Hemos hecho de la ciencia la base de nuestro conocimiento. Pero ¿por qué nos fiamos del método científico? Permitidme que os lo explique en las siguientes líneas.
Antes de que apareciera una corriente proclive a la ciencia en la Jonia del siglo VI antes de Cristo, que se hundió por obra y gracia de los místicos hasta el Renacimiento del XV d. C., con algunos momentos de esplendor intermedio como en la Alejandría de los seis siglos que siguieron al III a. C., y que no se desarrolló más satisfactoriamente hasta la revolución científica del XVII en adelante, el conocimiento que se tenía por seguro se basaba en la autoridad de instituciones ancestrales y supuestos sabios y unas ideas prácticamente sin verificación. Pero eso cambió gracias al empuje de personas que antepusieron la racionalidad y el mayor rigor intelectual a los prejuicios, la imaginación sin control y la tranquila y perniciosa ignorancia de la vaca.
Por qué la ciencia
A la ciencia como conocimiento fiable y su escrupuloso método para conseguirlo no se llegó azarosamente, sino por necesidad, porque requeríamos un sistema que nos pudiese dar seguridad en la obtención del saber, para no dudar de que algo que consideramos cierto o falso realmente lo sea; aunque, en verdad, ponerlo en duda es uno de los procedimientos principales de la ciencia.
La razón de esta necesidad no es otra que nuestro propio cerebro, que no viene preparado de serie para eludir todos los errores de lógica, sesgos ideológicos y de popularidad en que somos capaces de caer (más bien, justo lo contrario), y nuestras limitaciones de percepción, puesto que no advertimos ni distinguimos todo lo que tenemos a nuestro alrededor y nos hacen falta instrumentos para ello, es decir, tecnología, que es una de las consecuencias directas de la aplicación del método científico.
El grado de rigor intelectual preciso para poseer una mente absolutamente racional y escéptica que separe por completo el grano de la paja, incluso para las más cultivadas y que mejor ejerciten una disciplina cerebral, es inalcanzable para cualquiera de nosotros. Por eso necesitamos la ciencia, porque nos hace ver y comprender el mundo más allá de nuestras propias limitaciones.
La dinámica científica
El trabajo científico no es el que realizan sabios individuales, sino el de toda una comunidad dedicada a ello; olvidémonos, pues, del argumento de autoridad, que es una falacia. Los científicos llevan a cabo un experimento o una serie de experimentos con pruebas de doble ciego y construyen una hipótesis, y no basta con que expongan sus conclusiones para que estas sean una verdad y ni mucho menos aceptada por todo el mundo, sino que le piden al resto de la comunidad
científica que comprueben si están en lo cierto, que traten de encontrar errores o detalles de los que no se hayan percatado e incluso de demostrar su falsedad: si cuatro ojos ven más que dos, cientos ven más que cuatro.
Distintos científicos, probablemente menos implicados emocionalmente en el asunto que se investiga y en la propia investigación, repiten los experimentos y analizan y comparan los datos obtenidos. Porque cualquier materia o afirmación que pretenda ser científica debe poder reproducir sus experimentos y, así, dar la posibilidad de ser refutada por alguien ajeno al esfuerzo realizado. De otro modo, resulta imposible demostrar nada: si alguien asegura que ha encontrado un nuevo elemento químico, por ejemplo, debe facilitar que sus colegas comprueben que su composición es del todo distinta a la de los que ya conocemos; si alguien dice que ha hallado una vacuna muy eficaz para cualquier enfermedad infecciosa grave que carecía de ella, tiene la obligación científica de permitir que otros reproduzcan las pruebas clínicas que le han conducido a tan estupenda declaración.
Cuando los medios de comunicación nos cuentan que tales investigadores de tal universidad han descubierto tal cosa, su investigación sólo se encuentra en una de las etapas del trabajo científico: otros compañeros de su profesión serán los
encargados de comprobar la veracidad de sus afirmaciones; y si, tras una minuciosa criba y una buena revisión por pares, se mantienen en pie, se publicarán en revistas científicas de referencia y podremos decir que hemos añadido una pieza más al conocimiento que tenemos del mundo. Pieza que, según lo que vamos averiguando, quizá sea reformulada más adelante para conseguir una mayor precisión en el entendimiento de su ámbito.
Y a pesar de todas nuestras precauciones, a veces se nos cuelan propuestas pseudocientíficas, lo cual demuestra que, si con el método científico y el trabajo conjunto ya tenemos que ir con cautela, permaneceríamos prácticamente ciegos a las realidades del cosmos. Así que alegrémonos de poder contar con él.