Revista Cultura y Ocio

Cómo se llega a ser lo que se es

Por Dayana Hernandez

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Ya he perdido el hábito de escribir, todo sutilmente ha cambiado:

¿Te parece que es demasiado o no es suficiente? ¿mucho o muy poco? ¿Pero nunca la medida exacta de ti? Que pena es mayor a tu pena o que alegría es mayor a tu alegría? Ninguna, porque no son tuyas, te son desconocidas. Así es, te pertenece por completo todo a ti. Eres un egoísta, no porque que quieras ser egoísta pero porque existir es ya el mayor egoísmo. El egoísmo de querer sentir algo único, incomparable, algo que jamás se repita en la historia, que jamás se haya escrito. Así que no hay amor más intenso ni vida más sublime que la que te puedas procurar vivir. No te engañes, nunca compartes nada de ti. No hay fragmentos de tu cuerpo que yo pueda consumir bajo las llamas de mi tragico deseo de posesión. Tampoco lograras poseerme a mi. El cielo es ese mismo que has mirado desde que eras un niño y puedes vivir bajo el con la mayor intensidad, o si lo deseas, con la mayor renuncia. El cielo no se moverá, este es perpetuamente igual, inmutable, y por eso, solo el es real. El sol también lo es, pues marca el tiempo, el sol es importante para la tierra y la tierra para el, coexisten, se pertenecen de una forma que no te pertenecerán. Deja atrás los deseos de conquista, eres propiedad de la tierra, respondes a su arqueológica ecuanimidad. Entrégate sin miedo, al fosilisante destino que pulveriza la personalidad. Todo en ti, todo lo falso es verdadero, toda mentira es una verdad, al final, humanamente efímero y natural. Todo será consumado en un suspiro. Tu momento más puro, en un segundo incalculable de la vía láctea esto habrá terminado, o bien, estará a punto de comenzar.

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Ahora me gusta leer a Nietzsche, creo que me estoy haciendo vieja, más sabia y todo eso que verdaderamente no sirve para nada:

  Pues préstese atención a esto: los años de mi vitalidad más baja fueron los años en que dejé de ser pesimista: el instinto de autorrestablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y del desaliento. ¿Y en qué se reconoce en el fondo la buena constitución? En que un hombre bien constituido hace bien a nuestros sentidos, en que está tallado de una madera que es, a la vez, dura, suave y olorosa. A él le gusta sólo lo que le resulta saludable; su agrado, su placer, cesan cuando se ha rebasado la medida de lo saludable. Adivina remedios curativos contra los daños, saca ventaja de sus contrariedades; lo que no lo mata lo hace más fuerte. Instintivamente forma su síntesis con todo lo que ve, oye, vive: es un principio de selección, rechaza mucho. Se encuentra siempre en su compañía, se relacione con libros, con hombres o con paisajes, él honra al elegir, al admitir, al confiar. Reacciona con lentitud a toda especie de estímulos, con aquella lentitud que una larga cautela y un orgullo querido le han inculcado, examina el estímulo que se acerca, está lejos de salir a su encuentro. No cree ni en la «desgracia» ni en la «culpa», liquida los asuntos pendientes consigo mismo, con los demás, sabe olvidar, es bastante fuerte para que todo tenga que ocurrir de la mejor manera para él. Y bien, yo soy todo lo contrario de un décadent, pues acabo de describirme. 

Ecce Homo 

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Arte: Ulla Jokisalo


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