Revista Coaching

Las grietas de América

Por Garatxa @garatxa

“Hasta que el color de la piel de un hombre no sea tan 

poco significativo como el de sus ojos, yo digo guerra”.

Bob Marley.

Nunca he estado en EEUU. He viajado bastante, posiblemente más que la media, y me han preguntado bastantes veces si había ido allí, y siempre contestaba lo mismo: es un país que no me atrae lo más mínimo. Su corto recorrido histórico (me gusta la Historia Antigua, más concretamente el Antiguo Egipto) y la idea que tengo formada del país, han hecho que no me haya motivado nunca ir allí. Pero lo que sí he hecho siempre es intentar informarme y documentarme sobre lo que ocurre y, además, procuro hacerlo a través de personas que carezcan de sesgo ideológico conocido. Es el caso de Mikel Reparaz, periodista que en 2020 (año imposible de olvidar) publicó su libro “Las grietas de América”.

Mikel nos narra en casi 400 páginas todos los aspectos que dejan unas profundas grietas de la sociedad estadounidense, cada vez más grandes e insalvables. En ella, el racismo es una constante, una gigantesca rémora que lastra el progreso social. Las posturas racistas, homófobas y machistas se han normalizado en la vida pública. Por si esto fuera poco, la violencia es esencial para los Estados Unidos (se calcula que entre 2005 y 2016, unas 11.000 personas murieron a manos de la policía, aunque, como es lógico, no hay cifras oficiales).

Las grietas de América

La raíz de este problema se encuentra en que el país se fundó sobre la creencia de que la raza blanca es superior a todas las demás. Jefferson, autor de la frase constitucional “todos los hombres son creados iguales”, dejó también escrito lo siguiente: “Sospecho que los negros, ya sean originalmente una raza distinta o diferenciados por el tiempo y las circunstancias, son inferiores a los blancos tanto en sus características de cuerpo como de mente” (Notas sobre el estado de Virginia, 1785).

Por si esto fuera poco, Lincoln defendía el derecho de los negros a ser libres, pero no deseaba convivir con ellos. “Por muy duro que suene, no hay voluntad por parte de nuestro pueblo para que ustedes, personas libres de color, permanezcan entre nosotros”, dijo el presidente republicano ante un grupo de líderes negros invitados a la Casa Blanca (este nombre en sí mismo ya suena como una declaración de intenciones) en 1862. Lincoln era partidario de expulsar a toda la población negra de EEUU a Centroamérica -tuvo que desistir porque no lo veía factible logística ni financieramente-.

Estados Unidos es el único país del mundo que mantiene una clasificación de su propia población basada en criterios raciales y racistas desde el siglo XVIII. Y es que la “guerra racial” acompañó a la Independencia, proclamada por esclavistas como Jefferson o Washington, y ha perdurado más allá del enfrentamiento armado más sangriento librado por estadounidenses en toda su historia. Porque la Guerra Civil no acabó con la rendición del Ejército Confederado el 6 de noviembre de 1865, ni siquiera casi un siglo después con la Ley de Derechos Civiles de 1964, ni con la elección del primer presidente negro en 2008. Las escenas de guerra no han cesado durante todo este último siglo y medio, con tropas militares desplegadas en pueblos y ciudades periódicamente, debido a enfrentamiento armados entre civiles y ataques racistas organizados. Éstas también son escenas de guerra.

Mikel nos explica en su libro que la fiscal Marilyn Mosby llegó a la misma conclusión a la que han llegado miles de abogados a favor de los derechos civiles desde antes de la lucha contra la segregación: el sistema de justicia en Estados Unidos está blindado. Es un búnker de hormigón armado construido por y para la supremacía blanca en el que no hay resquicios legales posibles. Protegidos dentro de ese búnker, los miembros de los cuerpos policiales son intocables. Pero las miserias de la sociedad norteamericana no quedan ahí, aún hay más, mucho más. 

El senador Bernie Sanders escribió en Our Revolution en 2016 que “la gran crisis a la que nos enfrentamos como nación no responde solo a los problemas objetivos -una economía amañada, un sistema de financiación electoral corrupto, un sistema judicial roto o la extraordinaria amenaza del cambio climático-. La crisis más seria viene de los límites impuestos a nuestra imaginación. La imaginación es la primera víctima que sucumbe ante un establishment increíblemente poderoso (económico, político y mediático), que nos está diciendo todos los días de diferentes maneras que el cambio real es impensable, imposible”. Estas palabras que Mikel Reparaz recoge en su magnífico libro nos muestran que el edificio sobre el que se levanta la que Freedom House considera la mayor democracia del mundo se puede derrumbar en cualquier momento. Y si atendemos a las palabras que otro gran periodista como Jon Sistiaga dijo en la radio en su día, el edificio se tambalea de forma alarmante pues hay clima de guerra civil.

Sanders lleva mucho tiempo abogando por la justicia social, la sanidad universal, la educación pública gratuita, contra el racismo y la violencia policial. La serie “Urgencias”, que HBO Max ha puesto en su totalidad en su plataforma, refleja muy bien todos estos problemas a través de los casos que llegan al hospital donde transcurre la trama. Pero los partidos Republicano y Demócrata son las dos columnas del régimen. Fuera de ese bipartidismo, nada es posible. ¿Cómo es posible que un país así sea un ejemplo de democracia a seguir para tanta gente en el mundo? A mí, francamente, me resulta incomprensible.

Nunca he sido capaz de imaginarme viviendo en USA. Pensar que no es posible acceder a la sanidad libremente como en España, o que a mi hijo le pueden pegar dos tiros en cualquier momento, me hace sentir escalofríos. Como escribe la profesora de Estudios Afroamericanos en la Universidad de Emory Carol Anderson, “Estados Unidos siempre ha pasado de llegar al límite de la democracia a traicionarla” (White Rage, 2016). Y yo me pregunto, ¿qué necesidad hay en un país normal de crear una linea de investigación como ésta de Carol Anderson?

Por si esto fuera poco, la gentrificación, que hace referencia a la gente de posición social acomodada sin sangre noble, es decir, la alta burguesía (gentry), describe el proceso de transformación urbana por el que la población original de un barrio es desplazada y progresivamente sustituida por vecinos de un nivel adquisitivo mayor. En USA, detrás de ese vocablo se esconde algo más siniestro: la supremacía blanca. Algo con lo que nadie consigue acabar.

Obama, el primer negro en la Casa Blanca, no estuvo a la altura. La violencia policial contra las minorías siguió acumulando víctimas, las desigualdades siguieron creciendo, la situación en las prisiones no cambió, y el racismo estructural no retrocedió en sus ocho años de mandato. Posteriormente con Trump, las familias negras desestructuradas y el bucle de miseria y represión fueron el precio de unas políticas que hicieron florecer toda una industria de prisiones privadas que absorbían el excedente de población carcelaria. Estados Unidos es el país con más población reclusa: hay más de dos millones de personas.

Y creo que no debemos engañarnos con el futuro: con Biden la cosa no pinta mejor. Porque mientras que Trump era un peligro para su propio país, Biden es un peligro para todo el mundo. Trump puede volver a ser presidente, y como nos cuenta Mikel en su libro, a un guardia de seguridad de nombre Dannel lo de Trumpistán le parece una ocurrencia absurda porque, desde su punto de vista, “no hay nada más jodidamente estadounidense que lo que representa la presidencia de Trump”. Y tiene toda la razón. Trump representa la esencia pura de la sociedad norteamericana, una sociedad enferma, a mi juicio, y que empieza a dar síntomas de agotamiento. Cayó la URSS, no es decartable que caiga también USA.

El libro de Mikel Reparaz es todo un acierto. Nos cuenta con profusión de detalles y nombres cómo es la mentalidad de los norteamericanos, cómo es su estructura social, y lo hace de una forma tan amena que se lee muy bien. Además, tiene una calidad literaria superior a la de otros libros de divulgación periodística que yo he leído. No se trata de un ensayo, lo que le despoja de un lenguaje académico que puede resultar pesado y contraproducente. Es muy recomendable. Nunca va a sobrar en tu biblioteca.


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