Revista Talentos

Cómo ser pérez-reverte

Por Sergiodelmolino

No sé si hay alguien ahí o se ha ido todo el mundo de vacaciones. A mí me queda un trecho hasta septiembre. Un trecho que se presenta laaaaaaaargo y reseco. Hay quien dice que trabajar en agosto es genial, que no hay jefes, ni presión, ni colas, ni molestos ciudadanos. Consuelo de gilipollas. Consuelo estúpido de quien lleva escrita en la frente la palabra pringao.

También te dicen: “Pero piensa que, cuando los demás vuelvan tristes, tú te irás feliz”.

Otro consuelo impresentable. ¿Alguien se ha tragado esa mierda de que lo bueno se hace esperar? Los mojigatos que esperaron al amor de su vida para echar el primer polvo, ¿lo disfrutaron más que los adolescentes con calentón dispuestos a agarrarnos a la primera teta disponible?

Lo dudo mucho.

Así que, a falta de consuelos, redundaré en mi amargura. Y para ello, ¿qué mejor que una lectura de artículos atrasados de Arturo Pérez-Reverte?

Hacía tiempo que no aparecía su académica palanca por aquí, y seguro que algunos de ustedes -de los desgraciados que, como yo, están atrapados en el asfalto y la chicharrina de una ciudad antipática, no de los que disfrutan en los grandes museos de Europa, se solazan con el top-less de las veinteañeras gaditanas o descubren las delicias gastronómicas de Shanghai- lo echaban de menos.

Hacía tanto tiempo que yo no hacía mención a Don Arturo, que, en el ínterin, el personaje ha evolucionado. Ya no es ese novelista-lobo-de-mar-académico-justiciero-curtido-en-mil-batallas-yo-he-visto-el-rostro-de-la-muerte-todos-ustedes-son-mariquitas-con-sofocos-menopáusicos. Ahora, Don Arturo, transido de sabiduría y relleno de experiencias vitales como una aceituna lo está de anchoas, ha decidido que ha llegado la hora de devolverle al mundo un poquito de lo que el mundo le ha dado a él.

Atención: Arturo Pérez-Reverte se ha convertido en Joda, y ha abierto el plazo de matrícula para su escuela de jedis.

Al menos, eso sospechamos tras la lectura de la Carta a un joven escritor (en dos partes: la primera, el domingo pasado; la segunda, este). Un texto que, como todos los relatos fundacionales de las religiones monoteístas, combina con maravillosa sutileza la mística de lo divino con el imperativo moral. Tras su lectura, no sólo nos acercamos más a Dios, sino que recibimos, reveladas de la propia voz del innombrable, una guía vital, unas normas de conducta y unos mandamientos para que nuestras vidas sean dignas del amor de Él.

No debe extrañarnos que Pérez-Reverte haya decidido abandonar su vacía vida terrena y envolverse en los ropajes de la divinidad para iluminar la senda de los descarriados. Era el paso lógico: después de bajar a los infiernos y ver el rostro descarnado de la guerra, después de dominar el verbo y beber la ambrosía con las glorias del Parnaso y después de gozar de los serenos honores de la Academia, reposo erudito a tantas aventuras, desventuras y desvelos, Don Arturo ha alcanzado la serenidad de espíritu que le permite apartarse de las cuitas mortales y mirar de frente a la divinidad.

Jóvenes escritores, escuchad y difundid la palabra. Don Arturo ha hablado.

Y ha dicho:

Vaya por delante que no hay palabras mágicas. No hay truco que abra los escaparates de las librerías. Nada garantiza ver el fruto de tu esfuerzo, esa pasión donde te dejas la piel y la sangre, publicado algún día. Este mundo es así, y tales son las reglas.

Atentos, pues, a estos versículos, que remiten sin duda al libre albedrío: la salvación está en tus manos, joven escritor. No culpes al prójimo de tus pecados y encuentra el camino de la virtud sin esperar recompensa alguna.

Pero vayamos al meollo, a la clave para encontrar la fuerza y saber usarla en beneficio de la República, sin dejarse dominar nunca por el reverso tenebroso:

No seas ingenuo, pretencioso o imbécil: jamás escribas para otros escritores, ni sobre la imposibilidad de escribir una novela. Tampoco para los críticos de los suplementos literarios, ni para los amigos. Ni siquiera para un hipotético público futuro. Hazlo sólo si crees poder escribir el libro que a ti te gustaría leer y que nadie escribió nunca.

Tajante, sí, pero ya sabemos que muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.

Pero levantémonos todos y leamos al unísono otra de las enseñanzas básicas de nuestras Escrituras:

Otra cosa. No pidas consejos. Unos te dirán exactamente lo que creen que deseas escuchar; y a otros, los sinceros, los apartarás de tu lado.

Críptica y profética sentencia que recuerda a aquella advertencia que le hizo Jesús a Pedro: “Me negarás tres veces”. Sin duda, los monjes que se dediquen a la exégesis del perez-revertismo tendrán mucho que decir sobre este versículo. Los sinceros, los apartarás de tu lado. Es cabalístico: sumando las sílabas, nos sale el número 13, el del mal augurio. Hay algo verdaderamente diabólico en esta sentencia. Sin duda, una advertencia a no dejarse tentar por el lado oscuro y un consuelo para nuestras horas más negras.

Este pasaje contiene también la parte más desconcertante de estas enseñanzas, y la que consumirá más páginas de disputa teológica: el profeta de la Academia nos dice que no pidamos consejos. Y, sin embargo, sus dos cartas a un joven escritor están llenas de consejos, advertencias y broncas. ¿Cómo concilia el buen perez-revertista ese mandato a no buscar consejos con los consejos que contienen sus escritos sagrados? ¿Qué hace, saltarse las partes de los consejos y fijarse solo en la mística? ¿Interpretar libremente, como hacen los judíos? La palabra revelada a veces es misteriosa y paradójica, pone a prueba nuestra fe.

Terminemos este oficio perez-revertista pensando sobre otro revelador pasaje:

Lo que distingue a un novelista es una mirada propia hacia el mundo y algo que contar sobre ello, así que procura vivir antes. No sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida. Espera a que ésta te deje huellas y cicatrices. A conocer las pasiones que mueven a los seres humanos, los salvan o los pierden. Escribe cuando tengas algo que contar. Tu juventud, tus estudios, tus amores tempranos, los conflictos con tus padres, no importan a nadie. Todos pasamos por ello alguna vez. Sabemos de qué va. Practica con eso, pero déjalo ahí.

Queridos hermanos jedi: si habéis leído con atención, os daréis cuenta de que aquí se encuentra contenido el núcleo fundamental de nuestra religión. El objetivo de la misma no es convertiros en escritores, sino aprender a ser como Pérez-Reverte. Nuestro ideal es acercarnos lo más posible a la divinidad. Por eso procuraremos vivir antes de ponernos a escribir, como hizo Don Arturo. Y no sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida, como hizo Don Arturo. Esperaremos a que nos deje huellas y cicatrices, como las que esconde Don Arturo debajo de su ropa náutica y de sus chaquetas de tweed de académico. Nuestra juventud, nuestros amores tempranos o los conflictos con nuestros padres no le importan a nadie. Si escribimos sobre ellos acabaremos convertidos en escritores de mierda sin ningún interés como Pío Baroja, que escribió un montón sobre su juventud; como Juan Marsé, que de primeros amores llenó sus libros, o como Kafka, que le dio por escribir una puta obra maestra sobre el conflicto con su padre. Escritores todos ellos indignos de ingresar en el perez-revertismo jedi. Panolis invertidos sin hombría ni agallas. Un escritor de verdad escribe de piratas, de espadachines, de tíos con cojones que imparten justicia y follan sin quitarse los calzoncillos.

Pérez-Reverte, en estos textos, no nos enseña cómo ser escritor, sino cómo ser como él. Sigámosle, pues, ahora que las aguas se partieron y el mar está temporalmente seco.


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