Agosto llega a su fin y Septiembre se acerca con la vuelta a la rutina, tanto para nosotros como para nuestros hijos. La vuelta al colegio/instituto está a la vuelta de la esquina, y con ella los deberes, actividades extraescolares, exámenes, y quién sabe si algún que otro suspenso.
Una mala calificación nunca es fácil de aceptar, y muchos padres la reciben como si de un fracaso suyo se tratase e incluso la ven como un síntoma de un futuro incierto para sus hijos. Lo primero que surge es el desánimo, el enfado y la frustración, los ¿podría haberle ayudado más?, y se tiende a pensar en el sermón que vas a lanzarle en cuanto le veas. Pero, ¿es esa la forma correcta de reaccionar?
¿Qué podemos hacer al respecto?
En primer lugar, es importante guardar la calma y no entrar en cólera, esperar a que pase el enfado antes de hablar con tu hijo, ya sean dos horas o un par de días. Se debe hablar de una forma calmada y serena, ya que estando enfadados no se piensa con claridad y podemos herir gratuitamente a nuestros hijos, sintiéndonos mal después. Después de todo, ¿sirve de algo enfadarse? Lo único que puede llegar a conseguirse con una reacción agresiva es una respuesta negativa, como el miedo o la rebeldía.
Con esto no decimos que haya que quitarle importancia al problema, sino que se debe adoptar una actitud más comprensiva y estimulante. Se debe expresar el descontento de una forma constructiva, sin dañar la autoestima del estudiante ni nuestra relación con él, cuyo fin sea encontrar la causa de los malos resultados obtenidos, que reconozcan el problema y se hagan responsables de él, y a raíz de esto, buscar soluciones juntos. No se debe achacar el suspenso a la naturaleza o personalidad de tu hijo con acusaciones tipo: “¡Eres un vago!”, ya que el problema pertenece al ámbito de los estudios y hay que tratarlo desde ahí. Con esto no nos referimos a casos de fracaso escolar o repetición de curso, sino a un mal resultado que demuestra que el niño o adolescente necesita ayuda en ese ámbito.
Los suspensos pueden darse debido a una falta de planificación del material de estudio, así como del tiempo empleado para ello, una mala organización, déficit de concentración o desconocimiento de técnicas de estudio. Otros aspectos a tener en cuenta podrían ser una falta de sueño, problemas de sociabilidad en la escuela con compañeros o profesores, baja autoestima, estrés, exceso o acumulación de tareas, etc.
Cuando el niño se encuentra en primaria, pueden darse dificultades de lectura y comprensión que es necesario atender. Una vez que se llega a la secundaria, la pubertad provoca un descenso en el rendimiento y los jóvenes pueden no encontrar sentido a lo que estudian.
Estudios realizados por investigadores de las universidades de Sevilla y País Vasco, analizaron más de 800 perfiles de estudiantes de entre 12 y 17 años, distinguiendo así tres tipos de padres: estrictos, democráticos e indiferentes. Dicho estudio demostró que aquellos adolescentes cuyos padres pertenecen al grupo democrático, muestran un mayor interés hacia los estudios y un mejor rendimiento académico. Todo lo contrario sucedía en el caso de familias muy severas o apáticas, ya que los jóvenes presentaban un rendimiento menor e incluso problemas emocionales.
Un suspenso exige una consecuencia, que no un castigo, que motive a nuestro hijo a obtener los resultados deseados en la próxima evaluación, en lugar de adoptar actitudes negativas que puedan desmotivarle. Con consecuencia nos referimos a una pérdida de privilegios, que incluso puede ir avisándose durante el curso para que los hijos sean conscientes de qué les espera si no se esfuerzan en obtener buenas notas en sus exámenes. Ejemplos de ello sería determinar un horario de estudio durante el verano y otorgar un privilegio en caso de cumplirse, marcar rutinas diarias, restringir en cierta medida el uso del móvil… siempre manteniendo como fin que tu hijo se ponga a estudiar y respetando su tiempo de descanso y diversión.
Un estudio de la Universidad de California demostró que los castigos desafiantes y desproporcionados dan lugar a perturbaciones cognitivas y emocionales en el joven, tales como hostilidad, nerviosismo, problemas de personalidad y reducción de eficiencia en el colegio. Por el contrario, aquellas medidas leves y proporcionadas aportan resultados beneficiosos, como restauración de los lazos emocionales, refuerzan un comportamiento asertivo y estimulan a conseguir el fin deseado.
Ante todo, transmite confianza, apoyo y reconoce que un suspenso es parte del camino del aprendizaje.