Revista Viajes

Cómo llegar al volcán Bromo en tren

Por Mundoturistico

La excursión al Parque Nacional del Gunung Bromo y el acercarse al cráter de este volcán es uno de los mayores atractivos de la isla de Java. Aunque es algo difícil llegar –no solo porque no haya un trayecto sencillo, sino porque está alejada de otros lugares turísticos de la isla-, el viaje también supone también un reto, pero acaba haciéndose un reto encantador. Aún a pesar de enfadarte porque los que trabajan en el transporte buscan aprovecharse todo el rato o por los precios suben de un día para otro, tanto lo que finalmente ves como el trayecto en tren se acabaron conviertiendo en dos de las cosas que más me gustaron del viaje. Para ello, es importante hacer el viaje al Bromo en tren, ya que te permite entrar en contacto con la gente del lugar en un contexto muy proclive para mantener una conversación, además de ser barato, por lo que lo recomiendo muchísimo.

¿Ir en tren o autobús?

Para llegar al lugar, lo más habitual es partir de Yogyakarta, a no ser que tengas muchos días y puedas parar en un lugar anterior. De la ciudad a Probolingo (desde donde partirá transporte privado que en una hora te llevará al pueblo desde donde parten las excursiones: Cemoro Lawang), hay 8 horas en tren.

La alternativa es contratar un autobús que hace aún más largo el trayecto (unas diez horas que dicen, se pueden convertir en trece), cuesta más caro que el tren y ni siquiera te lleva hasta el pueblo donde comienza la caminata. No obstante, creo que lo peor es que se incluye dentro de una visita completa al volcán y esto hace que no hagamos la excursión por libre, que es otra cuestión que recomiendo. Para poder obtener unas buenas vistas de los volcanes, pasear por la zona (paisajes montañosos dignos de un cuadro) y acercarse al crácter del Bromo, creo que lo más adecuado es hacerlo de forma independiente, ya que es como mejor se disfruta y uno (al menos yo) tiene la sensación de que en esos momentos nadie le está estafando.

Así es el tren económico:

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Y este el tren de “primera clase”:

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La Lonely Planet está desactualizada en estos consejos y no cuenta que se puede hacer el trayecto directo Yogyakarta – Probolingo. Nosotros tuvimos la suerte de que el dueño de nuestro hotel nos informó sobre ello (y sobre muchas cosas habidas y por haber. De ahí que muchas veces merezca la pena más una guest-house que un hotel. Por si os interesa se trataba del Pesona Artha Guest-House) y además nos dijo una web para ver los horarios –la cual no os puedo decir porque lo tenía apuntado en las notas del móvil y me lo robaron hace poco-. No obstante, compramos el tiquet en la estación de tren, para asegurarnos de que era como esperábamos. Por el módico precio de 50.000 rupias por persona (al cambio actual, 3,5 euros). Para volver, no había billetes directos e hicimos el trayecto Probolingo-Surubaya y Surubaya- Yogyakarta, este último en un tren mucho mejor, que ascendió en este caso a unos 250.000 rupias por persona (17 euros). Un precio bajísimo, al fin y al cabo.

La diferencia entre los dos trenes es bastante grande. El económico son dos bancos de tres y dos plazas, hueco que se acaba haciendo bastante escaso si tienes las piernas largas. Siempre puede pasar que la gente que lo ocupa se dé cuenta y te ayude. En nuestro caso, un hombre que teníamos en frente se quitó y su mujer levantó las piernas para echarse en el banco y dejarnos el espacio inferior. Un encanto de mujer con la que hablábamos con la mirada. Le dije gracias de corazón. Espero que me entendiera.

La estación de tren está bastante céntrica, por lo que incluso podéis acercaros allí un día antes y preguntar. El personal fue encantador.

La odisea de llegar a Cemoro Lawang

El problema del trayecto en tren es que después tendrás que buscarte la vida para llegar al pueblo del Bromo, Cemoro Lawang. No será difícil, pero tendrás que lidiar con lo que te ofrecen en una especie de oficina de turismo donde te lleva el autobús que te recogerá en la estación de tren. Contarás con el inconveniente añadido de que al llegar de noche, hacer las cosas por tu cuenta te dará un poco más de pereza. En nuestro caso, solo necesitábamos hotel, pues iríamos por nuestra cuenta, pero nos dijeron que en Cemoro Lawang todos los alojamientos estaban completos y tendríamos que alojarnos en un pueblo anterior -Wonotoro-, añadiendo entonces el problema de trasladarnos al día siguiente del pueblo a Cemoro Lawang (a unos 4 kilómetros). Si hubiera sido de día, yo hubiera preferido comprobarlo por mí misma, pero como era de noche y estábamos cansados accedimos. Luego buscamos a alguien para que nos subiera al día siguiente en moto por al final, no tanto dinero (unos 2 euros). Al menos, acertamos en el hotel.

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Se trataba del Yoschi’s Guesthouse y era muy bonito. Después del trayecto de ocho horas, era exactamente lo que hubiera deseado tener. Había leído malas experiencias de otros viajeros en hoteles de la zona, así que por lo menos, eso salió bien. Cenamos con una Bintang (la cerveza local) muy merecida y nos fuimos pronto a acostar, ya que al día siguiente queríamos levantarnos muy pronto y hacer esa caminata que tanto nos había costado. Queríamos madrugar porque dicen que cerca de las diez de la mañana, en los días nublados, la imagen desde los miradores se puede estropear y no queríamos que sucediera. Por eso, a las 4.45 sonó el despertador, pero fue fácil levantarse ese día.

Por fin, la recompensa: Visita al volcán y vistas mágicas

Al día siguiente, según lo planeado, nos subieron en moto hasta Cemoro Lawang. Este pequeño pueblo montañoso, como los anteriores, se sitúan en un paisaje bellísimo, donde se puede ver a campesinos y algunas casas, pero donde reina predominantemente la paz y la tranqulidad. No obstante, el protagonismo se lo llevan los grandes volcanes que se sitúan a lo lejos pero de cuya imagen no puedes escapar una vez que la ves.

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Tomamos el camino para los miradores, desde donde se alcanzará a ver la estampa de tres volcanes bastante pegados: Kursi, Batok y Bromo; y la silueta, al fondo, de otros dos, el Tengger y Semeru. Cuando se alcanzan los viewpoints o lugares creados para ver las vistas, logramos la foto más deseada, pues parece de otro mundo; casi un cuadro. Esta región volcánica regala un paisaje de postal que no se quitará jamás de nuestra memoria.

Tardamos unas tres horas en total y la caminata, un pelín dura (aunque nada del otro mundo) en ciertos momentos, es un momento totalmente liberador. Además de disfrutar del entorno prácticamente vacío (fuimos en octubre y es temporada baja), disfrutamos de la sensación de haber elegido la opción correcta y de sentirnos muy libres sin que dependamos de otros para haber hecho este recorrido. El clima, además, acompaña, con un fantástico día.

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Tras esta caminata, nos dirigimos a ver el crater del Bromo. Para esta visita, hay que entrar en el Parque Nacional del Gunung Bromo y cuesta 250.000 rupias (unos 17 euros). Cuando fuimos costaba cinco veces menos, pero parece que se han dado cuenta de que pueden sacar una buena tajada de esta visita turística. Cuando nos lo dijeron no lo creíamos, pero la caseta que tienen es oficial. He leído que algunos viajeros se cuelan por otra zona, pero no la advertimos y una vez allí, pagamos.

Otra caminata por arena volcánica y viento relativamente fuerte nos llevará a la parte inferior del Bromo, al que se ascenderá subiendo 253 escaleras. El paisaje es propio de una película de ciencia ficción y cuando lo recuerdas, te parece que hayas estado lejos, muy lejos. Ver el humeante cráter, aunque también es impresionante, a mí me generaba casi más miedo que fascinación. Hay un montón de locales que ofrecen la visita en jeep o moto y aunque nosotros nos negamos persistentemente, finalmente cogimos un pequeño vehículo para volver.

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Solo nos quedaba coger un transporte privado para volver a Probolingo y retornar. Pero aún se alargó, ya que las furgonetas no bajaban si no tenían un determinado número de personas. Regateamos, pero eran difíciles, así que finalmente pagamos un poco más todos los viajeros para que se quedaran contentos.

Exhaustos, volvimos en el tren a Yogyakarta, pero el viaje aún tenía sorpresas esperándonos. Con la cara negra de la arena volcánica y cansados de tanto ir y venir, caímos rendidos al banco del tren, pero una mujer dulce y encantadora nos hizo olvidarnos del cansancio hablando con nosotros. Sabía inglés, pues decía que ella lo había practicado después de estudiarlo en el colegio porque tenía una hermana viviendo en Ámsterdam. Cuando sacó su comida, nos ofreció y no pude resistirme a probarlo. Era una especie de kitsch con maíz, buenísima. Aún quería también darme de beber y a pesar de decirle que no quería zumo, preguntó a otra pasajera que no dominaba tan bien el segundo idioma, y consiguió darme agua. Me enseñó la amabilidad de la gente de Java y me dejó una sensación de haber cerrado de la mejor manera aquel viaje. Un viaje difícil perro auténtico. Un viaje que mereció la pena.

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