Cruzamos la línea roja que divide realidad y ficción en nuestro potente Ford Mustang. Empezamos pisando fuerte, porque no queríamos llegar tarde a nuestro destino, pero algo salió mal en nuestro viaje iniciático a ninguna parte y salimos despedidas de nuestra road movie como dos sirenas a las que se les ha saco precipitadamente del agua. El coche en el que nos habíamos subido se paró en mitad de la nada. Maldije nuestra mala suerte y miré a mi compañera de viaje, que hasta ese momento creí que era Louise. Me miré a mí misma, pero tampoco encontré ningún rastro de Thelma. «¿Dónde estamos?», me preguntó ella. «Creo que nos hemos equivocado de película», le respondí. Y entonces, como dos idiotas, nos bajamos del tiovivo al que nos habíamos subido.Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
Revista Arte
Cruzamos la línea roja que divide realidad y ficción en nuestro potente Ford Mustang. Empezamos pisando fuerte, porque no queríamos llegar tarde a nuestro destino, pero algo salió mal en nuestro viaje iniciático a ninguna parte y salimos despedidas de nuestra road movie como dos sirenas a las que se les ha saco precipitadamente del agua. El coche en el que nos habíamos subido se paró en mitad de la nada. Maldije nuestra mala suerte y miré a mi compañera de viaje, que hasta ese momento creí que era Louise. Me miré a mí misma, pero tampoco encontré ningún rastro de Thelma. «¿Dónde estamos?», me preguntó ella. «Creo que nos hemos equivocado de película», le respondí. Y entonces, como dos idiotas, nos bajamos del tiovivo al que nos habíamos subido.Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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