La perspectiva que un guerrero samurái podía tener hacia la muerte, no está relacionada ni va unida a un final seguro o repleto de súplicas, sino más bien a la defensa de su dignidad y honor pese al extremo dramatismo de su decisión. Las circunstancias son las que determinan su suicidio, y en base a las posibilidades, escogen la salida más honorable que un final les puede brindar.
El método llevado a cabo para poner en práctica su última voluntad, era entre otros el seppuku o destripamiento de manera literal, es decir, lo que el mundo occidental reconoce con la denominación de hara-kiri (escrito también haraquiri), lo que en japonés viene a significar la acción de rajarse el estómago. Una acción evidentemente que requería un alto grado de valor y estoica entereza, suponiendo en la mentalidad del guerrero nipón un bálsamo imperecedero para su reputación. En sí, este ritual realizado por la élite militar que realmente fue lo que representaron los samuráis se remonta la época medieval, el siglo XII para ser más exactos, y deja constancia de la directa relación con su propio sentido de la vida y de su esencia, junto a una para nada desdeñable carga de matices filosóficos entroncada con su férreo código ético o bushido. Así el hecho de que el vientre se consideraba el centro físico del cuerpo, en el cual reside el espíritu, nos dice mucho de sus claras intenciones con el objeto de liberar su alma y redimirse para la eternernidad.
Un ritual, este del suicidio, que no estaba exento de una parafernalia previa y, donde además de haber dejado de ser una práctica común y extendida por todo el Japón feudal, tal y como pasaba en sus primeros compases, se tornó con el tiempo progresivamente en un beneficio acotado al exclusivo ámbito samurái y su estricta preparación. De esta manera la ceremonia que concluiría con el acto del seppuku debía cumplir con unas exigencias determinadas y expuestas a continuación:
- Tenía que llevarse a cabo en la propia casa del que iba a morir.
- Sobre el suelo de la vivienda se extendía una especie de cojín de color blanco, encima del cual y de rodillas se situaría el samurái ataviado con un kimono de idéntico color. Delante de su posición estaría situada la daga (tanto) requerida para rasgar su estómago. Ésta, se la clavaba primero en la zona izquierda del vientre para inmediatamente después rajáreselo hasta el costado derecho, una vez allí debía volver a una posición centrada, elevar el corte dirección al pecho y llegar al esternón. Operación, no obstante, que en escasos momentos se ponía en práctica, ya que el guerrero derrotado sucumbía ante el extenuante dolor y actuaba fulminante el kaishaku.
- En el lado izquierdo y a un metro de distancia hacia atrás del protagonista de la escena, se posicionaba el comentado kaishaku, que solía ser un amigo de directa confianza o un familiar, en el que residía la ardua tarea de ejercer como segundo protagonista y cuyo cometido consistía en decapitar al primero (hecho que requería un espléndido uso de la espada y rigurosa profesionalidad) ante el menor síntoma de agonía tras el destripamiento; ya que el método empleado de desgarre intestinal podía dilatar su muerte a lo largo de horas.
Añadir que los testigos del ritual podían situarse casi velados en la sala.
Ahora bien como indiqué en el comienzo de la entrada, unas circunstancias concretas era las causantes de la puesta en práctica del haraquiri, por ello es conveniente presentar las razones fundamentales que propician esta dramática decisión:
1. En respuesta a un fracaso de tipo personal, el samurái para limpiar su culpa realizaba el denominado seppuku expiatorio.
2. Tras haber sucumbido al ataque de cualquier enemigo, el vencedor en la pugna podía exigir en vez de la muerte del señor feudal la del fiel guerrero que estuviera al mando del bastión que acababa de controlar.
3. Como seña y seguridad de mantenimiento de la paz, es decir, el armisticio en guerra a veces imponía entre sus condiciones: el consecuente seppuku del guerrero, con el manifiesto interés de conseguir debilitar al clan contrario.
4. Consecuencia directa tras la muerte de su señor, o lo que es lo mismo y así recogen multitud de grabados, el nombrado como seguimiento en la muerte.
5. En caso de próxima ejecución, se manejaba como una de las alternativas que de manera exclusiva al guerrero nipón le eran permitidas.
6. Ante la deshonra que ha supuesto en su orgullo la pérdida de una batalla. Medida ejemplarizante que convertiría en cierto modo al haraquiri como una solución a imitar.
Nota: estas son sólo algunos de los motivos que los conducían al acto del seppuku (narrados brevemente), y quizás los más relevantes, no por ello los únicos.