Desde que me atreví a escribir en espacios de Internet, y de hecho incluso antes de eso, las artes marciales han estado presentes en mi vida de forma constante.
Al principio fueron una curiosidad infantil. Como muchos de mi generación conocí el triple boom del Taekwondo, el Judo y el Karate (por ahora, los únicos que tienen representación en los juegos olímpicos) cuando ya empezaba a florecer. Cada vez nos llegaban, por otro lado, más influencias del cine que nos presentaban el lado más espectacular de las artes marciales. Alguna incluso hacía énfasis en los beneficios para la salud que conlleva esta práctica… Y para mi curiosidad y deleite, mi vida parecía predispuesta para ello casi por completo.
Tenía todas las facilidades, ya que al lado mismo de mi casa está el gimnasio y dojang (lugar de práctica en idioma coreano) que pertenece a Cristóbal y Sonia Reyes (esta última famosa por ser cuarta del mundo en Taekwondo, en las olimpiadas de Atenas 2004). Este lugar ha sido importante para mí en dos momentos diferentes: primero practicando Taekwondo, aunque brevemente; y después durante un par de años aproximadamente, cuando conocí el Aikido. De mi maestro en tal arte he aprendido bastante más de lo que voy a ser capaz de recordar y agradecer.
Después de un tiempo apartado de ello, retomo con un vecino de toda la vida la práctica marcial. Tras un año practicando con él, llego a mi actual escuela de Jiujitsu. Y allí llevo ya casi cinco años, si no me patinan las fechas. Tardé un poco más que otros amigos míos en establecerme en un sitio y una práctica concretos, y de ello intentaré extraer la enseñanza que quiero ofrecer hoy aquí.
Rasgando los velos
Como puedes imaginar, la práctica de las artes marciales está envuelta en un halo de misticismo y exageración que distorsiona bastante lo que llega a ser esta experiencia. Así que me gustaría poner aquí una piedra de toque con la realidad, que sirva de ayuda para encontrar mejor nuestro lugar en esa tradición.
Hoy nos llega, en la mayoría de los casos, en forma de deporte de contacto. Casi todos los artes marciales han desarrollado una variante de competición que tiene parte de los beneficios y carece de otra parte de ellos, sustituyéndolos por unos propios. Así, encontramos la primera batería de mitos a cuestionar:
- Las artes marciales sólo sirven para pegarse o hacerse daño.
- Los estilos de competición son mejores que los tradicionales.
- Con llegar al cinturón negro ya eres una máquina de matar.
- En la práctica puedes volcar toda la rabia y violencia que no le dedicas a tu vida cotidiana.
Así como tal, decir eso es mentir. Por eso vamos a matizar bastante.
Las artes marciales como tal son una estructura para una curva de aprendizaje y desarrollo personal que, según cómo se afronte, produce muy diversos resultados. Muchas personas empiezan la práctica pensando en ser como Jet Li, Jean-Claude Van Damme, Tony Jaa o Steven Seagal, y en salir a liarla los fines de semana. A esas personas (por lo general) no sólo les parten la cara de forma regular, sino que como no afrontan la práctica con la mentalidad correcta suelen abandonar la experiencia decepcionados y echando pestes por lo inútiles que fueron las artes marciales para satisfacer su intención.
Un arte marcial como tal no te sirve para pegarte… Sino para saber defenderte. Lo primero que se aprende es un respeto por los demás que te anima a evitar el enfrentamiento, en la medida de lo posible. A todos se nos acaba la paciencia y nos tocan la moral, por no decir algo más redondo… No obstante, lo habitual es desarrollar mayor firmeza de carácter, y de ahí se tiende a dejar la pelea como el último recurso. Eso no significa que si te pasas de listo y te intentas pegar con un artista, vaya a ponerte la otra mejilla. Probablemente no te deje y te avise, o intente disuadirte. Probablemente te tire al suelo de un bofetón y te quite las ganas por la directa. Eso depende de cada uno.
Ahora, ¿hay alguna diferencia entre lo tradicional y lo deportivo? Es cierto que los estilos competitivos tienden a hacer más hábiles a los practicantes a la hora de pelear, por razones obvias: están mucho más enfocados a la competición y simplifican al máximo la técnica. No desarrollan todo el arte como tal, sino únicamente el mínimo útil para llegar a competir y manejarse bien en ese aspecto. Tal vez por eso, esta clase de personas que mencionaba en el párrafo anterior llegan a perseverar en la práctica. De esa manera, sí sirve a sus fines de pelear mejor.
Pero con suerte, tanto en un estilo competitivo como en un estilo tradicional se suelen trabajar cosas como los valores y la mentalidad. Moldean y nutren, a través de sus principios y del sustento filosófico detrás del arte, la conciencia y el desarrollo de los practicantes. Los protegen de sí mismos y de sus tendencias violentas. Se convierten en una experiencia pedagógica: un medio de autodescubrimiento y autoexpresión, donde el hecho de competir sirve para conocerse mejor a uno mismo y buscar dónde puede mejorarse.
Dentro de esta experiencia descubres que el cinturón negro no es el no va más… Que es en realidad la señal de que ya entiendes lo básico y, al menos en principio, estás preparado para profundizar. Se te supone una madurez en la práctica y una actitud que demuestra que comprendes e implementas en tu vida los principios del arte (que suelen incluir nociones de psicología del enfrentamiento además del conocimiento técnico y teórico). En algunos artes marciales el camino al cinturón negro se acelera por méritos deportivos, y en otros depende de la escuela. A la hora de la verdad es tu maestro el que conoce y evalúa tu progreso, y puede reconocértelo hasta el paso previo al cinturón negro. Este último se obtiene pasando por un examen que puede constar de una parte escrita y de una parte práctica. Hay también casos de artes marciales que no tienen un sistema de grados para que te reafirmes en tu progreso, pero llegado el momento se te reconoce como capaz de enseñar a otros (lo que se da en llamar “licencia de transmisión”).
Lo más beneficioso e interesante para uno dentro de la práctica marcial es que te encuentres con un ambiente familiar. Una escuela suele diferenciarse de un gimnasio en la cantidad de gente involucrada y su estadía. Lo normal es que en el gimnasio puedas ir cuanto y cuando quieras, y que en la escuela tengas unos horarios regulares (que pueden variar en frecuencia y extensión según si quien la dirige se dedica exclusivamente a su escuela o no). Generalmente, el gimnasio es más asequible por temas logísticos: rentabilizas más tu dinero pudiendo ir más horas que a la media de las escuelas. ¿Qué pierdes por ello? Precisamente el ambiente familiar. Lo que hay detrás de la holgura en los horarios del gimnasio es la motivación de que vayas cuando veas que puedes o te apetece. Entonces, no siempre topas con la misma gente; a no ser que socialices y montes una pandilla dentro de la cartera de clientes del gimnasio (que también es una opción respetable, por cierto).
Sin embargo, y personalmente, prefiero estar en una escuela. Y cuanto más tradicional, mejor. Cuando esto es así, todo se puede hacer mejor y produce resultados más notables. Tienes a una familia pasando por lo mismo junto a ti, con lo cual hay mayor camaradería y una actitud más enfocada a colaborar y aprender unos de otros que a lucirse. Notas que se preocupan de verdad por ti, que se interesan por tu situación más que por hacer negocio; y eso te motiva más todavía para estar allí. Se aumenta también la confianza en el propio desempeño, y el sentido de pertenencia te lleva a una persistencia natural.
Sintetizando todo esto…
Consejos para comenzar a practicar artes marciales
Investiga e infórmate sobre las distintas opciones: hay un arte marcial para cada persona, prácticamente. Los estilos más conocidos se han hecho tan famosos precisamente porque se amoldan a la persona que los practica.
Trata de encontrar un lugar adecuado para practicar: cuando digo adecuado no me refiero sólo a cuestiones logísticas como el precio y la distancia de tu casa al sitio donde practicas, sino que me refiero también al ambiente que allí se estila. Según como seas, puede que te interese más entrar a competir o bien conocer un arte marcial en toda su gloria. Ambas cosas no son incompatibles, pero es muy raro verlas juntas porque por definición, las exigencias de seguridad de la competición fuerzan a adaptar y prohibir ciertos aspectos de la práctica y le quitan bastante de su efectividad y versatilidad. Por otro lado, se hace más patente que sirven y son reales… Como ya dije, en competición se simplifica para llegar a lo más efectivo dentro de los límites a los que se ven sujetos. Y como se suele decir, únicamente el marinero que sabe a qué puerto se dirige encuentra vientos a favor… Así que haz un esfuerzo para orientarte hacia lo más conveniente para ti.
Ten claro que no siempre vas a encontrar lo que buscas: esto es así tanto para el caso más obvio (que no haya un lugar donde practicar el estilo que deseas cerca de ti) como para otros más complicados. Puede ser que encuentres donde practicar exactamente lo que te apetece, pero que llegues allí y no encajes, por cualquier motivo. Puede que hayas llegado con unas expectativas y unas ideas desvirtuadas, y que te desengañes al estar en situación.
Pon de tu parte siempre que puedas: hay un dicho muy repetido en todo, que nos recuerda que a quien algo quiere, algo le cuesta. No estamos hablando únicamente del tiempo que se debe invertir, sino de que hay que hacer esfuerzos para practicar. Sirviendo de ejemplo, yo me desplazo a un pueblo vecino a mi ciudad porque es allí donde tenemos situado el lugar de práctica. Además, muchas artes marciales utilizan en su práctica una indumentaria y un instrumental (que varía en función de cómo se conduzca la práctica en el sitio)… Y vale una pasta, al menos si quieres que te dure. Por ejemplo: en Taekwondo yo utilizaba protecciones que en Jiujitsu no utilizo. Y no tiene que ver con que no golpee ni reciba golpes (que de hecho, los damos y encajamos a pelo cuando toca); sino con que en el gimnasio donde practicaba Taekwondo competíamos, y en la escuela donde practico Jiujitsu no competimos.
Vayas donde vayas, fedérate: tal vez quieras evitar federarte para prevenir posibles problemas legales si te ves envuelto en una pelea, pero realmente no merece la pena. Aunque lo normal (y más en ambientes familiares) es cuidar de tus compañeros y que cuiden de ti… Existe una posibilidad de lesionarse durante la práctica, y el estar federado implica estar asegurado (por si se diera el caso) ante esa eventualidad. Se trata de un seguro específico con una cobertura que suele quedar excluida en los seguros habituales: lesiones durante la práctica voluntaria de esta clase de actividades. Otra ventaja que tiene es que (al menos en teoría) te derivan directamente a profesionales especializados en el tratamiento de las patologías propias de la práctica deportiva y marcial. Y la más importante de todas es que le evitas un problema a tu maestro por ponerte en riesgo al dejarte practicar sin seguro.
No me hagas caso a ciegas: esto son mis experiencias durante los últimos once años de mi vida. Muchas han sido durante mi juventud temprana, con lo cual tengo asociado mi propio criterio a todo lo que te he contado. La formación de mi carácter tiene una relación íntima con lo que viví durante la práctica de esos tres artes marciales (Taekwondo, Aikido y Jiujitsu) y mi aproximación sin profundizar especialmente a otros. Como cada arte tiene su esencia y su propia filosofía, no deberías privarte de la oportunidad de investigar y experimentar por tu cuenta para encontrar las que más te puedan aportar e interesar.
Y esto es todo lo que puedo contarte por ahora.
Es cierto que me gustaría llegar a ser maestro algún día, e implicarme en la difusión de las artes marciales como herramienta pedagógica y práctica deportiva… Pero eso, de momento, me queda un poquito lejos.
Si lo deseas, comparte en los comentarios tus experiencias con las artes marciales y su práctica, la opinión que te merecen (siempre desde el respeto y de forma constructiva), e incluso sugerencias para que la práctica sea más interesante y llevadera. Quién sabe, quizás un día monte una escuela y en ella atienda vuestras inquietudes… :)
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La imagen destacada es uno de los regalos de Pimpilipausa para el libro Alquimia Mía. En él también hago mil alusiones a modos de usar las artes marciales para ser mejor persona… Y a distintas inspiraciones.