Revista Arte
Para empezar, es imposible. Porque ni nuestros cuerpos son gloriosos, ni tenemos la capacidad para percibir el cuerpo de Cristo resucitado -si Él no se nos aparece y concede una capacidad para ser visto así-. Pertenece a un mundo futuro. Pero esto es meterse en teologías muy interesantes. Y yo quería quedarme más en una experiencia personal como aficionado a la pintura.
Cuando vi por primera vez este cuadro de Bramantino, Cristo resucitado, en el Museo Thyssen-Bornemisza, noté algo avasalladoramente enigmático. Poniéndonos semióticos, no es un cuadro dentro del código habitual de representación del Resucitado que lo muestra contextualizado en las escenas evangélicas: entre los guardas del sepulcro atontados, con el incrédulo Tomás, o con la Magdalena en el "noli me tangere", o con los discípulos de Emaús. Aquí Jesús está, literalmente, posando para un retrato: ni siquiera se encuentra en medio de un lienzo más ancho que mostrara un paisaje indeterminado a derecha e izquierda, y lo sugiriera como rey del cosmos.
No soy especialista y puedo estar equivocado, pero esto me resulta extraño para lo habitual en la época. Parece como si Bramantino quisiera inspeccionar la cuestión del cómo sería el cuerpo de Cristo glorioso tras la Resurrección, más que representar el qué (que ha resucitado y lo que sus apariciones van suponiendo en la vida de la Iglesia naciente).
Lo siguiente que me planteé fue: "Hoy en día, estamos saturados de imágenes de seres sobrenaturales, extraterrestres, superhéroes, bañados en colores metálicos, restallando de brillos, bajo luces imposibles... Pero en 1490, que no existía la Marvel, ni Hollywood, hacía falta un grandísimo esfuerzo de imaginación para representar así a Cristo resucitado". Ese color plata que unifica el cuerpo con el manto, su contraste con los tonos rojizos de las pupilas, del cabello, de los estigmas... un paisaje de fondo que recuerda a las rarezas de Tim Burton, y encima una luna con rostro ¡que se está riendo!
En fin, no voy a decir la manida frase de que "aquí observamos la modernidad" de Bramantino, que seguramente la tiene. Simplemente digo aquello de San Pablo, "ni ojo vio, ni oído oyó"... y añado ni pincel pintó. Aunque intentar representárselo sea algo muy provechoso para avivar la esperanza.