Una Harley se conduce con la cabeza. Está claro que para llevar una Harley hay que tener cabeza. Conducir una moto así es tener presente que no mide su fuerza por los caballos de vapor sino por su torque. Dejamos de lado la curiosidad de que todavía hoy, en 2020, se mida la potencia de los motores en caballos de vapor (potencia necesaria para levantar un peso de 75 kilogramos fuerza a un metro de altura en un segundo), dejando rastro de aquella fuerza bruta de los cuadrúpedos que fue sustituida por las máquinas de vapor, y que la tecnología no ha sido capaz de hacer comprender al usuario otra unidad de medida más acorde con los tiempos. Una máquina que entrega su potencia desde el minuto uno del partido es algo que hay que saber manejar. Hay que saber dónde emplear esa potencia y con qué neumáticos. Hay que saber cómo tienes los frenos y cuánta gasolina queda en el depósito. Hay que saber cuál es la velocidad máxima permitida en ese tramo. Hay que llevar el casco bien abrochado y hay que vestirse protegidamente. Porque la Harley se conduce con la cabeza.
Una Harley se conduce con el corazón. La razón tiene a su enemigo natural en el corazón. O mejor dicho, el corazón tiene a su aliado estratégico en la cabeza. O no. O sí. O... la verdad es que no lo sé. Ambas partes riñen o se asocian o se desprecian o se aman o se enfrentan o se ponen de acuerdo en el momento más inesperado, mientras tú estás sentado, ahí enfrente, esperando ver qué pasa con ellos. Por eso sales por ahí a nada. O a tomar un café. Total, son doscientos kilómetros de ida y doscientos de vuelta. Nadie se va a morir por eso. Yo tengo pendiente con unos colegas ir a tomar un café a Roma. Y lo haremos. Porque la Harley se conduce con el corazón.
Una Harley se conduce con los huevos. Hace falta valor para enfrentarse a miles de vehículos, algunos de los cuales son manejados por personas insensibles a las condiciones de la circulación y de los demás usuarios. Llevar la moto requiere de un nutrido haz de nervios amanojados y templados que, en su conjunto, hacen del valor algo superado. Porque una Harley se conduce con los huevos.
Una Harley se conduce con el culo. Una recta. Una larga recta de una buena carretera bien trazada y bien asfaltada. Con espacio suficiente. Ese peralte bien hecho, que el agua se escurra. Esas rayas bien pintadas. El sol se mete por el oeste y el viento del sur te trae el olor de la cebada recién segada. El sol ya está bajo y el calor va diciendo adiós. No viene nadie por delante y a nadie tienes que te siga. Solo. Los aguiluchos no cuentan ahora porque son hijos del viento, no como nosotros que lo somos del asfalto y del ingenio. Llevas buena marcha y vas por tu carril. Al viento el cuello, al viento los tobillos. Y, porque sí, haces así con el culo, y serpenteas con la moto, y las rayas dejan de estar pintadas y el asfalto pierde su color. Haces así y la moto obedece a tu culo que piensa que la línea recta no es la mejor forma de llegar a ninguna parte. Porque la Harley se conduce con el culo.