Revista Espiritualidad

Como las mujeres antiguas

Por Hijosdeevayadan
Inés Orellana es amiga, vecina y pediatra. Tiene la buena costumbre de sonreir, cantar y disfrutar de la naturaleza y la familia. Algunas veces se reune con otras madres para charlar sobre la crianza. Ella se imagina tímida, pero en las redes sociales nos hace recorrer el último paisaje que viO en sus carreras por la pedriza y ya está anticipando y compartiendo el cumpleaños de una de sus hijas. ¡Un abrazo! Os dejo con sus líneas.
Nieves de Lucas

Como las mujeres antiguas

Hoy he ido caminando desde casa hasta la Gran Cañada de la Pedriza y vuelta. Una ruta llena de piedras, de jaras y del olor de la primavera. Mientras subía y bajaba por los riscos con mi pequeñina en el fular, primero en las espalda y luego en el pecho, he tenido experiencias de sentimientos encontrados. Por una parte, me sentía como Sarah, la protagonista de “Dentro del Laberinto”: tenía sensación de que decenas de criaturas minúsculas o invisibles iban moviéndose delante de mí para abrirme camino, y detrás de mí para recolocar todo aquello que yo había cambiado en mi movimiento. Como si quisieran que no dejase huella, que no estropease su ciclo de vida, su evolución cambiante. Como si desearan que no hubiera más erosión que el viento de las cumbres y el agua del deshielo, profusa en esta época del año. Yo guiñaba los ojos, esforzándome por ver a esas criaturas, pero no quisieron mostrarse ante mí.

Por otro lado, mientras pisaba las corrientes en la bajada hacia el pueblín, recorrió toda mi columna vertebral el sentimiento de la certeza de que poseo, como otras mujeres, todo el poder que mis ancestras me han dejado como legado: ¿cuántas mujeres como yo, llevando a sus bebés encima, pecho con pecho, corazón con corazón, habrán pisado esas rocas, respirado el aroma del romero? Cuando éramos nómadas, ¿cuántas habrán dormido bajo las estrellas, en la búsqueda de un lugar de asentamiento definitivo, de agua cristalina o de deliciosos bocados? No hemos cambiado tanto las mujeres. Porque seguro que esas diosas antiguas deseaban proteger a sus pequeños, dormían con ellos, dejaban que la lluvia los mojase y que el sol los calentase, y daban las gracias a la Madre Tierra por los dones que Ella les había otorgado.

Y yo, como mujer antigua, caminaba por la Pedriza, desnuda no en cuerpo, pero sí en alma, intentando que mis retinas lo recordasen todo, para trasmitírselo a mis hijas. Como mujer antigua, dando gracias al hermano Sol y hermana Luna por brillar sobre nosotros.


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