
El embarazo europeísta ha sido muy largo, muy complicado y está plagado de una lista interminable de encuentros y desencuentros, pero fue en el siglo XVII cuando surgieron los primeros intelectuales que propusieron un federalismo continental. Ya en 1623, en plena Guerra de los Treinta años, el monje francés Crucé propuso una paz general, libertad de comercio y una moneda común, todo ello mediado con una Asamblea permanente de los estados europeos con sede en Venecia y ejército propio. Quince años más tarde, el duque de Sully, dio a conocer que Enrique IV había planificado una reordenación territorial de Europa como una confederación de quince Estados regida por un Consejo de Europa. En 1677, Leibniz propuso una Unión Europea gobernada por un Senado. En 1693, el fundador de Pennsylvania, William Penn, escribió un “Ensayo para la Paz presente y futura de Europa”, en el que incidía sobre la necesidad de crear los Estados Unidos de Europa. Pero la idea de un “patriotismo” europeo como el actual comenzó a tomar cuerpo en la época de la Ilustración. Mientras que Montesquieu afirmó que “Europa es un único país”, y Rousseau ponía en duda que fuese posible la unión de los Estados en una sociedad civil mundial, Immanuel Kant propuso una federación de Estados libres con una “ciudadanía universal europea”, y me detengo en Kant un momento porque considero su aportación como una de las más valiosas en el concepto de la UE.
En 1795 publicó un valioso ensayo filosófico titulado “Sobre la paz perpetua” en el que proponía la creación de una Federación de Estados Libres bajo la forma republicana y una «ciudadanía universal» europea, como modo de evitar nuevas guerras (quien esté interesado en leerlo puede descargarlo desde este enlace). Esto proviene de la idea que Kant tenía sobre la Historia y el Progreso: el creía que el mundo moderno del siglo XVIII constituía la cima del progreso y, por tanto, consideraba necesaria la consecución de un Estado de Derecho vertebrado por una Constitución representativa. De esta manera, el paso siguiente sería una Sociedad de Naciones (seguro que les suena el nombre como la precursora de la Organización de Naciones Unidas) que él llamaba “Estado Cosmopolita”. Pero los principios de la Ilustración fueron progresivamente pervertidos por intereses de todo tipo. El siglo XIX contempló el triunfo del imperialismo colonial, del proteccionismo económico y de los nacionalismos particularistas, vinculados a la idea del Estado-nación. Todo ello dio origen al llamado “darwinismo social” que tomó cuerpo en el Congreso de Berlín de 1885, en el que los principales líderes políticos europeos de entonces iban a utilizar la supuesta superioridad del mundo moderno para impulsar un colonialismo de cuyos efectos, curiosamente, Kant ya había prevenido con gran lucidez en su pequeño tratado:
Si se considera, en cambio, la conducta «inhospitalaria» que siguen los Estadoscivilizados de nuestro continente, sobre todo los comerciantes, espantan las injusticias que cometen cuando van a «visitar» extraños pueblos y tierras. Visitar es para ellos lo mismo que «conquistar». América, las tierras habitadas por los negros, las islas de la especiería, el Cabo, eran para ellos, cuando los descubrieron, países que no pertenecían a nadie; con los naturales no contaban. En las Indias orientales -Indostán-, bajo el pretexto de establecer factorías comerciales, introdujeron los europeos tropas extranjeras, oprimiendo así a los indígenas; encendieron grandes guerras entre los diferentes Estados de aquellas regiones, ocasionaron hambre, rebelión, perfidia; en fin, todo el diluvio de males que pueden afligir a la Humanidad.
Por el contenido del texto podemos apreciar sin temor a equivocarnos que somos incapaces de aprender del pasado, o quizá es que, más bien, no nos interese aprender, razón por la cual la Filosofía, y muy probablemente el resto de Humanidades, sean especies en vías de extinción.

La mayoría de los adalides del federalismo europeo surgieron del llamado «socialismo utópico». Los movimientos revolucionarios de 1848 en diversos países acentuaron la percepción, entre sectores del liberalismo y del socialismo, de que era posible la cooperación y un destino común para los pueblos de Europa. Frente a estas visiones ligadas al socialismo, persistían otras de índole cristiana, que veían en el nacionalismo paneuropeo la culminación de un designio religioso. La doctrina pontificia vinculaba sin pudor el éxito de la civilización europea al de la fe cristiana, como expresó en su encíclica Inmortale Dei el papa León XIII. Pero la realidad nos muestra que el socialismo casa mucho mejor con la Ilustración que el propio liberalismo.
A día de hoy sigue sin haber acuerdo entre funcionalistas y federalistas. Los funcionalistas son partidarios de una colaboración intergubernamental que no implique cesión alguna de soberanía, mientras que los federalistas propugnan ceder soberanía de los Estados en órganos supranacionales de gobierno. Y es de aquellos polvos de donde vienen estos lodos. Nuestra actual Unión Europea ha sido “perpetrada” sin un acuerdo global de consenso porque los intereses particulares priman sobre los generales, y este es el motivo de que hoy tengamos una UE insolidaria y con un grave déficit democrático, además del económico. Pero esa es otra historia de la que merece la pena hablar en otro artículo, por ahora es suficiente con habernos situado bien en contexto para evitar incurrir en discursos sesgados motivados por interesadas ideologías partidistas.
* Artículo original publicado en Nueva Revolución el 11 de julio de 2016.