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¡Cómo se cambió de crear...!: se pasó de la sutileza del mensaje a la crudeza del mismo.

Por Artepoesia
¡Cómo se cambió de crear...!: se pasó de la sutileza del mensaje a la crudeza del mismo.¡Cómo se cambió de crear...!: se pasó de la sutileza del mensaje a la crudeza del mismo. ¡Cómo se cambió de crear...!: se pasó de la sutileza del mensaje a la crudeza del mismo. ¡Cómo se cambió de crear...!: se pasó de la sutileza del mensaje a la crudeza del mismo.
¿Qué llevó al pintor del Renacimiento italiano Antonio de Correggio (1489-1534) a componer una obra expresando ahora la educación del dios del Amor, de Cupido? Esta leyenda no existía en la Mitología de la Antigüedad, no se había conocido ninguna leyenda griega ni romana que contara que Venus -su madre- y Hermes -un dios dado a la retórica- se pusieran a educar al dios desaforado de la unión amorosa entre los seres. Al parecer, tampoco pintor alguno antes de Correggio se le ocurrió nada parecido, aunque sí después de él. ¿Entonces, por qué lo hizo? Fue el Renacimiento. No me refiero a esta tendencia pictórica solamente, no, me refiero a que en aquellos años renacentistas los escritores, pensadores y filósofos neoplatónicos desarrollaron ya una idea de las cosas del mundo y de la vida de los hombres basada parte en la Mitología. No sólo se generó la más grande revolución en el Arte de pintar, sino que, además, se alcanzaría una forma diferente de entender el mundo.
Cuando Correggio fue a Mantua sobre 1528 para servir como pintor para el duque Federico II Gonzaga, este mecenas de las artes le encargaría entonces dos obras de desnudos, pero, fue el pintor quién decidió componer a Venus,  Hermes y Cupido juntos, ahora como una familia enseñando a su pequeño. Una escena inédita, y, además, muy original por el hecho de pintarle unas alas a Venus, algo aún mucho más inédito. Nunca se había descrito a la diosa de la Belleza con alas... Pero, también así, con esos añadidos, Venus está aquí esplendorosa. Una aparición majestuosa y poderosa con su hermosa figura en el cuadro de Correggio. Está ahí, y no lo está... Porque solo estará ahí para dejar claro que ella es la madre de Cupido, la responsable de las bendiciones amorosas que luego su hijo pueda o no hacer con los mortales. Es, sin embargo, Hermes, el dios de la elocuencia, pero también de los mentirosos, el que se encontrará aquí enseñando al pequeño dios las cosas que, ahora, éste deberá saber. Era ya la versión de una transformación, la de los amores incontrolados y mezquinos de antes por una, ahora, mucho mejor y más civilizada forma de amar.
Un año antes, el pintor flamenco Jan Gossaert (1478-1532) creará su obra La Virgen con el Niño. Una escena también de madre e hijo..., pero tan distinta..., ¿tan distinta, en verdad? Fijémonos bien, hay incluso aquí un rasgo de ensimismamiento de la Virgen, su mirada se parecerá algo a la de Venus de antes, una mirada perdida y satisfecha. Incluso, en un alarde de belleza renacentista extraordinaria, el pintor dejará ver el pecho desnudo de ella. Pero, aquí, también habrá otras cosas... Antes le estaban enseñando a Cupido un cuaderno para aprender las cosas que debiera. Ahora el Niño pisará las hojas de un libro. Es el Antiguo Testamento, y el simbolismo del cuadro mostrará aquí ya la redención como el motivo fundamental. También veremos una manzana en la mano del pequeño dios, salvando así a la mujer, su madre, de las desdichadas rémoras de una Eva maldecida. Pero, es que luego, en la obra de Correggio, estará también ese milagro, ese otro con el hecho por entonces de querer salvar Eros -educándose correctamente- las veleidosas y atormentadas historias de amor que su madre fomentase.
Pero, es que ambas obras renacentistas son un prodigio de belleza, de armonía, de sutileza y de grandiosidad artísticas. Magníficas veladuras, perfectas formas, extraordinarios gestos, miradas o encuadres. Pero, sin embargo, todo eso se transformaría luego... Menos de cien años después, el pintor del Barroco Louis Finson (1580-1617) se atrevería a crear una Alegoría de los cuatro Elementos con todos los elementos aquí desbocados... Es sorprendente ver ya cómo entonces, 1611, se compuso una obra tan diferente, tan abrumadoramente original, tan moderna diríamos hoy, incluso. Es evidente que en aquellos años, como en todas las épocas, se creaban obras para clientes privados que nunca las mostrarían en público. Pero es que estamos en el Naturalismo del Barroco, cuando Caravaggio habría ya dejado claro que el Arte de pintar podía ser otra cosa muy distinta, sin dejar de serlo... Este pintor flamenco -Finson- también innovaría, como Correggio un siglo antes, ahora con su Alegoría de los Elementos. Estos elementos eran ya conocidos desde la Antigüedad griega, el Fuego, el Agua, la Tierra y el Aire. Todos se habrían representado ya en la Historia del Arte, pero todos habían sido masculinos. Fue Finson quien ahora idearía otra cosa, alternar dos y dos la figura de hombres y mujeres en esa alegoría.
Y así lo compuso, como un círculo aterrador donde los cuatro elementos lucharán entre elllos, como en la salvaje Naturaleza. El Fuego es representado como un hombre joven, fuerte, rodeado de llamas -la imagen es de pésima calidad, la única encontrada-; está luchando ahora contra el Agua, un hombre viejo, aunque poderoso. El Aire es una mujer joven, situada arriba a la izquierda del cuadro, está aquí tomando por los pelos al Fuego, provocando en él que extienda aún más sus efectos destructores. La Tierra es una mujer vieja, atropellada aquí casi por todos los demás... Decididamente original, muy atrevido en su composición para aquellos años que, todavía, se perfumaban de una sensual belleza. Más de un siglo después, el pintor francés Boucher (1703-1770), que pertenecía a la tendencia Rococó, crearía otra escena de aquella versión renacentista de Correggio, La educación de Cupido. Ya habían pasado todas las tendencias, cuando, en 1747, debe decidirse ahora por pintarla. Entonces elige hacer un homenaje a todos, al clasicismo renacentista de Correggio, ahora en parte de los colores de un lienzo desplegado; también al naturalismo del Barroco de Caravaggio, en los gestos tan verídicos y reales de las formas de los cuerpos. Porque ya no es lo elegante del mensaje, ya no es la estilización de las figuras, no, ahora es la realidad de un gran cambio, el de una sociedad ilustrada que no tratará de educar a Eros -Cupido- en el arte del amor, para nada, algo esto superado, sino en el arte de la vida, de las ciencias, o de las cosas que ese siglo -ya sin alas- tenga pronto que afrontar...
(Óleo de Correggio, Educación de Eros, 1528, National Gallery, Londres; Cuadro La Virgen con el Niño, del pintor Jan Gossaert, 1527, Museo del Prado, Madrid; Lienzo del pintor Francois Boucher, La educación de Cupido, 1742, Palacio de Charlottenburg, Berlín; Óleo del pintor barroco Louis Finson, Alegoría de los cuatro Elementos, 1611, Colección Particular.)

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