Revista Arte
El Arte ideal, de existir, debería ser distante, enmarcado en un entorno, anónimo, trascendente, es decir, con un trasfondo de mensaje, de conocimiento o enseñanza, inspirador, sutil, equilibrado y tenuamente colorista. ¿Por qué? Porque debe distanciarse del observador, éste no puede identificarse con lo retratado; no debe conocerlo íntimamente, no debería ser familiar. Por otro lado, una figura -humana o no- solitaria tras un fondo monocolor no hace más que concentrar la creación concentrando el mismo arte.
Por esto debe ser anónimo también, ¿cómo hacer de una obra con rostro conocido una universal muestra de Arte?, ¿cómo conseguir una emoción permanente de lo visto en una mera reproducción de algo existente? Por supuesto, tendría que trascender además con algo que nos llevara lejos de lo que estamos viendo. Algo que cifrara o descifrara un sentido que hiciera de lo creado una especial sensación de estar rozando un mensaje desvelado, o por desvelar.
Y es por lo que, así, todo esto nos debería inspirar, nos debería envolver en un halo de sueño y poder, de encantamiento dirigido hacia la realidad de que lo que vemos nos ayudará de alguna forma. Por último, sutil, equilibrado y tenuamente colorista; son las razones estéticas que enmarcarían una obra de Arte ideal, de aquel que los genios de la historia supieron combinar en sus creaciones. Sin estridencias, sin fisuras, sin demasiadas cosas que dispersaran la sensación de mirarlo.
Pero, esto no significa que todo Arte no sea válido, por supuesto que lo es. En el Arte todo puede valer. Tan sólo indico que así podría describirse el Arte ideal, aunque reconozco que habría tantos como seres lo evaluemos. O, mejor, definirlo. Porque, ¿qué queremos sentir al presenciarlo? Un retrato de Velázquez del papa Inocencio X nos dejará impresionado por su belleza, perfección y técnica, pero, ¿nos llegará del todo a nuestra mente el sentido que ésta necesita para colmar el ansia de querer llegar a emocionarse con lo que ve?
Los neoplatónicos del Renacimiento comprendieron que el deseo de conocer era una forma de amar; y el amor no buscará una satisfacción material sino que aspirará a la belleza, algo que sólo la mente puede representar guiada por un ideal. Estos definían la belleza con elementos tanto cuantitativos -tangibles- como cualitativos -espirituales-, y ambos eran considerados inseparables en la afirmación de cualquier belleza. Habría, pues, armonía, proporciones y concordia de las partes, pero también brillo y resplandor, es decir, emoción y sentimientos universales y trascendentes.
Muchas tendencias en la historia han alcanzado esa forma de idealidad, Renacimiento, Barroco, Romanticismo, Surrealismo, etc... Siempre la creación ha llegado a comprender que puede ir más allá de lo que crea materialmente, perfectamente incluso. La historia del Arte está llena de excelentes obras que han sido encargadas a excelentes artistas y que han conseguido excelentes creaciones, pero no ideales. Y debe ser así, ya que lo ideal es escaso por su propia naturaleza. Llegar a entenderlo nos ayudará mejor a visualizar emociones y a seguir creyendo que el Arte a su vez pueda, verdaderamente, ser una de las pocas cosas que nos permita entender las intrincadas y misteriosas oscuridades de nuestro mundo.
(Óleo de Caspar David Friedrich, Dos hombres contamplando la luna, 1830, Museo Metropolitan, Nueva York; Obra de Giorgione, Los tres filósofos, 1509, Museo Arte de Viena; Retrato del papa Inocencio X, 1650, Diego Velázquez, Roma.)
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