, en contestarme con la típica frase: "su candidatura será tenida en cuenta para futuros procesos selectivos". Les mentiría si les dijera que ningún medio me hizo caso. Hubo uno que sí lo hizo. A los pocos días del "mailing", recibí un correo, que al parecer no era para mí. El jefe de opinión se equivocó y, en lugar de reenviárselo a su superior inmediato, – por errores del destino – lo reenvió al mío. El correo decía así: "un colaborador – o sea yo – que se nos ofrece. Por lo que he mirado – se refiere a mi blog -, no escribe mal y puede renovar plantel. Aunque habría que advertirle que a coste cero". El correo se lo volví a reenviar. Le dije que posiblemente se había equivocado y que, no obstante, esperaba noticias suyas. Al poco tiempo, el señor se disculpó por el error y me dijo que podía escribir en su diario pero, como cabía esperar, a "coste cero" o, como diría Manolo – el yerno de Francisca – "por la cara", o sea, gratis. Por un lado me interesaba escribir, como una manera de adquirir visibilidad y "hacerme un nombre", pero por otro, queridos lectores, no me atraía la idea de seguir vendiéndome por tampoco. De tal modo que decidí no escribir y dejar pasar ese tren.
A pesar de que, como ustedes saben, comparto los artículos del Rincón, de manera gratuita, con algunos medios digitales mediante el formato columna entrelazada. Ellos publican la mitad del artículo, y la otra mitad queda enlazada a mi blog; de tal modo que los lectores terminan leyendo el post en la fuente original, o sea aquí.
Aquella historia, la que les he contado en el párrafo de arriba, decidí contársela a Gabriel – un viejo lector del Rincón y profesor de periodismo en una escuela de París -. Decidí contársela porque necesitaba intercambiar impresiones con alguien que supiera ponerse en mi lugar y leer entre mis sombras. Después de escucharme, me dijo que en España los columnistas eran escritores de segunda; porque la mayoría eran periodistas o novelistas; no había un género, propiamente dicho, al respecto. ¿Dónde está la prosa de Camba?, se preguntaba, ¿dónde, los renglones de Gasset?, ¿dónde, los artículos de Larra? Azorín – me dijo – fue el precursor del periodismo que tenéis (que tenemos nosotros, los españoles). Un periodismo de verbo fácil, sin florituras ni artificios literarios, para un público acrítico; que lo único que busca son lecturas populistas que refuercen sus convicciones políticas. Con estos mimbres – me dijo – muchos escritores huyen del columnismo y se refugian en la novela para no ser tachados de "fachas" o de "sociatas", por escribir en las páginas de Marhuenda o en el Plural de Sopena. Hoy, y en eso le doy la razón a Gabriel, hay un cierto complejo extendido entre los columnistas de este país. A la mayoría les sienta como una patada en el culo no ser escritores de novela. Parece que sin dar el salto a la "no ficción" nunca serán considerados por la crítica literaria. Y no se dan cuenta, señoras y señores, que Ortega y Gasset, o incluso nuestro querido Alvite, recientemente fallecido, consiguieron ser grandes escritores por sus columnas de periódico y, sin nada que envidiar a grandes novelistas como Vargas o Reverte.
Después de aquello, me fui al Halley a tomar un café. Necesitaba reflexionar sobre los argumentos de Gabriel. Me molestaba que los periódicos no quisieran a columnistas que no fueran ni novelistas, ni periodistas. Me indignaba – y me indigna – que en un mismo diario, haya trabajadores con nóminas y otros – muchos columnistas – trabajen por "la cara". Lo mismo que sucedería si en un Mercadona – por poner un ejemplo – las cajeras cobrasen por realizar su cometido y, sin embargo, las fruteras o verduleras – por gozar de menos estatus social que las primeras – repusieran las manzanas; lechugas y melones de forma gratuita. Sería una injusticia, ¿a qué sí? Tanto que, probablemente, ni siquiera trabajarían. Mientras reflexionaba sobre la mala consideración que tienen los articulistas, leí por encima las columnas de opinión que habitaban en el periódico de la barra. Las que estaban escritas por novelistas eran riquísimas en las formas pero pobres en el contenido. Las que estaban escritas por periodistas; eran brillantes en el fondo – planteamiento de problemas, propuestas de soluciones, análisis de datos…- pero endémicas de rima – de recursos literarios y matices novelescos-. En ese momento comprendí que una cosa es dar noticias y escribir novelas; y otra dedicarse al columnismo. Aunque los columnistas seamos "escritores de segunda" y muchos, trabajemos por "la cara", lo cierto y verdad, es que usamos las mismas herramientas que los periodistas y novelistas: el martillo para romper el hielo y, el cincel para esculpirlo.
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