Nota: Aviso para lectores. Este vuelve a ser un post con alto contenido personal, aunque puede que aporte alguna idea para ser un poco más feliz en nuestro lugar de trabajo.
Hace un par de semanas que empecé con mi objetivo personal de un mes sin quejas. Desde entonces ha habido momentos de todo: momentos en los que he sido capaz de no quejarme por nimiedades, recordando lo que verdaderamente importa, y otros en los que me he dejado llevar por esa inercia que estoy intentando cambiar. Uno de esos ámbitos es el trabajo.
Hace más de cuatro años la crisis tocó la puerta de la empresa en la que trabajo. Llegaron los temidos recortes, los despidos, los ERE,… Todo se juntó a la situación ya más bien precaria con la que convivimos desde siempre (o, al menos, desde que yo trabajo en el mundo de la comunicación) los periodistas. Así pues, nuestra situación empeoró: a los horarios intempestivos y las jornadas extensivas y los salarios más bien justos si los comparamos con otros sectores se le sumaron los recortes de sueldo, de recursos, de personal y las presiones de todo tipo que derivaron en un ambiente tenso entre compañeros y con los superiores. No quiero engañaros: mi trabajo se convirtió en mi principal motivo de queja. Iba a trabajar triste y volvía enfurecida. Dejé que toda esa frustración influyera en mi vida personal, avinagrando mi carácter y pagándolo con aquellos que menos se lo merecían.
Pero una vez más aprendí, aunque a las malas. La enfermedad de mi padre me hizo dar cuenta de la necesidad de dar a las cosas la importancia justa y relativizar lo que realmente es vital. Mi principal queja sobre mi trabajo era, básicamente, mi salario recortado. Pero por suerte en ningún momento peligró ni mi bienestar ni el de mi familia, ni tampoco nuestra supervivencia económica. Cobro poco (a mi parecer, claro) pero lo suficiente para vivir dignamente, así que, ¿por qué dejar que eso influyera sobre todos los aspectos de mi vida?
Fue entonces cuando empecé a ser consciente que había cosas en mi trabajo que no estaba en mis manos cambiar (como el aspecto económico), pero sí mi actitud hacia ellas. No se trata de ser conformista, ni mucho menos. Continuaré persiguiendo el objetivo de mejorar económicamente, pero no dejaré que eso me ofusque. De momento, se trata de conseguir motivarme cada día para ir a trabajar, pasármelo lo mejor posible y llegar satisfecha a casa y continuar luchando por mejorar mi situación laboral. No siempre lo consigo, pero lo intento.
¿Cómo? Cada día intento incorporar pequeños gestos a mi jornada que puedan contribuir a ser un poco más feliz con lo que hago.
Cuestión de actitud
Una de las cosas que me repito más veces a lo largo del día y de la semana es la necesidad de mantener una actitud amable, optimista y positiva. Gestos tan sencillos como dar los buenos días con una sonrisa al llegar o evitar quejarme por la situación (cosa que consigo menos de lo que me gustaría) hace que todo parezca mejor. Fomentar las relaciones de ese tipo en el lugar de trabajo mejoran también el ambiente laboral y, en consecuencia, nuestro bienestar.
Potenciar lo positivo
Puede que este sea un gran gesto, porque no siempre es fácil pensar en los aspectos positivos que nos aporta nuestro trabajo. En un momento de tanta precariedad laboral y con salarios tan bajos, es muy fácil entrar en una dinámica negativa en la que nos dejamos llevar por lamentaciones y las preocupaciones económicas. En demasiadas historias personales esas lamentaciones están más que justificadas. Pero ese, por suerte, no es mi caso. A pesar de tener un sueldo recortado, ese me permite vivir. Lo más importante que aprendí en ese sentido fue a aceptar el recorte y no dejar que influyera en mi ánimo. Se trató de relativizar los aspectos más negativos, para que no se llevaran toda mi energía con ellos. Una vez hecho, decidí buscar y potenciar aquello que más me gusta de lo que hago. Cada día lo intento y, además, algunos lo consigo.
Motivación extra
La desmotivación con lo que hacemos es una de las principales fuentes de frustración en nuestra carrera profesional. Algunas veces, para volver a encontrar la motivación hace falta un cambio de trabajo, pero muchas veces, ese cambio puede estar en nosotros mismos. ¿Cómo? Haciendo el trabajo lo mejor posible (aunque el reconocimiento a ese hecho sea tan sólo de mi misma), buscando nuevas formas de hacer lo mismo o embarcándome en nuevos proyectos que me satisfagan.
Organízarte
Planificar mi jornada laboral para después ir cumpliendo con todas las tareas planificadas me hace sentir satisfecha. Cada día llego al trabajo teniendo muy claro qué debo hacer y me voy sabiendo que lo he hecho. Es un pequeño gesto, fácil de conseguir y que a mi, personalmente, me ayuda a sentirme útil y activa.
La importancia del ‘afterwork’
Empezar el día sabiendo que al final de la jornada tendré una pequeña recompensa haciendo una actividad que me gusta es una forma más de las que tengo para motivarme. Las actividades que planifico son desde clases de inglés, quedar con amigos o hacer unas manualidades, entre otras.
Estos quince días que llevo de mi mes sin quejas ha estado trabajando aún más con todos esos aspectos. Los intento recordar cada día y aplicarlos para que mi trabajo no sea fuente de mis quejas. Y tú, ¿te gusta tu trabajo? ¿qué haces para que no sea fuente de quejas?