Revista Ciencia

Cómo surgió la era de la razón

Publicado el 08 enero 2015 por Rafael García Del Valle @erraticario
<img src="//i0.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/plugins/send-to-kindle/media/white-15.png" alt="" title="" width="" height="" data-recalc-dims="1">Send to KindleLa Modernidad fue la era de la raz&#243;n; su m&#225;xima aspiraci&#243;n era alcanzar el saber universal, aquel que no estuviera manchado por las creencias y convenciones de unos seres humanos concretos, por el conocimiento que se restringe a un espacio y tiempo espec&#237;ficos y que no puede ser compartido por otras culturas: si algo es verdadero, debe serlo en cualquier lugar y &#233;poca, independientemente del contexto, y lo verdadero tiene la cualidad de que es aceptado por todos sin posibilidad de duda, sin importar las creencias particulares de cada cual.La Modernidad quer&#237;a, en definitiva, saber qu&#233; es la realidad com&#250;n a todos gracias a la cual se puede establecer una convivencia pac&#237;fica, cuando no la ensucia el hombre con sus supersticiones que llevan al dogma y el dogma que lleva a la muerte; de lograrlo, se podr&#237;an sentar las bases para una concordia universal, pues toda la humanidad se regir&#237;a por los mismos principios de verdad; no habr&#237;a discusiones ni guerras ideol&#243;gicas. No habr&#237;a m&#225;s sangre derramada por la lucha entre los pueblos.Stephan Toulmin defiende en su libro Cosm&#243;polis que esta defensa de la raz&#243;n no es ninguna consecuencia de la evoluci&#243;n natural del homo sapiens hacia estados superiores de conciencia; o sea, que esta especie sigue siendo tan troglodita como hace doce mil a&#241;os en cuestiones mentales, solo que ahora tiene tecnolog&#237;a de Star Wars, que dice el bi&#243;logo Edward O. Wilson, pero poco m&#225;s. Es por eso que, en cuestiones de convivencia, la cosa sigue tan mal.Toulmin argumenta que la racionalidad fue la soluci&#243;n que los humanos encontraron a unos problemas particulares de esa convivencia y que, con todo, se antojan universales en su esencia, las guerras de religi&#243;n:La tesis heredada daba por sentado que las condiciones pol&#237;ticas, econ&#243;micas, sociales e intelectuales de Europa occidental mejoraron radicalmente a partir de 1600, lo que alent&#243; y propici&#243; el desarrollo de nuevas instituciones pol&#237;ticas y m&#233;todos de investigaci&#243;n m&#225;s racionales. Pero esta suposici&#243;n est&#225; cada vez m&#225;s cuestionada. [&#8230;] Los a&#241;os que van de 1605 a 1650, lejos de ser pr&#243;speros y gratos, se ven ahora como los m&#225;s ingratos, y hasta como los m&#225;s fren&#233;ticos, de toda la historia europea.Es en esa &#233;poca cuando la caza de brujas en Europa alcanza la m&#225;xima cota del terror, y cuando el continente se da un fest&#237;n con los cuerpos sacrificados de cientos de miles de herejes y contra-herejes.El siglo de la expansi&#243;n, del auge de la libertad y germen del laicismo intelectual hab&#237;a sido el anterior. El Renacimiento hab&#237;a hecho del XVI un aut&#233;ntico siglo de las luces, donde las ideas humanistas, con epicentro en las pr&#243;speras ciudades del norte de Italia, recorrieron el Continente saludando a sus contrarias con m&#225;s o menos tolerancia.&#8230;la recuperaci&#243;n de la historia y la literatura antiguas contribuy&#243; poderosamente a intensificar su sensibilidad hacia la diversidad caleidosc&#243;pica y la dependencia contextual de los asuntos humanos. Las distintas variedades de la falibilidad humana, antes no tenidas en cuenta, empezaron a ser ensalzadas como consecuencias maravillosamente ilimitadas del car&#225;cter y la personalidad del ser humano. En lugar de deplorar estos fallos, como podr&#237;a hacer una casu&#237;stica de la moral, los lectores laicos se empe&#241;aron en saber qu&#233; era lo que hac&#237;a que la conducta humana resultara admirable o deplorable, noble o ego&#237;sta, ejemplar o rid&#237;cula.Seg&#250;n pasaban los a&#241;os, se contagiaron de esta actitud los principados alemanes, la Francia de Montaigne y Rabelais e incluso la Espa&#241;a l&#237;rica y picaresca acompa&#241;ada de m&#237;stica abierta y plural, a pesar del orden establecido y la fuerte represi&#243;n que habr&#237;a de comenzar con el Concilio de Trento, a partir de la segunda mitad del siglo XVI.Por primera vez, la necesidad de cerrar filas y defender el catolicismo contra los herejes protestantes sirvi&#243; de pretexto para sustraer doctrinas clave a cualquier intento de replanteamiento, incluso por parte de los creyentes m&#225;s leales y convencidos. La distinci&#243;n entre &#8220;doctrinas&#8221; y &#8220;dogmas&#8221; fue un invento del Concilio de Trento, y el catolicismo de la Contrarreforma fue dogm&#225;tico como no lo hab&#237;a sido nunca el cristianismo anterior a la Reforma, incluido el mismo Tom&#225;s de Aquino.La excepci&#243;n a esta norma, y refugio por tanto de la cultura sin limitaciones, fue la Inglaterra construida en torno a la figura de Isabel I, la &#8220;Reina de las hadas&#8221;.Como siempre, la prosperidad econ&#243;mica tuvo mucho que ver en todo esto; pero, a finales de siglo, el sue&#241;o se desvaneci&#243;:En 1600, el dominio pol&#237;tico de Espa&#241;a tocaba a su fin, Francia estaba dividida en distintos bandos religiosos e Inglaterra se abocaba a la guerra civil. En Europa Central, los estados fragmentados de Alemania se estaban desgarrando rec&#237;procamente [&#8230;]. El comercio internacional se vino abajo, el desempleo se generaliz&#243; y se cre&#243; as&#237; una reserva de mercenarios listos para participar en la Guerra de los Treinta A&#241;os; para colmo, todos estos infortunios se vieron agravados por un empeoramiento internacional de las condiciones clim&#225;ticas, alcanz&#225;ndose niveles inusualmente elevados de carbono en la atm&#243;sfera.En una sociedad agr&#237;cola al 80%, la crisis clim&#225;tica deriv&#243; hambruna; apenas se salv&#243; Holanda de la penuria, convirti&#233;ndose as&#237; en el reducto de la cultura europea en espera de tiempos mejores.Es en este ambiente cuando el m&#233;todo de Descartes encuentra una acogida inmediata: un sistema de reglas l&#243;gicas que, seguido paso a paso, ha de conducir al descubrimiento de la verdad, pues se ha evitado el error, es decir, se ha eliminado la perspectiva de cada ser humano particular.Pero Descartes no habr&#237;a iniciado una corriente de pensamiento a partir de la nada, sino en respuesta a la cultura de los a&#241;os previos, representada en la figura de Montaigne quien, como ya hiciera S&#243;crates, estimaba que llegar a una certeza te&#243;rica sobre la realidad, compartida as&#237; por todos, era imposible, y que tal intento no era m&#225;s que el reflejo de la presunci&#243;n y la ilusi&#243;n humanas.El gambito de salida de la filosof&#237;a moderna no coincide, as&#237;, con el racionalismo descontextualizado del Discurso y las Meditaciones de Descartes, sino con la reformulaci&#243;n que hace Montaigne del escepticismo cl&#225;sico en su Apolog&#237;a, en la que tantas anticipaciones de Wittgenstein encontramos. Es Montaigne, y no Descartes, quien juega, y sale, con blancas. Los argumentos de Descartes son la respuesta de las negras a este movimiento. En la Apolog&#237;a, Montaigne hab&#237;a dicho que &#8220;a menos que se encuentre algo de lo que estemos completamente seguros, no podemos asegurar nada&#8221;. [&#8230;] Descartes, que jugaba con negras, contest&#243; al gambito de Montaigne proponi&#233;ndose como tarea descubrir lo &#8220;&#250;nico&#8221; para lo que se necesita certeza. Y lo encontr&#243; en el cogito.En la d&#233;cada de 1580, los pensadores a&#250;n toleraban el escepticismo, la ambig&#252;edad y la incertidumbre; apenas cuatro d&#233;cadas m&#225;s tarde, tal forma de ver la vida se consider&#243; intolerable.Para Montaigne, la &#8220;experiencia (de la vida)&#8221; es la experiencia pr&#225;ctica que cada individuo humano acumula al tratar con otros individuos iguales a &#233;l. Para Descartes, la &#8220;experiencia (de la mente)&#8221; es la materia prima con la que cada individuo construye un mapa cognitivo del mundo inteligible &#8220;en su cabeza&#8221;. [&#8230;] En la d&#233;cada de 1580, a Michel de Montaigne no se le ocurre decir que est&#225; &#8220;encerrado en su cerebro&#8221;. La multiplicidad de personas en el mundo, con puntos de vista y relatos vitales idiosincr&#225;ticos, no era para &#233;l una amenaza. Cada cual reconoc&#237;a que el destino de cada individuo era, en &#250;ltima instancia, personal [&#8230;] pero las personas a&#250;n se trataban unas a otras con una actitud de equidad, como individuos aut&#243;nomos.&#8221;La situaci&#243;n de crisis que viv&#237;a Europa no permit&#237;a tolerancia alguna. Toulmin apunta a un suceso muy concreto que ser&#237;a el s&#237;mbolo de lo que estaba ocurriendo en Europa a principios del siglo XVII:Se trata del asesinato del rey Enrique IV de Francia, m&#225;s conocido en ingl&#233;s como Enrique de Navarra. Sugerir que este acontecimiento caus&#243; el paso del humanismo a una manera de pensar m&#225;s rigurosa y dogm&#225;tica ser&#237;a una exageraci&#243;n. Nosotros nos contentamos con verlo como un acontecimiento emblem&#225;tico de unos cambios que estaban listos para producirse, o que ya se hab&#237;an incubado.Enrique IV encarn&#243; en su vida personal los problemas fundamentales de su &#233;poca, tanto pol&#237;ticos como religiosos: de educaci&#243;n protestante, tuvo que reinar en una corte cat&#243;lica que rechazaba de pleno sus intentos por establecer la concordia entre las diferentes confesiones.Era una &#233;poca en que las lealtades y deslealtades de los s&#250;bditos de un reino estaban condicionadas por la religi&#243;n del monarca, la muerte de Enrique a manos de la Liga Cat&#243;lica, en 1610, hubo de tener un mensaje claro en toda Europa: &#8220;Ha fracasado la pol&#237;tica de la tolerancia religiosa&#8221;.El fracaso se manifest&#243; en la Guerra de los Treinta A&#241;os; desde 1618 a 1648, todo el continente se vio asolado por una lucha sin cuartel que, por su duraci&#243;n y los territorios abarcados, fue el &#250;nico estado de existencia que conoci&#243; toda una generaci&#243;n.Al contrario de lo que se suele decir, Descartes habr&#237;a sido muy sensible a los acontecimientos de su &#233;poca; sus a&#241;os de estudios hab&#237;an transcurrido, precisamente, en La Fl&#232;che, donde se custodiaba como reliquia el coraz&#243;n del rey navarro asesinado y se le rend&#237;a homenaje todos los a&#241;os en un ambiente de nostalgia y sentimiento de fracaso social.Descartes no pod&#237;a compartir con Montaigne la tolerancia de la ambig&#252;edad, la falta de claridad y certeza ni la diversidad de opiniones humanas contrarias. Cuanto m&#225;s degeneraba la situaci&#243;n pol&#237;tica en Francia y Europa m&#225;s urgente parec&#237;a la necesidad de encontrar una v&#237;a de salida a las contradicciones doctrinales que hab&#237;an estado en el origen de las guerras de religi&#243;n.La decadencia pol&#237;tica y los conflictos religiosos que habr&#237;an de desembocar en la gran guerra del siglo, el empeoramiento clim&#225;tico, el comienzo de las grandes hambrunas y la consiguiente desestructuraci&#243;n del tejido social e incluso familiar provoc&#243;, por un lado, una ola de milenarismo que recorri&#243; el continente llamando a prepararse para el fin de los tiempos; por otro, oblig&#243; moralmente a los fil&#243;sofos naturales a encontrar una base s&#243;lida sobre la que pisar con firmeza y no dejarse arrastrar por el caos imperante.La disposici&#243;n de los humanistas para convivir con la incertidumbre, la ambig&#252;edad y las diferencias de opini&#243;n no hab&#237;a hecho nada &#8211;en opini&#243;n de tales personas&#8212;para impedir el conflicto religioso; luego &#8211;infer&#237;an&#8212;hab&#237;a contribuido a causar aquel estado de cosas degenerado. Si el escepticismo nos dejaba indefensos, se impon&#237;a con urgencia la certeza. Tal vez no fuera obvio aquello sobre lo que se supon&#237;a que la gente deb&#237;a estar segura; pero la incertidumbre se hab&#237;a vuelto inaceptable.Las disposiciones racionales se aparec&#237;an como una postura neutral en medio de los conflictos hist&#243;ricos. Todas las &#225;reas de pensamiento se vieron, poco a poco, atra&#237;das por la limpieza del m&#233;todo cartesiano e hicieron de la L&#243;gica &#8211;que hab&#237;a estado a la par con la Ret&#243;rica y la Dial&#233;ctica&#8212; su instrumento primero para distanciarse de cualquier bando y tratar de acercarlos a todos a una tierra de nadie, desde el debate teol&#243;gico a la pr&#225;ctica pol&#237;tica, que hasta entonces se hab&#237;a basado en el estudio de las circunstancias concretas de un pa&#237;s o regi&#243;n y que fue derivando al moderno concepto de Estado naci&#243;n:La restauraci&#243;n del di&#225;logo entre las naciones-estado de Europa era s&#243;lo un primer paso. El segundo era un cuerpo de conocimientos que resultara convincente para los savants de los diferentes pa&#237;ses y religiones, y favoreciera una cosmovisi&#243;n compartida.La &#233;tica tambi&#233;n comenz&#243; a buscar principios universales y abstractos aplicables a todo tiempo y lugar.&#8230; a partir de la d&#233;cada de 1650, Henry More y los plat&#243;nicos de Cambridge consiguieron que la &#233;tica entrara a formar parte de la teor&#237;a abstracta general, divorciada de los problemas concretos de la pr&#225;ctica moral; y, tambi&#233;n desde entonces, los fil&#243;sofos modernos en su conjunto han venido sosteniendo que &#8211;al igual que el Bien y la Libertad, o que el Esp&#237;ritu y la Materia&#8212;lo Bueno y lo Justo se deben conformar a unos principios atemporales y universales- [&#8230;] En una palabra, que los casos concretos dejaron paso a los principios generales.Y, sin embargo, los conflictos humanos no desaparecieron. El tiempo ha ense&#241;ado que la filosof&#237;a descontextualizada es una aberraci&#243;n que no lleva a ninguna parte, y los estudios sociales sobre la actividad cient&#237;fica han mostrado c&#243;mo la pretendida cosmovisi&#243;n compartida por todo el mundo est&#225; sujeta, al igual que cualquier actividad humana, a intereses temporales y partidismos locales muy lejanos al ideal de ciencia objetiva. Hacer tabla rasa, como pretend&#237;a Descartes, es imposible.Seg&#250;n el planteamiento de Toulmin, los descubrimientos de una &#233;poca est&#225;n envueltos por las necesidades y caprichos del momento, y exigen por tanto tener en cuenta los aspectos humanos que los motivan, controlan y manipulan para mostrar un perfil de la realidad que refleja el esp&#237;ritu del siglo, no una imagen universal sin intervenci&#243;n humana.Con todo, el racionalismo se resiste a darse por vencido en la b&#250;squeda de principios universales, y se sigue buscando la sabidur&#237;a con independencia de cualquier situaci&#243;n hist&#243;rica concreta y ajena a toda referencia contextual.Es en esta divergencia de principios donde emerge otra gran lucha de la era moderna, la de las dos culturas que se&#241;alara C. P. Snow en la d&#233;cada de 1950, el conflicto entre ciencia y humanismo. Como se&#241;ala Toulmin:&#8230;podremos preguntarnos, pues, si el mundo y la cultura modernos tuvieron en realidad dos or&#237;genes distintos en vez de uno solo, el primero de los cuales (la fase literaria o humanista) habr&#237;a precedido al segundo en un siglo aproximadamente. Si seguimos esta sugerencia, [&#8230;] descubriremos la segunda fase, es decir, la cient&#237;fica y filos&#243;fica, a partir de 1630, una fase que lleva a muchos europeos a volver la espalda a los temas dominantes de la primera fase [&#8230;]. Despu&#233;s de 1600, el centro de la atenci&#243;n intelectual pas&#243; de la preocupaci&#243;n por el hombre de finales del siglo XVI a una l&#237;nea m&#225;s rigurosa e, incluso, m&#225;s dogm&#225;tica.Otra cosa es comprender por qu&#233;, cinco siglos despu&#233;s, persiste el conflicto entre, como los define fil&#243;sofo Jordi Pigem, una ciencia sin letras y un humanmo sin ciencia; analfabeta (del griego an alfabetos, &#8220;sin letras&#8221;) la primera; la segunda, necia (del lat&#237;n ne scire, &#8220;sin ciencia&#8221;).</span>

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