Millones de personas no son felices al comer, ni pueden disfrutar del placer de cocinar, comer, compartir y conversar, las cuatro Cs que acompañan siempre a la Comida, la gran C.
Foto: Charles Pieters, Camboya. Creative Commons en Flickr
Comer es un acto cultural y no solo fisiológico al ingerir los nutrientes que necesita nuestro cuerpo para mantenerse vivo. El hecho de comer se puede descomponer en un “contenido”, con sus colores, olores, sabores y texturas, y un “continente”, que son los rituales y recetas de cocina, la preparación de la mesa y las reglas de comer. Ambas dimensiones son muy importantes para nuestra vida física y espiritual. Además, comer nos permite habitar los espacios dedicados a la preparación y disfrute de la comida, tales como la cocina con sus rituales y su innovación diaria, o la mesa con su capacidad de congregar y favorecer el dialogo.Todos los días del año nos congregamos en torno a una mesa para compartir nuestro pan (o tortilla) de cada día con otros comensales. Comer es un acto colectivo, o lo fue a lo largo de la historia hasta que los horarios capitalistas y el individualismo dominante que impone nuestra sociedad nos obligaron a transformar este hábito. En EEUU, ya casi la mitad de los adultos almuerzan solos en sus trabajos o cerca de ellos. Comer se reduce a nutrirte con algo de calorías rápidas, baratas y sencillas de preparar, para luego seguir trabajando. Comer está dejando de ser un acto social y se está equiparando a orinar: una necesidad fisiológica para hacer en privado. Debemos rehuir de ello y reivindicar el placer de comer: el comer para ser feliz. Venimos a la vida a ser felices, y no solamente a sobrevivir entre el nacimiento y la muerte. Sin embargo, para dos tercios del planeta, la felicidad y la alimentación la encontrarán en el Mas Allá, pues aquí en la Tierra solo ven tristeza, hambre, malnutrición y pobres comidas. Comer no les hace felices. El sistema alimentario actual facilita que la mayoría de los que pasan hambre sean, paradójicamente, productores de comida, especialmente mujeres y campesinos con poca tierra. Nuestro sistema alimentario es insostenible, injusto, inestable y, lo más importante, no nos hace infelices. Está claro que los 850 millones de personas que pasan hambre en el mundo no son felices cuando comen, y los mil millones de obesos tampoco, ni los 2 mil millones de personas que padecen de hambre oculta por déficit de nutrientes. Parece que más de dos tercios de la población del planeta no es feliz al comer, ni puede disfrutar del placer de cocinar, comer, compartir y conversar, las cuatro Cs que acompañan siempre a la Comida, la gran C. Al comer bien nos sentimos más felices y somos más proclives a vivir en paz y armonía. De hecho, hay una relación clara entre el hambre y ciertos conflictos entre países, grupos étnicos y clases políticas. El desarrollo debería orientarse a favorecer la felicidad humana.
Cada vez comemos más de menos cosas, y por eso nos hacemos más obesos y más susceptibles a enfermedades relacionadas con la dieta. Lo alimentario es ya un tema de máxima prioridad política en muchos países del mundo. En algunos casos por defecto y en otros por exceso. Pero no se ponen soluciones que limiten el poder de las grandes corporaciones agro-alimentarias y devuelvan el poder a los Estados, para que puedan garantizar a todos los ciudadanos su derecho a estar libre de hambre y a una alimentación adecuada. Y lo peor es que la situación global no va a mejorar en las próximas décadas; al contrario, se prevé un empeoramiento. Cada vez será más difícil producir alimentos en muchas zonas por los efectos del Cambio Climático. Habrá un aumento notable de la demanda de alimentos (un 60%) antes de mediados de siglo, por el aumento de la población, el aumento de la riqueza de las clases medias y la mayor demanda de carne de estas clases más pudientes. La producción de 1 kilo de carne necesita 15.000 litros de agua y una mayor superficie cultivable que para producir un equivalente de pasto o de grano. Cada vez necesitaremos más recursos naturales. Y aunque el hambre se está reduciendo lentamente, la obesidad aumenta, por lo que el desequilibrio global del sistema alimentario se mantiene.
Y sin embargo, los ciudadanos nos movemos. Cada vez hay más grupos locales, rurales y urbanos, que se están agrupando para estableces sistemas de producción y consumo más sostenibles, justos y responsables. Cada vez hay más huertos urbanos, en azoteas y balcones, cada vez hay más gente que rehúye de los alimentos con OGM y edulcorantes artificiales. Cada vez hay más concienciación de la importancia de la comida sana, de evitar el desperdicio alimentario, de producir amigablemente y de reconectarnos con la cultura alimentaria. Existen miles de iniciativas locales para transitar hacia un sistema global alimentario más sostenible. Hay esperanza y hay alternativas. Pero el desarrollo es lento, y miles morirán antes de que la alternativa les llegue. Por ello hay que darle prioridad a parar las muertes por desnutrición y reducir el hambre crónica.
Finalmente, como complemento de esta nota, les dejo un discurso que será recordado durante muchos años y que servirá de ejemplo para ésta y futuras generaciones. Un discurso de un hombre de Estado, un sabio, un humanista, un ciudadano del mundo y un ser humano que se preocupa por los otros seres humanos: el discurso de Pepe Mujica, presidente de Uruguay, durante la reciente Cumbre Rio+20 en 2012, sobre nuestra especie y su lugar en planeta, la vida, el desarrollo y los alimentos. Es el discurso de un líder de la raza humana ante un momento de crisis de nuestra civilización.