Revista Psicología

Cómo combatir el estrés emocional

Por Mundotlp @MundoTLP
Cómo combatir el estrés emocional
Si algo define a nuestra sociedad actual es el estrés, ese cúmulo de tensiones a las que estamos sometidos, que a veces se convierten en nuestros propios grilletes, que nos aprisionan y no nos dejan crecer psicológicamente. Desde la necesidad de ser el primero (en el colegio, en la empresa, en la familia, etc.), a las múltiples ocupaciones (actividades extraescolares, el pluriempleo, etc.), pasando por los continuos cambios (de residencia, de colegio, etc.). Todo ello nos está presionando, nos genera estrés y no nos deja sentirnos bien.En nuestra sociedad hay un exceso de todo. Pero curiosamente la felicidad y el equilibrio emocional se sacrifican para lograr lo que no tenemos (otro coche más potente, otro hijo más inteligente, otro compañero/a sentimental más comprensivo/a). Sin embargo, una vez conseguido, ya no sirve, y ‘la noria’ de los deseos comienza nuevamente a girar y nos provoca más estrés.

“Estoy estresado”

El estrés es toda vivencia que se manifiesta con una gran incomodidad psicofísica, inespecífica, como consecuencia de factores psicosociales, y que general­mente está relacionado con una gran tensión externa de índole económica, laboral, familiar o emocional y que pro­duce un desajuste en el individuo. Pese a todo ello no se toma ninguna alternativa y la situación se prolonga indefinidamente. En definitiva, el estrés emocional es una desarmonía entre nuestro mundo interno y nuestro mundo externo, que permanece a lo largo del tiempo.Hoy, como ayer, estamos sufriendo la influencia de nuestro entorno: las colas en los bancos, los atascos de tráfico, las discusiones con los hijos, el querer mantener un estatus de vida por encima de nuestras posibilidades, la enfer­medad de un familiar, etc. son algunas de las vivencias que nos producen estrés y ante las cuales siempre existe una triple salida: la lucha, la huida o la paralización, y la adaptación a esa nueva situación. Las dos primera opciones nos causan angustia; la tercera suele ser la más sana, aunque también es la más difícil, y está en función del otro elemento: nuestro mundo interno.Entendemos por mundo interno las propias capacidades psicológicas del individuo, de las que destacaremos dos: la baja autoestima y/o la alta autoexigencia. Generalmente van unidas como las caras de una misma moneda. En tanto en cuanto nos sentimos más inseguros y más descalificados, au­menta nuestra tensión y nuestra necesidad de control y superación. Lo mismo ocurre con la falta de objetivos. Se puede ‘pecar’ por defecto o por exceso: metas inalcanzables o ausencia de retos. La solución no será renunciar a los proyectos, pero sí rebajar el listón de las exigencias.La baja autoestima se puede manifestar por la descalificación de las propias posibilidades(“no voy a poder con esto”), por la constante comparación con los demás (“todo lo hago mal, mientras que otros sí que consiguen hacerlo bien”) y por la negativa a explorar nuevas cosas, y emprender nuevos proyectos, por miedo al fracaso.Esto va unido, generalmente, a una fuerte autoexigencia (se quiere todo perfecto, ordenado, limpio), que alimenta aún más la insatisfacción y el malestar. Existen personas que no pueden tolerar el mínimo desorden ni la más mínima imperfección. Sufren ante la sola presencia de un cuadro que está torcido o cuando el marido, la mujer, los hijos, o los padres, no cumplen las expectativas en cuanto a rendimiento académico, sueldo, o su forma de contemplar el mundo y de actuar ante los miles de problemas que surgen en la vida. Su tendencia a la mejora total les hace no estar satisfechos con nada de lo que tienen (casa, coche, marido-mujer, hijos, trabajo) por la sencilla razón de que la perfección no existe en este mundo y por tanto su ideal de la vida siempre estará incompleto y consecuentemente les producirá angustia. Son personas a las que, aunque consigan éxito profesional y bienestar familiar, siempre les faltará “algo” para estar plenamente satisfechos. Y ese “algo” es lo que les produce el estrés.El otro factor que contribuye al estrés es el tiempo¡No tengo tiempo!, es el grito de guerra del estu­diante, el ama de casa, el ejecutivo o el jubilado. A pesar de todo ello, en nuestra sociedad, “no tener tiempo”, es sinónimo de una persona importante, muy ocupada y con mucho éxito en su vida profesional.Nuestra cultura gira en torno al valor tiempo. Expresiones tales como “aprovechar el tiempo”, “no dejar pasar el tiempo”, “darse tiempo”, etc. son muy frecuentes en nuestra vida cotidiana. Es indudable que, en este clima, ser un buen economizador del tiempo es signo de salud mental. Una persona que sabe dosificar su tiempo de trabajo, su tiempo de diversión, su tiempo de descanso, etc. es una persona equilibrada mentalmente.La conjugación de estos tres elementos (mundo ex­terno, mundo interno y tiempo) es lo que convierte al estrés en una vivencia personal. Es decir, lo que a una persona le produce estrés, a otra le puede dejar insensible. Por otra parte, cada situación es vivida con las características propias del individuo. Lo cual no es óbice para que ciertas expe­riencias produzcan por sí solas un estrés indudable. Por ejemplo: una gue­rra.Además, no podemos olvidar que cada persona tiene su umbral ante el dolor, la angustia, la desesperación o el estrés. Cada uno de nosotros, de forma explícita o implícita, ha expresado su meta a conseguir: una casa mejor, un coche más potente, una mayor posibilidad de desarrollar las propias potencialidades creativas o culturales etc. Por esto, el otro gran factor que determinará la existencia o no de estrés es la propia estructura psicológica de la persona: los auto reproches, exigencias, nivel de autoestima, de se­guridad, etc. son algunos de los factores que determinarán si las circunstancias externas nos estresarán o no. Aquí “el conocerse” será un buen antídoto contra el estrés. Aquel que sepa discernir sus posibilidades reales y limitaciones ante cualquier circunstancia de la vida habrá conseguido una ‘vacuna’ para evitar caer en el desajuste psíquico.

La paz mental

Se puede considerar que la paz mental es el contrapunto del estrés, además es sinónimo de equilibrio, bienestar, armonía o felicidad. Presupone una mirada hacia dentro para escudriñar nuestros sentimientos más profundos. La paz mental es una tarea que dura toda la vida. Es un proceso que se inicia con el nacimiento y finaliza con la muerte. Se debería decir, pues, “nacer en paz”, como decimos “morir en paz”, pues esto significaría que el individuo ha recorrido su largo camino, con altibajos, posiblemente, pero ha finalizado en ese “equilibrio inestable” que es la salud mental, en el momento de mejor nivelación.En ese largo recorrido hacia la paz mental debemos procurar una sintonía entre los deseos y las propias capacidades. Es decir, no podremos conseguir la paz mental si nuestras aspiraciones están por encima de nuestras posibilidades. Así, si quiero comenzar un trabajo, unos estudios, etc., tendré que valorar mis capacidades para no entrar en conflicto con la dura realidad. A veces, el fracaso se produce, y con él el malestar y la angustia, porque no hemos sabido analizar realmente nuestros deseos con nuestras reales posibilidades. En estos casos, lo que procede es bajar el listón de nuestras aspiraciones para que la armonía se produzca. Por ejemplo, si una persona no tiene cualidades físicas para el deporte y quiere ser un deportista de élite, seguro que fracasará, no conseguirá la paz deseada, no porque no valga para nada sino porque su listón está demasiado alto. Es cierto, que el que no se arriesga no puede progresar, pero lo que es innegable es la necesidad de un mínimo de cualidades para poder triunfar en un determinado ámbito de la vida. De aquí se deriva la importancia de conocerse para conseguir las metas en consonancia con las posibilidades reales de cada uno.Además, toda persona debe intentar armonizar sus instintos (pulsiones, diría Freud) con sus propios valores y normas y con las de la sociedad donde vive. En palabras del psicoanálisis, esto se consigue cuando existe un equilibrio entre las aspiraciones del YO, las exigencias del ELLO y las normativas del SUPER-YO.Para conseguir la paz mental se debe tener en cuenta la interrelación con los otros, pero sin olvidar las necesidades de uno mismo, al menos las más fundamentales. Freud también tiene un pensamiento al respecto y nos dice algo así como que el hombre es similar a la ameba: además de sus pseudópodos, que facilitan el contacto con el exterior, posee un núcleo intransferible e inmutable. Así, pues, para conseguir la paz mental, necesitamos el contacto con los demás, pero sin modificar nuestro núcleo más profundo, como la ameba.

Claves educativas para evitar el estrés emocional

Nuestra preocupación debe estar dirigida en una doble dirección para combatir el estrés: plano fisiológico y plano psicológico. Respecto al primero, es necesario favorecer una dieta y reposo adecuado, así como un sano y proporcionado ejercicio físico, acompañado por un tiempo de ocio, que verdaderamente sirva para relajarse y no genere más tensión (es lo que ocurre, muchas veces, en las “escapadas de fin de semana”, en que el descanso se convierte en estrés por culpa de los atascos o el intento de hacer muchas cosas en poco tiempo: visitar a unos amigos, ir de compras, etc.).En el plano psicológico la situación es más compleja. Enunciaremos algunas claves que consideramos imprescindibles para evitar generar un gran estrés o angustia a nuestros hijos:

1.- Metas adecuadas

No hay que exigir más de lo que el niño pueda dar (ni por supuesto tampoco menos): a nivel académico, deportivo, de responsabilidad, etc. El mismo debe ir aceptando sus propias limitaciones, no como un defecto, sino como su propia realidad, que le puede producir bienestar y paz mental.

2.- Favorecer la autoestima del niño

Dos ideas básicas: cuando el niño triunfe (haber realizado un buen examen, haber hecho un buen partido de fútbol o una acción de solidaridad, etc.) no echarle un jarro de agua fría con comentarios como: “está bien, pero no te duermas en los laureles”; cuando fracase, apoyarle con palabras de aliento, transmitiéndole que lo queréis no por lo que hace (buenas notas) sino por lo que es (vuestro hijo).

3.- Buena gestión de su tiempo

No pretendamos que nuestro hijo realice muchas actividades en la semana. Si va al colegio, y después a clase de inglés, y dos días a la semana a natación, o bien a pintura o ballet, posiblemente termine ‘ahogado’ por la falta de tiempo… para respirar (jugar, ver un poco la TV, leer o pasear, etc.).

4.- ‘Vacunarse’ contra el estrés

Del mismo modo como se vacunan a las personas contra determinados virus, sería necesario ‘vacunar’ a nuestros hijos contra el estrés futuro en su vida de adulto. ¿Cómo? No sobreprotegiéndoles de manera que, cuando les surja cualquier contrariedad y ya no tengan a los padres para resolverles el problema, se estresen tanto que sean incapaces de dar una respuesta adecuada a la dificultad que se les haya presentado.

5.- Ambiente familiar acogedor

Una buena defensa para combatir el estrés es un medio familiar tolerante y flexible, donde todo se pueda pensar y decir (aunque no realizar), y donde el niño se sienta querido y valorado, y donde las reglas de comportamiento sean claras y asequibles. Quizás una de las mil formas que existen para crear este ambiente son las actividades familiares conjuntas: paseo por el parque, juegos colectivos, comer fuera de casa, viajar, etc.

¿Cómo se consigue la paz mental y el equilibrio emocional?

En un mundo de prisas y de múltiples estímulos no nos queda tiempo para pensar sobre nuestras propias emociones y deseos. Podemos tener miedo a reflexionar sobre nosotros mismos pues creemos que encontraremos muchas cosas que no nos gustan, pero no nos damos cuenta de que también descubriremos aspectos nobles que fortalecerán nuestro yo. Es, pues, este ejercicio de introspección el que nos puede facilitar los cimientos para recuperar nuestro equilibrio emocional.Es a partir de ese conocimiento propio como podemos entender y estar en paz con lo que nos rodea. Así dice Fray Luis de León: “Estar en paz consigo mismo es el medio más seguro de comenzar a estarlo con los demás”. Para que los otros no deformen nuestra imagen debemos estar muy seguros de cómo sentimos y qué somos. Los demás son un espejo que nos pueden ayudar a encontrar la paz mental, pero también nos pueden distorsionar nuestra propia imagen y consiguientemente provocar el malestar y la pérdida del equilibrio interno.

El estrés como la sal de la vida

Todo ser vivo, para seguir existiendo, necesita tener la capacidad de responder a los estímulos negativos (virus, bacterias, etc.) con los que está en contacto. De lo contrario moriría. Por esto un “cuanto” de “respuestas inespecíficas” es imprescindible para no desaparecer.Lo mismo ocurre en la esfera psíquica: no podemos permanecer neutros ante situaciones más o menos traumatizantes: un fracaso escolar, una ruptura sentimental o el diagnóstico de una enfermedad mortal. Todas esas circunstancias necesitan una resonancia psíquica, que indique que estamos vivos mentalmente.Por esto podemos afirmar que el estrés es como la sal: en pequeñas cantidades sirve para ‘condimentar’ la vida, pero un exceso no lo podríamos soportar y perderíamos el equilibrio emocional, y una carencia total nos llevaría a un estado de inanición y a la muerte.http://elmundotlp.blogspot.com/es

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