Hace unos días hablamos de la importancia de querernos y valorarnos (¡tan esencial para evitar la dependencia emocional, por cierto!), y es que el autoconcepto y la autoestima también determinan nuestra habilidad para solucionar un imprevisto o problema.
Si somos conscientes de nuestras habilidades, también afrontaremos mejor la situación sin dejarnos arrastrar por pensamientos incapacitantes y por el estrés, manteniendo una actitud proactiva para solucionar el problema.
De otra modo, reaccionaremos impulsivamente o evitando abordar el conflicto, multiplicando las consecuencias negativas.
Por ejemplo:
Estamos en el metro haciendo un recorrido habitual, y por un despiste… ¡Nos pasamos de parada!
A partir de aquí podemos tener dos posibles reacciones:
Una: ¿Cómo se me ha podido pasar? Soy un desastre.
Dos: ¡Ay! En la siguiente me bajo y cambio de andén
Si estiramos del hilo de los pensamientos de la opción uno, nuestra cabeza se bloquea porque solo está llena de exageraciones irracionales, impidiendo que podamos afrontar el despiste de forma adecuada.
¿Cómo podemos hacerlo?
– Lo primero es reconocer que los problemas forman parte de nuestra vida normal. Asumir que no somos infalibles es el paso necesario para poder identificar qué ha pasado.
– Tener una buena disposición. Enfrentarnos a lo que nos da miedo es la única forma de solucionarlos. Es importante no centrarnos en encontrar la “solución perfecta” sino la mejor en esa situación.
– Definir claramente el problema:
De forma objetiva, ciñéndonos a los hechos y evitando generalizaciones.
Para ayudarnos a definir por qué tenemos un problema podemos preguntarnos:
¿Quién tiene el problema?
¿En qué consiste el problema?
¿Por qué es un problema para mí?
¿A qué áreas de mi vida afecta?
¿Desde cuándo tengo ese problema?
En caso de tener dificultades en este punto, podría ser beneficioso tratar de formular cada problema comenzando con la frase: “¿Qué podría hacer yo para…?”. Ej. Dejar de llorar, encontrar trabajo, hacer nuevos amigos…
La definición correcta de nuestro problema es aquella en la que la solución está en nuestra mano.
Por ejemplo:
Cambiar un “mi problema es que mi marido me irrita y me hace perder el control” por un
“mi problema es qué debo hacer cuando me irrito para no perder el control”
Nuestros problemas no son:
- Los sentimientos, ideas, deseos u opiniones de los demás, ya que éstos probablemente no van a depender de nosotros.
- Cosas que son incontrolables.
- Cosas que tengo que hacer por mis obligaciones y responsabilidades y que no dependen de mí.
Lo que sí lo son:
- Cómo nos hace sentir todo lo anterior.
- Nuestra conducta y sus consecuencias.
- Las cosas que dependen de nosotros y de las que tenemos control y responsabilidad.