Cada vez oigo más conversaciones profesionales en las que se manifiesta una profunda insatisfacción con la situación actual de los Servicios Sociales, un Sistema que se ha convertido en algo extraño y confuso del que cada vez más se constata su ineficacia para lo que, al menos en teoría, debiera servir.
"Mi diagnóstico es sencillo: sé que no tengo remedio", decía Julio Cortázar en su famosa obra "Rayuela". También nosotros podríamos hacer esa reflexión y reconocer nuestro fracaso. Y aunque ya sé que no es muy popular hablar de fracasos, estoy convencido de que sólo siendo conscientes de ello podremos comenzar a construir algo diferente. Mientras sigamos persuadidos de esa falsa ilusión de que el sistema no está agotado (tanto en su definición como en su estructura) y nos dediquemos a seguir parcheando sus múltiples averías, no haremos más que alargar su agonía.
Si se me permite la metáfora, ha llegado el momento de cambiar de vehículo. Ya sé que le tenemos cariño, que nos ha sido útil en muchos viajes... pero lleva muchos kilómetros ya, tiene averías que nunca hemos arreglado, hay partes a las que no les hemos prestado atención y con frecuencia no hemos sido demasiado cuidadosos con él. Y no da para más, el pobre. No nos empeñemos.
Los principales fracasos a los que me refería son:
Fracaso en la definición de nuestro objeto. Conviven hoy en nuestro sistema múltiples definiciones del mismo, que se defienden con más o menos argumentos y que se concretan en diferentes desarrollos de las políticas sociales que inspiran el sistema y por tanto, de los servicios y prestaciones que se implementan. Son definiciones (todas legítimas, aclaro) que van desde las más pragmáticas y tradicionales (asistir a los pobres) hasta las más generales (conseguir el bienestar social de la población), pasando por toda una multitud de formulaciones (convivencia, cuidados, protección...) que parecieran dar identidad al sistema desde diferentes posiciones.
El verdadero problema el que el sistema no ha sido capaz de construirse desde una de ellas, pretendiendo integrarlas a todas ellas en función de las diferentes y diversas posturas entre profesionales, entre políticos y entre la población en general. Y esta supuesta integración no ha conseguido más que una gran confusión en la identidad y cometidos del sistema, unas profundas desigualdades territoriales y unos desarrollos teóricos y objetivos cada vez más alejados y separados de las prácticas reales.
Fracaso en la estructura del sistema. El sistema pretendió construirse, en general, en dos niveles: el general, (comunitario o de atención primaria) por un lado y el especializado. Pero no se ha conseguido que esta estructura se desarrollase delimitando con claridad las competencias y funciones de cada una de las partes. La administración local en la que se asentaron esos servicios generales y la administración autonómica y central en la que se reservó la competencia de los especializados han tenido una proverbial tendencia a la descoordinación, configurándose una variedad tal de planteamientos indeterminados en los que las duplicidades e ineficiencias han rivalizado en dura pugna con las injerencias e ineficacias.
Por otra parte, la situación subordinada de la administración local respecto a las demás han generado una sobrecarga del sistema de atención primaria, insuficientemente dotado y desarrollado al mismo tiempo que excesivamente responsabilizado.
Fracaso en la posición del sistema. Dentro de la política social, el Sistema de Servicios Sociales no ha tenido un lugar propio. El insuficiente desarrollo de otras políticas sociales (en especial las de Garantía de Ingresos, Vivienda y Empleo, pero no sólo éstas) han hecho que nuestro sistema mantenga una posición residual en la que se ocupa... de lo que no se ocupan las demás. Paradójicamente, además, esta postura ha favorecido que el resto de políticas sociales se desresponsabilizasen de muchas situaciones y problemáticas, en un juego ventajista en el que esa posición que ocupábamos (el "camión escoba" como muy bien define F. Fantova) les permitía mirar para otro lado.
La solución a todos estos fracasos (y alguno más que dejo para otra reflexión) pasa por varias cuestiones, sobre las que ya hemos escrito en otras ocasiones: la necesidad de una Ley General de Servicios Sociales y de un Sistema (real y universal) de Garantía de Ingresos y Vivienda.
Sólo de esa manera podremos abordar ese cambio de vehículo que, ahora que hemos salido de la crisis (ya hablaremos de ésto otro día...) nuestra sociedad necesita. Y cuanto más tiempo pasemos en parchear e intentar arreglar sus averías, menos útiles le resultaremos a la misma.