El Trabajo Social ha tenido un desarrollo diferente al de la mayoría de disciplinas. Viene marcado por la necesidad de profesionalizar la actividad benéfico-asistencial y voluntaria y establecer un método riguroso que, si bien sienta sus bases en el método científico, necesita, como cualquier disciplina, técnicas propias. Esta situación ha hecho que la profesión no desarrolle el modelo de intervención partiendo de unas bases teóricas asentadas sino que, empleando teorías y métodos de otras disciplinas y teorizando la práctica profesional, se ha ido configurando el quehacer profesional. Es decir, los trabajadores sociales hemos configurado nuestra disciplina avanzado desde la intervención a la teoría. A día de hoy esto sigue siendo absolutamente necesario debido principalmente a la naturaleza práctica de nuestra profesión pero también a su juventud y a la especialización que está alcanzado el Trabajo Social.
En mi opinión, Octavia Hill (1856) encendió la llama de lo que es hoy en día el Trabajo Social con su lema “no limosna, sino un amigo”, que hace referencia a la relación de “amistad” que debe crear el visitador social con el usuario puesto que la relación profesional entre el trabajador social y el usuario es nuestra herramienta principal. También ella estableció el registro y la supervisión de los casos. Las bases de la profesionalización de nuestro quehacer las sentó sin lugar a dudas Mary Richmond (1917) con su libro Diagnóstico Social donde, tras analizar un número aproximado de 2.800 casos, estableció un método propio para que los Trabajadores Sociales pudiéramos aplicarlo en nuestra intervención.
El Trabajo Social ha tenido un desarrollo diferente al de la mayoría de disciplinas
Mary Richmond publicó su libro hace sólo 99 años, esto quiere decir que nuestra profesión está en pleno crecimiento y desarrollo y debemos contribuir a dotarla de bases sólidas. Es por ello que la sistematización de la intervención, la generalización de las buenas prácticas profesionales y el establecimiento de protocolos debe ser un foco para cada uno de nosotros. ¿Cómo podemos hacerlo?
La mejor forma de estructurar los conocimientos y el juicio del que nos dota la práctica es utilizando la sistematización, entendida esta como la organización de elementos que en su conjunto forman una unidad. Esta definición nos deja deducir que, a pesar de que comparte rasgos comunes con el proceso de investigación, en realidad es complementaria a la hora de generalizar conocimientos.
Una forma sencilla para comenzar a sistematizar nuestra labor puede ser esta:
- Describir qué hacemos.
- Analizar qué tienen en común todas nuestras intervenciones.
- Generar un protocolo de actuación partiendo de esas pautas comunes. Aquí ya estamos creando herramientas para la profesión.
- Analizar qué actuaciones nos han llevado al éxito y cuales al fracaso.
- Generalizar las conclusiones en forma de aprendizaje que pueda ser aplicado.
Es importante entender bajo qué premisas estamos dirigiendo la intervención, probablemente no nos hayamos parado a pensar y elegir qué postura teórica vamos a adoptar pero sin duda toda intervención tiene una que subyace de nuestra propia experiencia. Entiendo que de todos los pasos a realizar, éste es el más complicado. Voy a tratar de poner un ejemplo.
Mi primera aproximación al Trabajo Social fue con mayores, los objetivos que venían marcados para trabajar con ellos eran en orden de prioridad, estos:
- Conservar su situación.
- Prevenir un deterioro.
- Mejorar.
Para ellos nos valíamos de recursos y herramientas tales como la propia trabajadora social, entorno familiar, servicio de tele-asistencia, servicio de ayuda a domicilio, club de mayores y centro de día.
Analizando todas las intervenciones durante el tiempo que estuve, la primera premisa que veo clara es que el objetivo principal en todos los casos era el mismo: mantener la autonomía del usuario.
Si apoyamos la autonomía y la capacitación de la persona, estaremos en el camino de un plan de intervención exitoso
Desde esa primera experiencia, esta es la postura que subyace de todas mis propuestas de intervención: si apoyamos la autonomía y la capacitación de la persona, estaremos en el camino de un plan de intervención exitoso y cuyos logros se mantengan en el tiempo. La autonomía implica capacidad para la toma de decisiones, seguridad en uno mismo y responsabilidad. Atributos que sin duda nos ayudarán a salir de nuestras situaciones problema. Por supuesto contando además con un sistema familiar y, en momentos puntuales, una red profesional.
Creo firmemente que empoderar a la persona debe ser el objetivo final de todas mis intervenciones, entiendo también que los fracasos se producen por no encontrar la manera de capacitar a mi usuario para alcanzar la autonomía, por lo que la reformulación debe ir orientada a los medios la procuran, no a la reformulación del objetivo. Partiendo de esta premisa, podría ir profundizando y llegar a formular mi guía de intervención que, por supuesto toma premisas de otros modelos teóricos.
A modo de resumen podemos decir que para generar conocimientos y protocolos de nuestra práctica necesitamos ir subiendo peldaños desde lo concreto (cada uno de nuestros usuarios) hasta lo abstracto (¿qué sostiene y guía mis planes de intervención?)
- Analizar nuestra actividad diaria.
- Generalizar los aspectos en común y repetitivos.
- Reflexionar sobre dichos aspectos para comprender el modelo que guía el punto primero.