Revista Ciencia

¿Cómo se coordinan las células?: En el sistema inmunitario

Publicado el 19 noviembre 2020 por Rafael García Del Valle @erraticario

Se ha comparado a nuestro sistema inmunitario con un ejército que nos defiende de las agresiones externas, aunque tal vez sería más acertado compararlo a un servicio secreto.

Normalmente actúa con sigilo y discreta eficacia: asesinos especializados y solitarios suelen liquidar a los elementos peligrosos sin que nadie se dé cuenta.

El sistema inmunitario dispone de espías que vigilan constantemente los rincones más sórdidos de nuestro cuerpo y recopilan información. La información es el factor crucial en esta contienda. Legiones de traductores y descifradores la procesan y asimilan y envían los resultados a las centrales de mando, que toman las decisiones acerca de qué respuestas hay que oponer a cada agresión.

Cada tipo celular componente del sistema inmunitario tiene una función muy concreta. Los macrófagos son grandes glóbulos blancos que se emboscan en los puntos más vulnerables del organismo, como los lugares de contacto con el mundo exterior (los pulmones, por ejemplo) o donde los órganos internos entran en contacto con la sangre. Poseen la capacidad de envolver, engullir y digerir a multitud de microbios y sustancias dañinas. Los macrófagos son pues la primera línea de centinelas de nuestro cuerpo.

Cuando las cosas se ponen feas y se sienten desbordados, los macrófagos emiten señales químicas que reclutan a los neutrófilos, otros glóbulos blancos de similares características que patrullan por los vasos sanguíneos. La llegada de estos refuerzos puede ser suficiente para controlar la invasión. Si no lo es, estas fuerzas de choque, eficaces pero poco especializadas, reclaman la ayuda de otro tipo de células que pueden oponer una respuesta mucho más elaborada y contundente a la agresión. La infantería cedería el protagonismo a las fuerzas de élite.

Las células que desempeñan fundamentalmente el papel de espías en nuestro organismo son las células dendríticas, una clase especial de leucocitos poco abundantes que presentan un cuerpo muy ramificado. Se agazapan en los lugares más expuestos de nuestro organismo: el sistema respiratorio, el tracto intestinal o la piel, donde permanecen vigilantes por si ocurre un corte. Su principal misión es verificar el carácter propio o extranjero de las células que encuentran y tomar datos de todos los intrusos que detectan, para estimar si son o no peligrosos.

Cuando una célula dendrítica decide que algún microorganismo puede representar un riesgo, recopila toda la información posible sobre él, para que otras células puedan encontrar sus puntos débiles. Además, procesa esta información para que sea inteligible para ellas. Ingiere una muestra del microorganismo, lo trocea y selecciona sus moléculas más distintivas. Expone estas moléculas en su superficie celular y se dirige a los centros de coordinación del sistema inmunitario (los ganglios linfáticos o el bazo), donde avisa a otras células de la amenaza y presenta la información que ha adquirido.

Las células que examinan esta información son los linfocitos T coadyuvantes, que pueden decidir entonces activar a los linfocitos B, que están especializados en la producción masiva de anticuerpos. Los anticuerpos son moléculas con un grado altísimo de especificidad, que pueden atacar e inactivar sustancias o células dañinas. Hay muchas estirpes de linfocitos B, cada una de las cuales está especializada en la producción de un anticuerpo determinado. Cuando se necesita uno de ellos, los linfocitos que lo producen se reproducen masivamente.

Algunos de estos linfocitos B se convierten en los archivos vivientes del servicio secreto. Son las células de memoria, que patrullan constantemente por el torrente sanguíneo durante décadas, manteniendo el recuerdo de una amenaza que se vivió en el pasado. Si el mismo peligro vuelve a presentarse, las células que producen el anticuerpo contra él empiezan a reproducirse muy rápidamente, con lo que la respuesta inmunitaria es en este caso mucho más rápida y contundente. Esto es la base de las vacunas y lo que explica por qué sólo pasamos una vez en la vida enfermedades como la varicela o el sarampión.

Las células dendríticas y los linfocitos T coadyuvantes activan también a las células T asesinas, que son una especie de agentes despiadados capaces de eliminar a las células de nuestro propio organismo que pueden “traicionarnos”. Esta clase especial de linfocitos T ataca a las células de nuestro cuerpo que albergan bacterias o virus en su interior. Esta respuesta es muy específica: las células T asesinas atacan sólo las células que alojan el microorganismo que es peligroso en un momento dado (si no fuera así se correría el riesgo de destruir células sanas). Para ello hay que educar a estas células, enseñarlas a atacar sólo a las células que presentan señales de estar invadidas por el parásito. La educación y formación en masa de estas células se lleva su tiempo. Por ello los síntomas de la gripe duran siempre aproximadamente una semana (el tiempo que se tarda en formar las células T asesinas específicas).

La comunicación entre los diferentes tipos celulares del sistema inmunitario requiere el uso de un código común. Las señales son transmitidas por un grupo de sustancias, las citoquinas (que incluyen por ejemplo las interleucinas o el interferón), que modulan las respuestas activando o desactivando líneas celulares concretas y dosificando la producción de anticuerpos o el ritmo de proliferación de los linfocitos, por ejemplo. Otro conjunto de sustancias, el complejo mayor de histocompatibilidad (MHC), constituye una especie de contraseña o salvoconducto. Lo presentan en su superficie todas las células de nuestro cuerpo y es la señal de identidad de que las células pertenecen a él. Una alteración en estas moléculas conduce casi inevitablemente a la muerte de la célula que la padece debido a que el sistema inmunitario la atacará ferozmente.

El conocimiento detallado de cómo se coordinan las células del sistema inmunitario puede abrir vías nuevas para el tratamiento de enfermedades y trastornos como las infecciones, las alergias (reacciones desmesuradas del sistema inmunitario en ausencia de peligro real), el cáncer, el rechazo en el transplante de órganos o las enfermedades autoinmunes (aquellas en que el sistema inmunitario se equivoca de objetivo y ataca a las células sanas del cuerpo). Las posibilidades son, pues, inmensas.

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