Ego, el gran disyuntor (I).
Por Lourdes Tebe.
Jugar con Esferas.
Se habla mucho del ego y, permitidme que lo diga, de él acostumbran a decirse -en general- auténticas barbaridades. Confundimos ego con autoestima. Creemos que las personas seguras de sí mismas y asertivas tienen mucho ego y que las inseguras e inasertivas pasivas[1] no tienen o tienen muy poco.
Lo demonizamos y pensamos que hay que erradicarlo y acabar con él…
En verano de 2011 realicé una encuesta sobre el ego, que respondieron un centenar de personas. Los resultados confirmaron mis temores: a pesar de que tenemos la información más a nuestro alcance, parece que la desinformación y la confusión aumentan en idéntica proporción. ¿Ausencia de pensamiento crítico? ¿Infoxicación?
Ante temas tan complejos como el del ego, sería conveniente jugar con las metáforas y las analogías, e imaginar, por ejemplo, que somos una de las primeras células que habitaron este planeta.
Imaginemos el ego como un recurso que la vida, en sus estados más primigenios, tuvo que desarrollar para la supervivencia. Imaginemos que su función es distinguir y diferenciar entre la vida que hay que preservar (la de uno mismo) y la de los demás seres.
¿Cuál es la principal necesidad de todo organismo, por pequeño que sea? ¿Alimentarse? Somos esta pequeña célula que necesita comer. ¿Qué nos pasaría si no fuéramos capaces de distinguir entre nosotros mismos y los demás? Pues que, con toda probabilidad, cada uno de nosotros se comería a sí mismo, por una mera cuestión de cercanía.
Hay algo, como una especie de línea invisible, que separa y marca la diferencia entre uno mismo y los demás o lo otro… y esto es, ni más ni menos, el ego[2].
Imaginemos una vez más a esta pequeña célula ante el dilema de tener que identificar a otra que se le acerca. Pongámonos en su lugar y situación. ¿Qué hace? Captar señales y responder (afección-efección) sin apenas tiempo para procesarlas. En apenas un instante tiene que distinguir, diferenciar y tomar una decisión, por lo que las preguntas deben ser elementales: ¿Beneficiosa o perjudicial? ¿Placer o dolor? ¿Oportunidad o peligro?
Dado que el margen de error puede ser elevado, estas respuestas llevan añadido un plus de ‘peligrosidad’, de manera que venimos equipados -ya en origen- con una cierta prevención y susceptibilidad hacia lo negativo [3].
Parece que al ego le gustan los asideros, los puntos de apoyo, las certezas, los apegos, las divisiones, segmentaciones, clasificaciones, juicios, prejuicios, categorizaciones, particiones… y, encima, se encuentra siempre ante la disyuntiva de tener que elegir entre esto o aquello.
Tengo pendiente hablaros en futuros post del Multiverso Cognitivo y las 5 Fuerzas [4] que operan en ellos, si bien me gustaría adelantaros que una de estas 5 Fuerzas, la Disyuntiva, interactúa en los estados biológicos más primigenios del Protoser y se halla íntimamente relacionada con el Ego, el gran disyuntor de nuestro organismo y el primer atisbo de consciencia de uno mismo (aunque transcurra bajo el umbral de nuestra consciencia consciente).
Veamos algunas de sus particularidades:
- Divide, segmenta, polariza
- Le gustan los extremos
- Es opositora (ser o no-ser)
- Tiende a mantenernos en la zona cómoda
- Categoriza, etiqueta, clasifica, juzga
- Se identifica con lo conocido y se apega a ello
- Nos atrapa en las redes del pasado
El ego es el gran detector de diferencias y, en consecuencia, de similitudes. Visto así, en tanto que recurso para la supervivencia, el ego no es ni bueno ni malo. Es y punto; como el corazón, que de tanto en cuanto se nos altera, o como la piel, que también es capaz de generar molestias cuando se irrita.
El ego, en estos niveles tan básicos, es un buscador de diferencias y lo hace construyendo una idea de sí mismo, identificándose con lo similar o idéntico y, como ya sabemos que en todo hay niveles, podemos imaginar distintas formas de expresión de este ego.
Veamos algunos apegos cognitivos y afectivos:
- Inmovilidad, fuertes encasillamientos
- Imponer las propias ideas
- Dificultad para relacionar conocimientos
- Necesidad de posesión y pertenencia
- Celos, rivalidad, envidia, perfeccionismo…
- Experiencias de odio, resentimiento, ira…
- Falta de humildad, creer que sabemos…
- Sentimiento de superioridad sobre los demás
- Deterioro del carácter ante ‘jerarquías’ o estatus superiores
- Creernos insustituibles o imprescindibles
- Tendencia a sentirnos víctimas o jueces
Aquello que inicialmente sirve para diferenciar de manera automática entre lo que es bueno (lo que quiero o necesito, por beneficioso y cercano) de lo que es malo (lo que evito o rechazo por perjudicial y distante), se convierte en una especie de atomizador que separa y divide, basándose en sus extremos: malo/bueno, dolor/placer, otros/yo (los otros / los nuestros), diferencia/similitud, etc.
Imaginémonos una cuerda: en un extremo hay personas que se sienten superiores al resto, en el otro extremo están los que se sienten inferiores y en medio se hallan los que no se sienten ni inferiores ni superiores a nadie.
Las conductas egóticas serían las de los extremos, tanto los que se sienten superiores como los que se sienten inferiores, puesto que sucumben a los automatismos más primarios y se dejan conducir por instintos de supervivencia y emociones vinculadas al miedo (inferioridad sentida) o a la soberbia de los hegemónicos o individuos alfa (superioridad basada en el dominio de los demás, a través del miedo).
Quisiera destacar un aspecto fundamental: todos tenemos ego y no lo podemos erradicar, ni eliminar o suprimir como algunos proclaman. La cuestión es tenerlo bajo vigilancia y ver cómo influencia nuestro comportamiento.
En un futuro post, hablaremos de cómo gestionarlo, no obstante si quieres seguir profundizando tus reflexiones sobre el ego, te invito a leer el artículo que escribí, hace ya algunos años, para la web epoche.org y a comentar y opinar sobre este post.
10 diciembre, 2012 por lourdestebe